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Elogio de la tortilla

XABIER ZABALTZA No sé si se habrán imaginado alguna vez cómo sería la vida sin la tortilla de patata. Sin la irremplazable tortilla de patata, ese manjar de dioses conocido internacionalmente como tortilla española, sempiterno alimento de hidalgos y pecheros. Pocas experiencias han sido tan traumáticas para este mal escribidor de fábulas como aquellos cuatro largos meses que pasó en una casa de un pueblecito inglés sin derecho a cocina. ¡Cuatro meses sin tortilla! Todavía hoy me pregunto cómo pude sobrevivir en condiciones que ni el mismo Robinson Crusoe envidiaría. Seguro que adivinan qué es lo primero que se preparó este conspicuo tortillómano en cuanto pudo pagarse un apartamento como Dios manda. No sé qué tendrá la tortilla. Máxime cuando viene acompañada de una cerveza fresca. El pincho por antonomasia convierte en amigo al desconocido y reconcilia a los enemistados. Sobre todo en el extranjero. En Inglaterra, por ejemplo, todas las diferencias entre vascos, catalanes, aragoneses, gallegos, andaluces, castellanos, etc., se diluían ante un buen bocado de la susodicha, cual pipa de la paz panibérica. Lejos de los anodinos pubs ingleses, en las tortilla parties nos juntábamos todos: gentes de Iruñea-Pamplona, de Lleida-Lérida, de Vigo-Vigo, de Chaca-Jaca, de Uvieu-Oviedo, de Madrí-Madrid, de Cai-Cádiz e incluso de Anasu-Santa Cruz de Tenerife. Y aún hay quien duda de que España sea una nación.... ¡Pero si hasta los portugueses se apuntaban a nuestros tremebundos empachos del sólido elemento! Yo, como buen patriota que fui, quise imaginar a nuestros primeros padres, Aitor y Amagoia, emigrando de su terruño caucásico con la receta de la lursagar-arrautzopila, que es como al parecer se dice en buen vascuence lo que los vascongados incultos llamamos patata-tortilla o incluso tortilladepatata. Aunque mucho me temo que los orígenes de tan suculento yantar sean bastante más prosaicos, más cutres diría yo. Pero si el pío don Pío en La leyenda de Jaun de Alzate pinta a los vascos del siglo X comiendo maíz, a pesar de que, según nos quieren hacer creer los libros de historia, fue traído de las Américas bastante más tarde, no veo por qué no podemos representar a los vascones de Roncesvalles machacando a tortillazo limpio a las huestes de Carlomagno. Porque, me reconocerán ustedes, entre la tortilla autóctona y la importada de allende el Pirineo es que no hay color. En esta cuestión, como bien pueden deducir, no soy nada francófilo. No sé qué opinaba Sabino de la tortilla maketa. Tal vez la anatematizara como al baile agarrao, que es el único que, muy a su pesar, interesa a la mayoría de los jóvenes euzkadianos a la hora de echar los tejos, así que bien anatematizados estamos todos. O tal vez no pudiera evitar echar un trasco de tiempo en tiempo, que no por ello se mancilla la raza. Y si se mancillare, que nos quiten lo jalao. No me consta que los abertzales hayan predicado nunca la limpieza gastronómica al modo de los nazis, por ejemplo, que propugnaban la sustitución del judaizante limón por el ario ruibarbo, convencidos de que sólo los frutos germánicos podían crear sangre alemana. Que yo sepa en Vasconia nadie ha intentado inventar un sustituto de la Spanish omelette. Aunque seguro que han oído el chiste aquél que dice: "¿En qué se diferencia la tortilla vasca de la española?" "En que tiene más huevos". Se ha hablado hasta el tedio de los factores que constituyen una nación: que si una lengua, que si una cultura, que si una historia (y una histeria) compartida, que si la voluntad de sus ciudadanos, que si patatín patatán. Pues miren por dónde: ¿no serán precisamente la patata y el huevo los elementos fundacionales de esta nación de naciones y de restaurantes llamada España? Mientras exista la tortilla existirá Carpetovetonia, mal que le pese a McDonald"s. Así que tenga usted mucho cuidado, querido lector, porque si le gusta la tortilla de patata tal vez sea usted español sin saberlo.

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