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Los exiliados son nuestros

Fue el 14 de septiembre en la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso. La sesión se había iniciado con la comparecencia del ministro, Abel Matutes, que atendía así solicitudes de diversos grupos. En un momento dado, el presidente y diputado del PP Javier Rupérez pidió brevedad porque el titular de la cartera se debía a una cita con la señora Ogata, alta comisionada de Naciones Unidas para los Refugiados. Protestó entonces ingrávido el socialista Antonio Santesmases y prosiguió la sesión en ausencia del ministro cuando, en buena ley, en un sistema como el nuestro de responsabilidad parlamentaria, los miembros del Gobierno se deben primero a sus deberes con el Congreso y sólo después a lo demás. De la señora Ogata debería haberse hecho cargo el secretario de Estado mientras Matutes cumplía sus deberes parlamentarios. Pero así están las cosas.Después, siguiendo el orden del día, se procedió al debate y votación sobre dos proposiciones no de ley referentes al 60º aniversario del exilio español originado cuando terminó la guerra civil. La primera venía suscrita por el grupo catalán (CiU), el socialista, CC, IU, el vasco (EAJ-PNV) y el mixto y llevaba fecha del 26 de mayo de 1999. La segunda había sido presentada al día siguiente en solitario por el PP. Sobre ambas recayó un acuerdo de la Mesa en su reunión del 9 de junio. Un acuerdo mediante el que se daba conocimiento a la Comisión de Exteriores, al Gobierno y a los grupos proponentes y se ordenaba la publicación en el Boletín Oficial de las Cortes, que insertó los dos textos de que venimos hablando en su edición del 14 de junio. Así que han transcurrido tres meses sin que nadie haya reparado en el tenor de esas proposiciones, como si hubieran sido declaradas materia reservada. Una prueba más de cómo la mejor manera de mantener algo en secreto es proceder a su difusión en determinados boletines.

Todo lo anterior conspiró a favor de la sorpresa de la semana pasada. Una sorpresa que trae su arrastre de un viaje a México en el que representantes de la Comisión de Exteriores comprobaron la estima pública al exilio español al que ese gran país se hallaba rindiendo público homenaje con ocasión de su 60º aniversario. Bajo ese estímulo transatlántico, los comisionados pensaron en la conveniencia de hacer en España otro tanto respecto a los compatriotas que hubieron de abandonar el país en 1939. Ellos constituyeron la España Peregrina, la que otros llamaron España Extraterritorial, mientras que para Franco eran, sin más, restos de la antiEspaña que debía ser aniquilada. Pero entre los exiliados, a los cuales se llegó a borrar hasta del registro civil y a privar de sus bienes, sus títulos y sus oposiciones limpiamente ganadas, a los que se depuró hasta de los colegios profesionales para impedirles toda actividad, se encontraban muchos de nuestros mejores en las ciencias, las humanidades, las letras, las artes, la música, la pintura, el periodismo. Decía Arturo Soria que por aquellos años la legítima autoridad en poesía era Juan Ramón; en música, Falla; en filosofía, Ortega; en derecho penal, Jiménez de Asúa, y así proseguía una larga enumeración para concluir señalando que hubo que hacer una guerra para que alguno, cuyo nombre omitiré de momento, fuese académico. Sobre aquel erial desertizado por el exilio se erigieron muchos prestigios improvisados con exámenes patrióticos y de ahí tantas generaciones de españoles huérfanas de verdaderos maestros o abrazadas a maestros apócrifos encumbrados en la oquedad de los talentos exiliados.

Pero volvamos a la Comisión de Exteriores del 14 de septiembre. Hablaron los firmantes de la primera proposición de mayor a menor empezando por el socialista Juan Caldera. El más agresivo, el convergente Guardans, pidiendo explicaciones al PP. Daba la impresión de que, según se extingue la legislatura, todos se envalentonan contra el partido del Gobierno. La votación registró 22 votos a favor y 18 abstenciones populares. Luego, vino el turno del PP, en el que José María Robles defendió su propuesta. Pensé que tendría los votos de su grupo y la abstención de los demás, con lo que habría sido también aprobada, pero faltó fair play. Los demás votaron en contra. Fue lamentable porque ambas proposiciones eran prácticamente iguales en su parte dispositiva. Además, que el PP hablara de lo que fue en su día denominado glorioso Alzamiento, glorioso Movimiento y Santa Cruzada como de "aquella siniestra y sangrienta guerra" y se refiriera unas líneas más adelante a los largos años de ausencia de libertades, aislamiento internacional y falta de diálogo plural y de institucionalidad democrática y representativa valía la pena que hubiera sido aprobado.

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