Volvieron los curristas
La Maestranza lucía como en las mejores tardes de la feria de abril. Sólo faltaban los trajes de flamenca, los claveles reventones y los coches de caballos en el paseo de Colón. Volvieron los curristas, entre los que son mayoría los que sólo van a los toros cuando torea el faraón de Camas, y abundaban las mujeres guapas, todas ellas curristas, como manda el prestigio social sevillano. Porque Curro Romero es algo más que un reconocido artista: es el más difícil todavía, el triple salto mortal, y esa circunstancia motiva a la gente ociosa, que siente la misma emoción ante una corrida de toros que ante un partido de golf.
El toro, una birria
Pero, sea como fuere, la Maestranza estaba preciosa llena de gente, dispuesta a disfrutar con el toreo eterno de un torero eternamente joven. El hombre, sin embargo, dispone; los curristas se predisponen, y el toro de Juan Pedro Domecq descompone. Romero lo intentó, esa es la verdad. Se dejó ver como un torero hambriento de triunfo, pero los toros del ganadero artista eran una birria.
Domecq, Parladé / Romero
Espartaco, RiveraCuatro toros de Parladé (el 3º como sobrero), inválidos y descastados, y dos de Juan Pedro Domecq: 1º, inválido, y el 5º, devuelto. 2º sobrero de Gabriel Rojas, encastado. Curro Romero: tres pinchazos y dos descabellos (silencio); el 4º fue apuntillado (bronca). Espartaco: casi entera (vuelta); pinchazo y casi entera (oreja). Francisco Rivera Ordóñez: estocada (silencio); tres pinchazos y casi entera (silencio). Plaza de la Real Maestranza. 25 de septiembre. 1ª corrida de la Feria de San Miguel. Casi lleno.
No se le pueden negar a Curro sus buenas intenciones. Lo intentó, sin suerte a la verónica en su primero; pidió el cambio tras la primera vara, y porfió voluntariosa y valientemente con la muleta. Sacó el toro a los medios, jugó los brazos por ambos lados, pero el toro sólo quería refugiarse en las tablas y morir con rapidez. El cuarto fue un regalo, un toro grande, asticino, difícil, muy difícil para Curro. Permitió que lo masacrara el picador, que ejerció de matarife con dos puyazos fortísimos e infames, mientras que la plaza se enfadaba con el varilarguero que hacía caso omiso a las indicaciones del alguacilillo, porque hacía rato que se había cambiado el tercio.
Los curristas de nuevo cuño se enfadaron mucho con el picador, mientras Romero se dirigía despacito al burladero como si la cosa no fuera con él. La verdad es que ese tipo de toro no es para ese tipo de torero. Si la ganadería brava tuviera un carácter tan hostil, hacía varias décadas que Romero disfrutaba de una merecida jubilación.
Curro sólo tuvo tiempo de quitarle las moscas antes de que el animal se derrumbara para siempre. Ni un solo capotazo, ni un solo muletazo permitieron los toros artistas del ganadero Juan Pedro Domecq -dueño también del hierro de Parladés- al artista Curro Romero.
Volvieron los curristas y se encontraron con un torero llamado Espartaco, que ha puesto un extraordinario broche de oro a la temporada de su reaparición. No está recuperado de su rodilla, se ha dicho, y es verdad, que ya no es el de antes, pero hay que reconocerle el esfuerzo titánico que hizo ayer en Sevilla y el justo triunfo que consiguió porque se expresó como figura del toreo, pleno de oficio, de temple y de ganas de triunfo.
Su primero fue bravo en el caballo y complicado en la muleta. Espartaco se la jugó sin cuento después de una primera parte de faena plagada de dudas y a merced del toro. Era un animal para dejar al descubierto sus carencias, y el torero prefirió cambiar la moneda. Así, emergió el Espartaco dominador y profundo, y doblegó las malas condiciones de su oponente con naturales largos y sentidos. Lo mejor, sin embargo, llegó en el quinto, un sobrero de Gabriel Rojas, codicioso y encastado, al que Espartaco toreó primorosamente con ambas manos, en una faena maciza, de torero maduro y artista, dominador y dueño del temple.
Se le nota que su rodilla no es la de antes, pero sí mantiene la torería de antaño que paseó triunfante por la Maestranza de Sevilla. Espartaco comenzó la temporada de su reaparición con dos orejas fáciles en esta plaza, y la termina con un triunfo importante ante dos toros distintos: áspero y complicado el primero, y encastado y codicioso el segundo. Es el mérito de las auténticas figuras.
Francisco Rivera Ordóñez tuvo la misma suerte que Curro Romero. No está el torero en su mejor momento, pero peor es el del ganadero y no está en boca de casi nadie. Su primero era un inválido y descastado, y su segundo era hermano en los defectos. Así las cosas, lo intentó con cierta vulgaridad, se le agradeció la voluntad y felicidades por su próxima paternidad.
Babelia
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