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También los dinosaurios nacieron pequeños

Congreso internacional en Lleida sobre las dimensiones de los huevos de los 'lagartos terribles'

Jacinto Antón

Los huevos de los enormes saurópodos como el diplodocus son como balas de cañón, una dimensión respetable si los comparamos con los de un canario, sin duda, pero una insignificancia al lado de los especímenes adultos: cabe imaginar que la pobre cría debía pasar sus primeras horas rezando para que no la pisara su madre, alta como una casa de tres pisos. La paleoología, estudio de los huevos fósiles, es una ciencia muy nueva obligada a trabajar con material muy fragmentario -a menudo están reducidos a un estremecedor puzzle- y de clasificación incierta, y a hacer frente a la descorazonadora evidencia de que en la inmensa mayoría de los casos dentro de ellos no hay bicho alguno. Además, cuando lo hay, puede resultar que huevos de estructura totalmente diferente contengan embriones de especies casi idénticas. O que los bebés no correspondan a los dinosaurios cuyos huesos se han hallado en el mismo lugar y que cabría esperar fueran de la familia.Entre las aportaciones del congreso de Isona, por ejemplo, figura la del paleontólogo chino Zi-Kui Zhao, según la cual algunos dinosaurios del sur de China, en la cuenca del Nanxiong, sobrevivieron más allá de la letal frontera de la extinción en el límite del cretácico y el terciario, hasta el primer paleoceno. Zhao se apoya precisamente en el estudio de nidos de huevos fósiles. Y señala que los dinosaurios que supuestamente siguieron vivos algún tiempo tras la catástrofe que acabó con el reinado de 150 millones de años de su especie eran seres condenados, pues las cáscaras de los huevos muestran graves patologías como cambios en la estructura y pérdida de grosor.

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"Podemos aprender muchas cosas de los dinosaurios por los huevos", explica el paleontólogo Luis M. Chiappe, del Museo de Historia Natural de Los Ángeles, bebiendo un té junto a una reproducción de la puesta de un titanosaurio francés; "aspectos reproductivos, por ejemplo: los huevos son el resultado de un comportamiento y nos permiten inferirlo. Podemos ver si hacían nidos, si la puesta era una actividad gregaria o solitaria".

Sobre la nidificación, Chiappe, uno de los investigadores más prestigiosos que han acudido al congreso, opina: "Es prudente no generalizar, encontramos en el registro fósil una gran diversidad de formas de huevos y de estrategias de puesta. El troodon de Montana, un terópodo (dinosaurio carnívoro), nidificaba en colonias, disponiendo los huevos en una especie de espiral dentro de un nido de un metro de diámetro. No está claro que construyera un nido como las aves, con ramas, pero sí que parece haber una estructura con un reborde y una depresión. Encontramos en algunos yacimientos huevos de diferentes puestas, lo que sugiere una recurrencia estacional. Tenemos también el caso del famoso oviraptor mongol hallado sentado sobre sus huevos, en posición de incubarlos como un pájaro. Pero no podemos extender ese comportamiento a todos los dinosaurios: no vamos a suponer que un saurópodo de veinte toneladas se sentara sobre sus huevos. Su comportamiento sería otro".

Lo del tamaño de los huevos: "Hay una desproporción enorme entre los dinosaurios grandes y sus huevos. Es lógico, porque existe un tamaño máximo de huevo a partir del cual éste ya no es viable, pues no garantiza el intercambio de gases a través de la cáscara, la respiración del embrión". Los huevos de dinosaurio no eran blandos como los de muchos reptiles, sino duros como los de las aves. "Son de carbonato de calcio, como los de las gallinas, pero presentan microestructuras de muy diferentes tipos y formas. Precisando, hay algunos, los de los terópodos, que son más similares a los de las aves. Y no hay que olvidar que a los terópodos se los sitúa precisamente en la línea evolutiva de las aves". El estudio del grosor de las cáscaras de los huevos y sus posibles patologías puede aportar información fundamental para resolver los problemas de la extinción de los dinosaurios.

En los últimos años se han producido importantes novedades en el tema. "Lo más interesante", dice el paleontólogo, "es la gran cantidad de embriones que han empezado a aparecer. El embrión, si podemos conectarlo con el animal adulto, nos ofrece la posibilidad de estudiar los cambios y el desarrollo del dinosaurio, un desarrollo que en el caso de las especies más grandes es espectacular. Por otro lado, hay que tener en cuenta que la única manera segura de establecer que un huevo pertenece a un dinosaurio determinado es encontrar dentro un embrión. En el pasado se han realizado adscripciones de huevos sin embrión a dinosaurios que han resultado completamente erróneas".

Resulta sorprendente para el profano en paleontología descubrir que de la mayoría de los huevos de dinosaurio hallados, que son literalmente millones, no se tiene ni idea de a qué bicho pertenecían. Hasta tal punto no es posible determinarlo que se ha creado una taxonomía (una nomenclatura) sólo de huevos que se basa en la morfología de la cáscara. El caso es que hay una enorme escasez de huevos con embriones (en los 200 yacimientos de huevos de todo el mundo apenas se han descubierto embriones de seis especies de dinosaurios, un 1% de las existentes) y que hallarlos es un verdadero regalo de tómbola. En la riquísima zona de Isona (Lleida), por ejemplo, que cuenta con una serie de yacimientos de huevos sensacionales, incluido el de Basturs, con un mínimo de 300.000 huevos, no ha aparecido todavía ningún embrión.

"Es lógico que sea difícil encontrarlos si pensamos en las posibilidades", señala Chiappe. "De entrada, muchos huevos no debían estar fecundados. Luego, si el embrión murió demasiado pronto, en un estado de desarrollo temprano, no habrá hueso y no se producirá fosilización. Si el huevo ha seguido su proceso natural el suficiente tiempo tampoco tendrá dentro embrión, porque el dinosaurio habrá nacido y se habrá ido. Por otra parte, el embrión es un especímen muy delicado, de huesos muy pequeños, y aun fosilizado es fácil que se pierda".

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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