L"Alcora, cerámica comestible
Si uno se asoma desde La Reja de Alcora, situada en la parte histórica de la población, comprueba con sorpresa que existe un valle lleno de cultivos. Desde la naranja hasta el olivar, pasando por todo tipo de frutales y hortalizas. Este hecho resulta inesperado para el viajero que desde el cruce de la autopista se adentra hacia L"Alcora por una senda de fábricas de cerámica que parecen impedir cualquier tipo de cultivo. Pero, ¿debemos desechar la palabra cultivo cuando nos referimos a la arcilla? Cultivo no será, pero sí materia comestible. Desde la antigüedad romana se conoce el pan de Piceno, que según Jean François Revel es la única aportación latina al arte de la panadería, y que consiste en mezclar haciendo una masa comestible, un cereal llamado zéa, -especie de mijo-, y un tipo de arcilla, la creta, que forman el pan picénico. Según Plinio el Viejo, este pan no debe comerse sino después de haber sido humedecido con leche melosa. Volvamos a asombrarnos con el mundo romano, esta creta era singularmente apreciada si procedía del entorno de la zona valenciana, y parece que el emperador Augusto abonaba a los napolitanos por la exclusiva de esta arcilla anualmente veinte mil sextercios. Pero no debemos alejarnos tanto en el espacio ni en el tiempo, en nuestros siglos XVI y XVII era costumbre entre las damas comer arcilla, ya que esta actividad les proporcionaba la palidez necesaria en la alta sociedad de la época. Una de las interpretaciones más serias del cuadro Las Meninas, de Velazquez, afirma que el jarrillo que se ofrece a la Infanta es para comer. Digo bien, no para beber el contenido, sino para comer el continente. Dejemos, no obstante, la arcilla e intentemos recorrer el espacio que hoy hemos elegido observando cuales son los productos que deben acomodar el menú de la zona. Estamos claramente en el interior y se aprecia tal característica; cerdos, corderos y caza menor en general dentro del apartado de las carnes, pescados ninguno, y en cuanto a verduras las que proporcionan las muy pequeñas huertas diseminadas aquí y allá. Puesto que estamos dentro de un gran complejo industrial es abundante la oferta de restaurantes que posibiliten la manutención e incluso faciliten los negocios del entorno. De entre los de mejor nivel hemos elegido al Restaurante San Françesc, situado en el centro de L"Alcora. La entrada está decorada, como es de obligación, con azulejos; el comedor, sencillo, esta subdividido con unas mamparas de celosía que preservan bastante eficazmente la intimidad de cada mesa o grupo de estas. Decidimos que, como siempre, la comida debe acercarse en la medida de lo razonable a lo "típico", por lo que solicitamos una entrada de productos y derivados del cerdo fritos y conservados en aceite; la costilla, el lomo y la longaniza están buenos aunque quizá un poco insípidos a fuerza de intentar suavidad. Existen productos, cuya propia naturaleza les obliga a una entidad de sabor, ya que si pierden este han perdido su esencia. Uno no sólo comprende, sino que exige una mousse suave, pero la longaniza de cerdo, o tiene sabor y entidad carnosa o no es. Se nota que el aceite es un producto de la zona, y por ello se debe ser pródigo en el mismo, pero caramba, no tanto, pues el conejo y la paletilla de cordero nadaban en un proceloso mar oléico, lo cual además les privaba de la posibilidad de exteriorizar su sabor. Pude, no obstante, intuir un positivo gusto a cordero en sazón en el trozo que me correspondió. Los postres, en su inmensa mayoría caseros, están bastante acertados, helado de higos, tarta de almendra, flan de café, si acaso este último con un exceso de gelatina que le otorga demasiada solidez. Otro punto es la carta de vinos. No es fácil encontrarlas así en la comunidad, lo cual dice mucho del interés con que los propietarios intentan satisfacer al cliente. Están bien representadas en ella las principales regiones vinícolas españolas, y dentro de estas, las marcas más acreditadas del momento con unos precios ajustados. Además el patrón, al que se le aprecia interés por el tema, es capaz de ayudar acertadamente a la elección adecuada al tipo de comida. Una buena bodega de licores completa el menú que se paga a precio de restaurante para ejecutivos, por lo que si a lo comido le añadimos un whisky de malta, nos acercamos a las siete mil pesetas persona. Se puede además aprovechar el viaje para alicatarse hasta el techo la cocina.
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