"¡A mí no me gusta dirigir!"
"Los actores deben crear las películas. A mí no me gusta dirigir. Me gusta más que las películas salgan un poco a lo Huidobro, de una forma vegetativa". "Quería hacer una película cómica, pero parece que me ha salido más bien dura". "No puedo presentar certificados notariales, pero esta película es la última". "¿Miedo a morir? Qué coño. Si acaso, cabreo".Genio y figura, Luis García Berlanga ha llegado a los 78 años lleno de ingenio, titulares y energía. Durante la entrevista está completamente encantador: caótico y genial, inteligente y simpático. No sólo por eso, y a ratos más y a ratos menos, Berlanga es como sus películas y sus personajes: habla por los codos, tiene una memoria portentosa, divaga mucho pero siempre retoma el hilo, gasta la fantasía abigarrada de una falla pero nunca dispara en vano.
Tal vez lo más sorprendente es que sus ojos mantienen un fulgor pícaro de muchacho valenciano maledicente. Pero lo importante es que ya esta aquí la 19ª película del autor de Bienvenido Mr. Marshall, Plácido, El Verdugo, Calabuch y la trilogía Nacional. Se estrena el día 8, y se titula París-Tombuctú, cosa bastante extravagante para un cineasta que ha pasado a la historia por retratar con acidez muy saludable las miserias españolas. Pero que nadie se asuste. La película tiene tantas dosis de "antiespañolismo" y mala baba como todas las suyas. Aunque esta vez es diferente. Entre el disparate, el chascarrillo y la velocidad, deja una mirada terrorífica. Se diría que Luis García Berlanga se mete esta vez mucho más consigo mismo que con los demás. Curas, pervertidos varios, anarco-nudistas, alcaldesas horteras, hombres de negocios, traficantes de inmigrantes y picoletos salen bien escaldados, pero parece que, aprovechando que es el último tren, Berlanga se ha dicho: "¿Creías que ibas a librarte? Pues ahí tienes lo tuyo".
Pregunta: ¿Así que es verdad lo que dicen? ¿Es su última película?
Respuesta: Bueno, ahora mismo no puedo presentar los certificados notariales, pero sí, creo que ya soy suficientemente mayor como para no ceder a las presiones de mi familia, mis amigos y mis presuntos admiradores, sujetar mi calzonismo habitual (porque yo soy muy calzonazos) y no hacer ninguna película más. Y digo lo de admiradores supuestos porque el otro día uno me paró por la calle y me dijo: "¿Retirarse usted? Como se retire le pego dos hostias".
P: ¿Y, siendo la última, está contento de cómo le ha quedado?
R: Sí, y me jode decirlo en plena promoción. He visto la película en positivo, cosa que no suelo hacer, porque eso de ver tus películas es horroroso, siempre las ves en negativo, tomando notas para detectar los fallos. Segundo, cuando ves la copia final estás hasta... Calculando el otro día con unos amigos, vimos que una escena cualquiera, aquella de Agustín González y López Vázquez con la cigala en una de las Nacionales, por ejemplo, entre que la has escrito, la has corregido, la has ensayado, la has rodado (varias veces porque hago muchas tomas) y la has doblado... Bueno, pues calculamos que la habría visto unas 500 veces como mínimo, y así es muy difícil que te guste. Pero hay otra cosa, el deterioro físico de la película lo jode todo. Ya dijo Scott Fitzgerald que la vida es un proceso de destrucción, ¿no? Pues con las películas es igual. Al tercer día empiezan a cortarse trozos, le salen rayas...
P: ¿No contará también la timidez en eso?
R: Es otra razón posible, sí. La verdad es que es muy ridículo ir al cine a ver una película tuya. Siempre me imagino que me ve un señor entrando y dice: "Hay que ver este Berlanga, qué imbécil. ¿Habrá venido a ver qué nos parece, a ver si nos reímos?" Pero la causa más objetiva es que ver algo 500 veces es un coñazo. Por eso, el día del estreno voy porque me obliga el productor. Y cuando empieza, vado vía.
P: ¿Y en esta ha encontrado fallos?
R: Bueno, también he tomado notas para cambiar algunas cosas, pero ya sé que no me van a hacer caso, que no hay tiempo, así que estoy resignado. Un poco sorprendido también, positivamente. Lo que es verdad es que ésta es la película que he rodado más a mi aire, en la que más fragmentos de mí han caído. He puesto un poco de mi caca ahí dentro... Pero sobre todo me gusta porque es la más abstracta, en la que menos me he atenido a los reglamentos habituales...
P: ¿En qué sentido?
R: Pues en todos; en cosas técnicas y en otras cosas... Es una de las que menos he dirigido, creo que sólo un 30 o un 40 por ciento. Es que lo de dirigir a mí me parece una... Creo que los actores deben crear las películas. Hay que darles ese mérito, aunque muchos no quieran. Si yo fuera actor me sentiría muy mal si viniera Almodóvar a enseñarme cómo debo besar a mi pareja... Ponte así, cójela asá...
P: Luis Ciges, que presume de haberle metido muchas frases, dice que usted es un dire bueno precisamente porque no va de dire...
R: (Risas) Es un genio mi tocayo. Sí, siempre mete alguna cosa y tenemos que parar de rodar. Por las carcajadas. Yo creo que aquí ha metido la frase más graciosa de todas... "Pónganle un telefonema a mi mujer". ¡Qué frase! No hay otro igual.
P: ¿Ni Pepe Isbert?
R: Ciges es el actor más genial del cine español. Isbert no se salía del guión ni una coma, aunque tenía una comicidad especial... Ciges siempre crea algo diferente, una palabra, una mirada. Siempre me he arrepentido de no haber guardado unos restos de película que le hice durante un rodaje... Estaba Elena Santonja, la que hacía el programa de cocina, y lo llevábamos a él de invitado a que hiciera una receta. Se tiró 20 minutos hablando y yo, aunque sólo necesitaba una frase, le dije al cámara que no cortara. Hizo una sopa con 30 o 40 huevos, lo más gracioso que yo he visto. Me alegra que los jóvenes hayan reconocido su talento. Y me arrepiento mucho de haber perdido ese trozo de película. Aunque él siempre se mete conmigo porque nunca le invito a casa.
P: Dice que usted y Azcona son muy raros. Que usted tampoco conoce la casa de Azcona.
R: Es verdad. Yo creo que es cosa de las mujeres. Si les metemos los amigos en casa nos echan. Pero no hay que hacer caso. Somos los tres muy mentirosos.
P: Volviendo a París-Tombuctú, el regreso de un Michel Piccoli solitario, ex fetichista y médico recuerda a Tamaño natural. ¿Es el mismo personaje?
R: Puede que sea el mismo, sí. En Tamaño natural era dentista, pero se habría podido reciclar en cirujano plástico... Lo raro es que sea ex fetichista, porque eso, y lo digo por experiencia, se es o no se es. Hasta el final. Pero el caso es que yo creía que la película era sólo una crazy comedy, pero parece que no. Mientras rodábamos me decían que no me metía con nadie, que estaba hecho un blando... Y hay gente que la ha visto luego y dice que es mi película más dura... Lloran y todo. No sé. Igual es que tengo ya la tripa jodida y la mala uva me sale sin querer. Lo curioso es que yo nunca he metido nada de mí mismo en mis películas. Siempre se ha dicho, y es verdad, que mi cine retrataba, o denunciaba, la miserabilización de la sociedad, que enseñaba cómo la jodida sociedad desplegaba sus trampas para impedir a la gente cumplir sus sueños, sus ambiciones. Las han llamado Crónicas de un fracaso. Quizá aquí hay más cosas mías, la soledad. En ese sentido, es la primera vez que me implico tanto.
P: Las primeras críticas han sido buenas. ¿Le importa?
R: Desde La vaquilla no he leído nada más que las de EL PAÍS y Abc, porque son los periódicos que leo. No por nada, sino por no cabrearme con los amigos. Pero esta vez me preocupa. Hasta que no descubra si es una comedia loca o una película dura no voy a parar.
P: ¿Usted qué quería que fuera?
R: Yo quería contar la huida imposible. Para los intelectuales franceses de los años 30, Tombuctú era el mito de la muerte civil, moral. En los años de Tamaño natural, los 70, yo tenía mucha afición por la literatura francesa... En fin. Tombuctú es un símbolo: ese final de ruta al que nadie llega. Piccoli encuentra una bicicleta para fugarse, pero no se quiere meter en la senda de los elefantes. Sabe que las fugas nunca llegan a meta, que siempre hay un relevo...
P: Y, como dice Ciges/Bahamontes/Bahamonde, hasta gregarios que pegan al líder en la cabeza.
R: Sí, eso es lo que dice el tango, Cambalache. Y por eso, aunque no me gusta meter música en las películas, decidí ponerlo.
P: La canción se contradice un poco con ese plano final de la pintada "Tengo miedo". Se dice que es una llamada de socorro...
R: Qué coño. Yo no tengo miedo del milenio como Paco Rabanne. Ni de palmar ni nada. Si acaso, cabreo. Cuando era joven me asustaba la idea de morir en el hospital con las monjitas, ahora no. Y lo de la pintada... ¡me convencieron ellos, los demás! La verdad es que sí, subraya el dramatismo, pero tampoco hay que hacer mucho caso, que si hacemos caso se nos van al carajo las intuiciones anteriores. Y tampoco es cosa de joder la entrevista a estas alturas...
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.