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Leer a un exiliado raro y olvidado

José Manuel Castañón reaparece en el ruedo literario con seis libros y una historia insólita

Es un anciano enérgico, apasionado y culto que tiene un memorión. Recita a su adorado César Vallejo sin fallar ni un verso, cuenta historias y bromea como un adolescente. Vive en el barrio del Pilar, en un pequeño dúplex proletario que da a un patio de galerías verde cuartel. "Esto parece Alcatraz", dice con acento asturiano. Nadie lo diría, pero este capitán de Infantería mutilado (perdió la mano derecha en la guerra civil), nacido en Pola de Lena en 1922, fue un exiliado insólito. Se fue de España en los cincuenta, asqueado de "una posguerra que fue casi peor que la guerra" y de la prepotencia del bando que una vez fue el suyo. "En el 56 me metieron en la cárcel por un asunto de pasaportes falsos, y pudiendo no ir, preferí que me encerraran. Para ver cómo era".La decisión cambió su vida. En los tres meses que estuvo preso conoció a un tipo que le inspiró la que sería su primera novela publicada, Moletú volevá. "Un loco. Hacía quinielas compulsivamente, esperando que llegara el fortunón, y repetía: "Moletuvo le, moletuvo le". Cambié la frase, me puse a escribir la historia y me salió una profecía".

La subtituló "novela de la locura dolarista", y fue saludada por gente como Gregorio Marañón o el catedrático Montero Díaz como un soplo cervantino de aire fresco, "lleno de originalidad, ímpetu y trascendencia". Denuncia y descripción humorística del amor patológico al dinero, Moletú volevá se convirtió en el grito de saludo y rebeldía de Castañón. Entonces era abogado de pobres, putas y parientes, pero renunció a todo y se fue a París, a Génova, y finalmente a Venezuela en un carguero. Dejó aquí a sus cinco hijos y a su esposa, Nieves. Luego, con ellos, recorrió América tratando de acercar las dos orillas. Fue íntimo de Juan Larrea, visitó a León Felipe y a Ramón Gómez de la Serna, conoció a Vitier y a Eliseo Diego, divulgó a Unamuno y a Rubén...

Nunca tuvo cargos ni un trabajo fijo y no dejó de escribir: 27 libros. De ellos, seis los reedita ahora la editorial Nobel en tres tomos, que se presentan el 4 de octubre en la Casa de América: Confesiones de un vivir absurdo y Entre dos orillas (memorias y ensayos); Andrés cuenta su historia (novela que prologó el general Rojo) y Cuentos vividos, más Encuentro con Venezuela y Crónicas bioliterarias 1988. "Yo no soy nada, sólo un sentidor de la realidad", dice en su escondite, rodeado de recuerdos, cartas, dibujos y libros. "Sólo espero que me lean, que el pueblo del que salió mi literatura la recoja otra vez".

No hay un gramo de vanidad en este "ex oso astur" que al perder la mano derecha a los 16 años aprendió a escribir con la izquierda. Al fin y al cabo, fue un derechista raro: adoraba a César Vallejo ("lo conocí por Larrea"), le escribió un libro (Pasión por Vallejo -1963-), le editó un disco y visitó Santiago de Chuco (Perú), patria chica del hombre de las "amargas contraseñas sin fortuna", "tocado por la paranoia genial del dios humano, sin antecedente poético en la conciencia brutal de las cosas". Santiago le hizo hijo adoptivo (como su pueblo, Pola, a su vuelta en 1978). Un mérito sentimental para este hombre generoso y optimista, tanto que a veces parece un anacronismo: "O se está con el capital o se está con el trabajo. El capital produce telarañas. Pero no se puede exigir el heroísmo a nadie. Aunque un día vendrá la sacudida que se dé cuenta de que la vida la formamos todos".

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