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Puente a ninguna parte

Nada indica que las estructuras de hierro que adornan el comienzo de la calle Portal de Foronda en Vitoria, frente del Gobierno vasco en Lakua, sean parte de la memoria cotidiana de la ciudad. Desde que hace cinco años se colocaran allí, los visitantes que llegan en coche a la ciudad desde el norte se encuentran con dos esqueletos de hierro oxidado, colocados uno encima de otro, en forma de aspa y rodeados de césped, y se preguntan qué es. ¿Material de desguace o una escultura? Pues ni una cosa ni otra: se trata del puente de la línea férrea Madrid-Irún que desde finales del siglo pasado cruzaba la calle Castilla de Vitoria. Los orígenes de este peculiar monumento nacen del crecimiento urbanístico de la ciudad que provocó que hace cinco años ese punto, nexo entre el centro de la ciudad y el parque del Prado y más allá con el barrio de Ariznavarra, se convirtiera en un cuello de botella para los automóviles y en un paso incómodo para los peatones. El Ayuntamiento consideró que había que resolver el problema circulatorio y, después de hablar con Renfe, inició el cambio de un puente que era parte del paisaje urbano de Vitoria desde finales del segundo tercio del siglo XIX. Como recuerda Miguel Ángel Gómez, veterano técnico municipal, "no sólo se pretendía resolver los atascos provocados por la estrechez del paso, también interesaba dar luz a aquella zona, ya que la estructura del puente viejo la hacía algo siniestra". Y el consistorio vitoriano también pensó en el destino del viejo paso de la calle Castilla, de hierro fundido y remachado, al estilo Eiffel. Se buscó un lugar amplio en el que destacase su figura, para que estuviese a la vista del mayor número de vecinos y visitantes. El puente es una joya de la arqueología industrial, construido con estructuras que ya no se fabrican. Atendiendo a esta sensibilidad, Renfe no puso pegas para que el Ayuntamiento se hiciera cargo de la reliquia ferroviaria. La instalación final quiso recordar aquel paso del puente sobre la calle Castilla y se dividió la estructura en dos partes, colocándose una encima de otra en su nuevo emplazamiento. La de abajo, apoyada en las vallas protectoras, semeja el túnel por el que pasaban los automóviles, mientras que la de arriba, cruzada en aspa, recuerda la vía del ferrocarril Madrid-Irún que todavía cruza Vitoria de parte a parte y que se pretende soterrar. Por cierto, antes de que llegue ese momento, los nostálgicos del viejo puente todavía pueden disfrutar del paso existente sobre el paseo de la Senda, de factura similar. Sin embargo, el monumento que se levantó en la salida de Vitoria hacia Bilbao con los restos del viaducto del ferrocarril tiene más el aspecto de una ruina. Ningún panel explica qué es y qué valor histórico tiene. Y con el paso del tiempo, son muchos los que se preguntan qué hace un puente oxidado en tierra de nadie, desplazado con cierto abandono a la otra punta de la ciudad. Un puente que ha vivido la ruidosa historia ferroviaria de Vitoria de los últimos cien años y que ahora es testigo mudo de su crecimiento en las parcelas de Lakua.

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