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Esplendor y ruina

Cerraron El Maragato, mínima y económica casa de comidas de la plaza del Dos de Mayo, un clásico del barrio que estuvo a punto de superar la simbólica barrera del siglo y del milenio sin cambiar de diseño, de menú, ni de personal. Pero los nuevos pobladores de Malasaña comen pizza, bocata y hamburguesa y no aprecian las sopas de ajo ni los potajes de lentejas.El Maragato, superviviente de todas las movidas, contaba en sus buenos tiempos con una clientela fiel, ligera de bolsillos, multicultural y transgeneracional, y era punto de encuentro y foro de discusión entre los vecinos de toda la vida y los greñudos recién llegados que se habían colado en las buhardillas y tabucos desocupados unos años antes por los últimos estudiantes de la extinta Universidad de San Bernardo y por cuantos obtenían sus recursos del estudiantado.

Tabernas y figones como El Maragato sobrevivieron unos cuantos años más de lo previsto por los linces de la especulación, que daban el barrio por muerto y enterrado y hacían planes y planos para rehacerlo de arriba abajo y repoblarlo con un vecindario de mayor poder adquisitivo.

Poco a poco, como otros barrios castizos y populares (léase humildes), Malasaña empezó una nueva vida al amparo de la noche que alteró el ritmo de los días y el pulso de los vecinos más veteranos que empezaron a mudarse a zonas más plácidas.

El cierre de los comercios tradicionales del barrio y la apertura de bares modernos en sus locales se convirtió en la nota dominante de un entorno que hoy, por fin, está semivacío y dispuesto para una nueva ocupación, sin "k" de ninguna clase, en edificios "rehabilitados" o nuevos, edificados en solares de antiguas casas que amenazaban ruina, próspera ruina para caseros sin escrúpulos que a veces aceleraban su caída con la desidia y el abandono más absolutos.

Hace años, los inquilinos de un arrumbado caserón de la calle del Pez descubrieron a su perversa casera saboteando su propio patrimonio, martillo en mano, y se cuenta de algunos colegas suyos que celebraban la caída de una cornisa sobre la acera, siempre que no produjera desgracias personales porque el derrumbamiento aproximaba la ansiada declaración de ruina inminente.

Hoy, los anuncios de venta de pisos y apartamentos a estrenar o de segunda mano forman legión en los balcones y portales de estas calles, y la lista continúa con los bajos comerciales cerrados y sumergidos bajo innumerables capas de pasquines publicitarios. Cabe esperar que si los pisos se venden, los bajos comerciales acabarán por venderse también, y que entre los nuevos comercios no habrá un 95% de bares y locales de esparcimiento nocturno, un porcentaje bastante aproximado al que se registra en la actualidad.

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Y parece ser que los pisos se venden, sobre todo los estudios y los apartamentos, que muchas veces son subdivisiones y subdivisiones de subdivisiones de viviendas de mayor porte que en otro tiempo albergaron a familias numerosas o sirvieron como pensiones para viajeros y estables. Los promotores inmobiliarios parecen tener muy clara la nueva composición del vecindario y han creado celdas para personas solitarias o parejas bien avenidas.

Por mucho encanto, ambiente, atmósfera o tipismo que posea el barrio, casi todos están de acuerdo en que no es precisamente un lugar muy apropiado para criar niños, ni siquiera para pasear perros, que suelen entrar en conflictos de territorialidad con los infantes en sus zonas de juego dada la escasez de espacios verdes, que además se convierten los fines de semana en campos de litronas y otros envases no retornables. Tampoco parece un buen sitio para criar coches por la escasez y la carestía de los aparcamientos y el elevado riesgo de dejarlos a la intemperie para que sirvan de mesas a la alegre parroquia nocturnal.

Eso en el caso harto improbable de que el usuario consiga encontrar un hueco en esa gran muralla china de chatarra que invade las calzadas.

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