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Tribuna:EL DEFENSOR DEL LECTOR
Tribuna
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Traducir y cantar la gallina

"Una historia de la traducción en Europa que mereciese tan monumental nombre sería -en verdad- una ambiciosa historia de casi toda la cultura europea".La afirmación está tomada de un breve y agudísimo trabajo, titulado La tarea de traducir, incluido en el libro de Nicolás Ramiro Rico El aninal ladino y otros estudios políticos (Alianza Editorial).

El Defensor se apoya en esta cita de autoridad para dejar zanjada, con aquella magnífica síntesis, la trascendencia de la tarea de traducir y, por tanto, del traductor.

Pero sucede que en el plazo de 15 días el periódico ha publicado sendos adelantos de libros de dos autores primerísimos en su género: un capítulo de Todo un hombre, de Tom Wolfe, y otro de Mi siglo, escrito por el Nobel Günter Grass.

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El 19 de setiembre, en El País Semanal, y el 3 de octubre en el cuadernillo Domingo, se omitió señalar que Juan Gabriel López Guix es el traductor de Wolfe, y Miguel Sáenz, el de Grass.

Catorce cartas -catorce protestas, catorce- ha recibido el Defensor por estas dos omisiones, tan lamentables como involuntarias, según ha podido comprobar.

Casi todas son de traductores, con un sentido corporativo que, al menos en este caso, muestra una insuperable atención en la defensa de sus legítimos intereses.

Respecto a la omisión del traductor de la novela de Wolfe, en el nuevo suplemento semanal se publica, hoy mismo, una carta de protesta y, sobre la exclusión del nombre de quien ha vertido la obra de Grass al español, se incluyó su filiación en la sección Fe de errores del pasado lunes, día 4.

López Guix, traductor de la última novela de Wolfe, ha dirigido dos cartas al Defensor, y Celia Filipetto ha protestado también por partida doble con el escrito que hoy se publica en EP.

El primero aduce que el periódico "incumple sistemáticamente la obligación moral de citar al traductor".

No es posible admitir tal afirmación. Su propio nombre, como es lógico, apareció en el suplemento cultural Babelia el 25 de septiembre pasado, en la crítica de la novela.

Tanto López Guix, que escribe en su calidad de vicepresidente de la Seccion de Traductores de la Asociación Colegial de Escritores, como Celia Filipetto, plantean al Defensor la necesidad de que el Libro de estilo del periódico recoja la obligación de citar el nombre de los traductores de libros.

No es necesario añadir nada en este punto al Libro de estilo porque esa exigencia está expresamente establecida. Al señalar los elementos que debe contener la ficha de cualquier libro sobre el que se dé noticia se advierte que debe contener: "Título de la obra, nombre del autor, del traductor si lo hay, de la editorial, de la colección si fuera el caso, ciudad y año de publicación, número de páginas y precio".

El problema surge, precisamente, cuando se trata de prepublicaciones, porque son las editoriales las que, a veces, olvidan incluir el nombre del traductor, pero el grueso de noticias sobre libros se encuentra, precisamente, en Babelia y es facil comprobar que, salvo alguna omisión ocasional, el nombre del traductor figura con letras mayúsculas en la ficha correspondiente.El periodico sabe de la importancia del traducir, y al hilo de la concesión del Nobel a Günter Grass, en un texto firmado por Hermann Tertsch se afirmaba que "Miguel Sáenz merecería, de haberlo, el premio Nobel de la traducción".

Propósitos y obras

Por cierto, que el verbo traducir sostiene en castellano una idea que se aleja mucho de la traducción como trasvase de textos de uno a otro idioma: "Traducir los propósitos en obras".Queda dicho que se publicó una fe de errores para dar cuenta del nombre del traductor de Grass y con ello se cumplía otra norma genérica y acuciante del Libro de estilo: " El periódico ha de ser el primero en subsanar los errores cometidos en sus páginas, y hacerlo lo más rápidamente posible y sin tapujos".

Magnífica exigencia, sin duda, pero, al hilo de estas protestas y de la fe de errores, el Defensor se pregunta cómo se traduce el propósito del Libro de estilo.

Es cierto que el error, entendido como mera equivocación de un dato, puede subsanarse con una fe de errores. Pero abundan los yerros de mayor calado que una fecha bailada o un nombre incorrecto.

Si Günter Grass tiene alguna importancia en la cultura española -y sin duda la tiene- es gracias a las versiones de su obra en nuestra lengua. De otro modo sería inaccesible para la inmensa mayoría.

Partiendo de ese hecho, ¿hubiera sido excesivo publicar un texto breve con un titulito que dijese algo así como "Miguel Sáenz traduce la última obra de Grass"?

El Defensor intuye que este planteamiento sería considerado escasamente profesional por una buena parte de los redactores del periódico.

Lo intuye porque conoce la resistencia a reconocer los errores "sin tapujos", tal y como exige el Libro de estilo. Pero la traducción práctica de esa exigencia suele ser, demasiadas veces, cicatera, mínima, hecha como de tapadillo.

Generalizar la publicación de errores de forma suficientemente destacada conmocionaría hábitos muy arraigados y plantearía serios problemas a la hora de modular cómo se canta la gallina en cada caso.

Sin embargo, es seguro que una actitud sostenida en esa dirección se traduciría en un notable ascenso de la credibilidad del periódico entre los lectores.

Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector por carta o correo electrónico (defensor@elpais.es), o teléfonearle al número 91 337 78 36.

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