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REINO UNIDO / Debate sobre las 'grammar schools'

El futuro de las escuelas públicas selectivas divide a los británicos

Isabel Ferrer

Las grammar schools, consideradas la joya del sistema educativo público británico, pueden tener los días contados. Los 166 centros de secundaria que todavía seleccionan al alumnado por sus notas y aptitudes son objeto de una batalla entre los padres -facultados para abolir la selección si ganan un referéndum interno-, la oposición conservadora, partidaria de la segregación, y el Gobierno laborista. El Ministerio de Educación ha dejado su futuro en manos de las familias y ha prometido que supervisará la consulta "con la precisión de unas elecciones generales".

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La decisión de abolir la selección a partir de los 11 años para acceder a ciertos colegios no le está resultando nada fácil a Tony Blair, primer ministro británico. Su Gobierno pregona la igualdad de oportunidades en materia educativa, pero no podía cerrar de golpe las tradicionales grammar schools, de las que todavía quedan 166 en el sector público de Inglaterra (Gales y Escocia tienen su propio sistema)."No destruiremos nada. Las escuelas seguirán en pie. Se trata de que los padres decidan si vale la pena cambiar las normas de admisión, nada más", ha subrayado Jacquie Smith, secretaria de Estado de Educación. Al igual que su jefe directo, el ministro David Blunkett, ella trata de evitar que la oposición conservadora involucre al Gobierno en una delicada situación "que pueden y deben resolver los padres afectados".

Creadas en 1944 para atraer a los niños listos, en especial los de clases trabajadoras, las escuelas en litigio han ido llenándose con el tiempo de alumnos de clase media y media alta. Muy orgullosas de sus buenos resultados, aceptan hoy a los niños que obtienen mejores notas en los exámenes nacionales que cierran la escuela primaria.

Escasez de plazas

Los menores aspirantes acuden al propio centro a efectuar la prueba sabiendo de antemano cuántas plazas quedan disponibles. Los anhelos de sus progenitores y las innumerables clases particulares que han recibido para poder aprobar, pocas veces al alcance de familias con estrecheces económicas, sólo añaden mayor ansiedad al temido ejercicio.

A partir de los nueve años, los padres ingleses no hablan de otra cosa en los patios escolares. Una vez escogido el centro donde esperan que sus hijos sean educados para triunfar, se trata de prepararles a fondo para que aprueben el examen.

Para los grupos partidarios de abolir la selección, no vale la pena someterles a semejante presión. Si fallan, el instituto de secundaria no selectivo al que acudirán luego (comprehensive school), por lo general uno con menos reputación, será visto siempre como el último recurso para los vencidos. En otras palabras, con 11 años apenas cumplidos muchos niños creen que han ido a parar al cajón de los mediocres.

Rebecca Matthews, secretaria del colectivo Stop the eleven plus, que lidera en estos momentos la campaña contra la selección, asegura que los métodos de las grammar schools deberían pasar ya a la historia.

Su experiencia personal es reveladora. Cuando llegó al condado de Kent, en el centro de Inglaterra, que tiene la mayor concentración actual de los polémicos centros, se interesó por un buen lugar para su hija pequeña. Sin perder un minuto, los vecinos la inundaron con información sobre los mejores colegios selectivos, porcentajes de niños aprobados y resultados en el registro de calidad gubernamental. Abrumada, sólo acertó a contestar: "Pero si la pobre tiene cuatro años". Con el tiempo, su sorpresa inicial ha dado paso a un rechazo a la división del alumnado.

"No somos unos extremistas. Los institutos que no criban a sus alumnos son el lugar ideal para recibir una buena educación. Estos privilegios tienen que acabar, corrompen el sistema en su conjunto", ha dicho, con lo que ha provocado una agria respuesta por parte de John Harris, vicepresidente de la Asociación Nacional de Grammar Schools y director de una de ellas en Canterbury.

En su opinión, suprimir la selección le costará una plaza a "millones de niños pobres, pero inteligentes, que ahora florecen en unos centros donde son admitidos por sus aptitudes".

A pesar de su firmeza, ninguno de los dos bandos tiene claro el triunfo. Para su convocatoria, el referéndum propuesto por el Gobierno precisa de una petición firmada por el 20% de los padres de los niños menores de 16 años. De no poder organizarse entonces la consulta habría que intentarlo de nuevo el siguiente curso. Una vez efectuada, las grammar schools que pierdan el privilegio de la segregación no podrán recuperarlo. Si ganan los afines a ésta, la situación seguirá como ahora.

El Gobierno ha prometido que favorecería la transparencia de todo el proceso supervisando la recogida de firmas, así como el propio referéndum. Para algunos padres favorables a la selección, abolirla sólo generará una nueva forma de elitismo.

Las escuelas con buena reputación académica, apuntan, seguirán atrayendo a los más pudientes. De ahí que los traslados de domicilio para lograr una plaza -vivir junto al centro elegido asegura automáticamente la inscripción del niño- hayan empezado a convertirse en una moda en algunas regiones del país.

Para poder matricular al hijo hay padres que compran incluso una casa que tal vez no lleguen a habitar en un barrio estratégico. Dicho domicilio legal es presentado luego como residencia a la dirección del centro escogido. De otro modo, la prole sería añadida a la lista de espera, que, en ocasiones, supera el millar de aspirantes para un centenar de plazas libres.

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