Una lectura española
Cataluña ha perdido capacidad de sedución en el imaginario español tras casi 20 años de gobierno de Pujol
Jordi Pujol y Pascual Maragall son dos políticos muy conocidos fuera de Cataluña. El apoyo de Pujol a la gobernabilidad de España y el éxito de Maragall en la organización de las olimpiadas es un activo en la buena imagen de ambos.IMAGEN Jordi Pujol lleva seis años facilitando que en España haya un Gobierno estable. Los tres primeros fueron heroicos. El PSOE y Felipe González se desangraban todos los días y el nacionalismo catalán estuvo sometido a la campaña de acoso más sucia y cerril que se haya dado desde la transición política. Pero, en términos generales, Pujol aguantó mientras aguantó el PSOE.
Los tres años siguientes se iniciaron en el vestíbulo del hotel Majestic de Barcelona. Cuando aún se oía el eco del último insulto, "¡Pujol, enano, habla en castellano!" -jaleado ante la sede del PP la misma noche de las elecciones-, el presidente de la Generalitat firmaba impertérrito un pacto de legislatura con sus agresores, y sus agresores con él. Automáticamente, los insultos cesaron. Hasta hoy mismo. Esta semana, y ante el propio candidato Pasqual Maragall, el secretario general del PSOE, Joaquín Almunia, ha dicho: "Pujol ha sido un buen presidente". La frase simboliza el trato exquisito que los socialistas han dado a Pujol, a pesar de haberse convertido en el garante de la mayoría rival.
Parece claro que Pujol atraviesa en España por el momento de mayor aprecio político. Hay una razón obvia: la mayoría absoluta de populares o socialistas no es un dato probable de la realidad cercana y el cambio en la ley electoral que la facilitaría se considera hoy profundamente desestabilizador. Los dos partidos mayoritarios están, pues, obligados a entenderse con la decisiva minoría catalana.
Tan evidente es todo esto como su aparente falta de correspondencia con la foto fija de Pujol, y por inexorable extensión de Cataluña, que se proyecta hoy en España. Lo importante no es que Cataluña sea hoy menos apreciada por la opinión pública española que en épocas más o menos míticas, como los años treinta o el final del franquismo. Lo peor, para los catalanes, es que parece mucho menos envidiada. Los trabajos y los días de Cataluña han perdido capacidad de seducción en el imaginario español y algo tendrá que ver en ello la política nacionalista. El resto de los españoles no percibe que en Cataluña se viva nítidamente mejor que en el resto de España -y un trabajo reciente del profesor Vicenç Navarro, publicado en la edición de Cataluña de este periódico el pasado 24 de septiembre, demostraba con magnitudes diversas, sanitarias o educacionales, la certeza de esta percepción- ni tampoco los productos intelectuales y artísticos catalanes provocan la fascinación de otrora. En Madrid sólo interesan Serrat, Boadella y Vázquez Montalbán, que llevan ya un largo rato haciéndolo, y en una medida más relativa -y decreciente- la arquitectura y el urbanismo barceloneses.
Paradójicamente, la disposición pujolista a facilitar la gobernabilidad española no ha aumentado de manera perceptible un aprecio popular, al margen de las superestructuras políticas. El comportamiento nacional de Pujol, es decir, su disposición a entenderse con los gobiernos españoles, quienquiera que sea el que gobierne, ha contribuido a reforzar la percepción de distancia. En este contexto, iniciativas tan ocurrentes como la de presentar el territorio español disfrazado de desierto de tebeo, con sus cactus y sus calaveras, mientras Cataluña rebosa de verdor y plenitud -la ocurrencia estaba en la web electoral de Convergència i Unió hasta que las protestas les obligaron a pintar algunos oasis en el desierto-, provocan cada vez menos irritación y más indiferencia. La buena imagen de Maragall en el resto de España tiene que ver con el éxito y la convivencia de identidades durante los Juegos Olímpicos, con el prestigio urbano de Barcelona y con el aire de modernidad que transmite. El asunto de la modernidad no es fútil: rehace el tópico español sobre Cataluña, políticamente erosionado después de dos décadas. Pero el cambio de la imagen de Cataluña en España que la victoria de Maragall podría favorecer se vincula a una realidad más objetiva y constatable: su adscripción ideológica y orgánica a un partido de ámbito español y el hecho derivado de que el nacionalismo no sea el centro de gravedad de su acción política.
GOBERNABILIDAD. A corto plazo, y con la legislatura política española prácticamente acabada, no hay posibilidades de que una victoria de Maragall provocara ninguna convulsión parlamentaria, aunque sí es probable que contribuyera a adelantar un poco más las elecciones. A medio plazo, las incertidumbres se intensifican por la aparición de otros factores, todos vinculados a la correlación de fuerzas que establezcan los resultados políticos generales.
Sin embargo, la voluntad de intervención de CiU en la política española, según algunos de sus dirigentes, es independiente de la posición política que la coalición ocupe en Cataluña. Con lo cual no es una hipótesis de laboratorio, ni mucho menos, la posibilidad de un Gobierno socialista en Cataluña y la colaboración -incluso formalmente más comprometida- entre el PP y Convergència.
Si los resultados catalanes ofrecen una victoria de Pujol, sin mayoría absoluta y con dependencia relativa del Partido Popular, la gobernabilidad española seguirá lógicamente por los mismos cauces de la actualidad. Pero si Pujol pudiese gobernar sin el apoyo del PP en Cataluña, las fricciones aumentarían -controladamente- por efecto inevitable de la oferta y la demanda. LENGUA. Buena parte de las expectativas españolas sobre las próximas elecciones catalanas se centran en el debate sobre la lengua y en la posibilidad de que una nueva mayoría introduzca cambios en la política lingüística. Es altamente llamativo que el único debate intelectual, con trascendencia española, originado en Cataluña en los últimos 20 años, haya tenido a la lengua, sujeto lábil ciertamente, como protagonista.
No parece que el diseño fundamental de la política lingüística catalana vaya a modificarse, tanto si se produce la continuidad política como el cambio. Maragall sólo ha anunciado su intención de variar los ritmos y el tono en la aplicación de la ley. Aunque un adagio político de veterana fortuna se complace en afirmar "tú redacta la ley y dejáme a mí los reglamentos", la vaguedad de la intención socialista no permite augurar novedades fundamentales. Además, y pocos días antes del comienzo oficial de la campaña, el candidato se distanció, y aquí sin vaguedades, de las tesis exhibidas por el Foro Babel, organización que ha hecho de la revisión de la política lingüística una de sus vértebras fundacionales. La actitud de Maragall, y la completa imposibilidad de que sus propuestas vayan a llevarse a la práctica, ha llevado al PP de Cataluña a incluir en su programa electoral la creación del doble circuito escolar: es decir, la posibilidad de que los padres escojan, desde el comienzo de la escolarización, la lengua en la que van a estudiar sus hijos, principio conceptualmente antagónico a la inmersión que ha definido desde siempre la política lingüística de la Generalitat.
SOCIALISMO. Uno de los comentarios vertidos en voz más baja entre las élites del socialismo español tiene que ver precisamente con el futuro de las relaciones entre el PSOE y el Partit dels Socialistes de Catalunya si coincidieran en el tiempo la victoria de Maragall y la derrota de Joaquín Almunia. Un escenario inédito en la democracia española que produce escalofríos en muchos sectores del PSOE. Las hipótesis sobre las consecuencias de estos resultados electorales acaban confluyendo en dos: aumento de la independencia del proyecto político de Maragall, un proyecto que no ha renunciado nunca a la creación de un partido o movimiento propio, o renovación del socialismo español desde la impronta federalista y catalana. No es fácil saber cuál de las dos hipótesis produce mayor inquietud.
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