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Estrellas y deseos

En los años ochenta, cuando Madrid resurgió de las cenizas del franquismo como resurgió de sus cenizas el Gato Félix (que diría el presidente argentino Carlos Menem ante la perplejidad y el bochorno de una nación imbuida de semiótica), se acuñó una frase que vino a ser seña de identidad de un cambio necesario, esperado y vivido en esta ciudad con un entusiasmo muy cercano a la euforia. "De Madrid al cielo", podía leerse en revistas emblemáticas como La Luna, en postales diseñadas por los fotógrafos y los artistas de moda, en camisetas que podían comprarse en el Rastro con un orgullo mucho mayor que el del simple souvenir. Los que vivieron ese momento de esplendor urbano sentían que Madrid era la mejor plataforma de lanzamiento, el mejor de los puntos de partida hacia el mejor de los destinos, que siempre, antes y después de la movida madrileña, ha sido el cielo.Es posible que aquella explosión de alegría estuviera inflada de ingenuidad, pero lo cierto es que generó en los madrileños más jóvenes un amor inédito por su ciudad que fue un motor de fe en el presente y en el futuro. Y lo sorprendente era que el único futuro que se concebía capaz de superar a aquel presente urbano se ubicaba en el cielo, que es el lugar más contradictorio de Madrid. De los atardeceres más hermosos que se pueda contemplar, el cielo de Madrid pasa a ser una presencia que se sabe pero que no puede ser mirada cara a cara; una vez que la iluminación eléctrica ocupa el trayecto completo de la mirada, sólo podemos intuir que detrás de ese reflejo anaranjado y brumoso de contaminación brillan unas estrellas que hace muchísimo tiempo que no vemos. Desde la isla de Ibiza o desde cualquier otro lugar de aire limpio, al alzar los ojos de noche, uno puede encontrarse con esa explosión de guiños formada por millones de estrellas. Físicamente y en relación astronómica, la distancia entre Madrid e Ibiza es irrelevante; sin embargo, para nosotros, paradójicamente irrelevantes aunque insustituibles partículas del universo, la bóveda celeste que acompaña a nuestros ojos y a nuestro ánimo, ese cielo que es el mismo y tan distinto en Madrid o en Ibiza, es el único nexo que nos mantiene unidos. "Hay un montón de estrellas", se dice desde la isla a los que están en Madrid. Un mismo cielo que en la isla nos muestra generosamente lo que en la ciudad ocultan tantos afanes.

"De Madrid al cielo" era una frase precisa, porque cuando se redescubre el sencillo y puntual esplendor de Venus, uno sabe que en Madrid le aguardan muchas cosas, muchas personas, muchos proyectos; uno sabe que en Madrid espera la mayor parte de su vida. Pero sabe también que en Madrid no se ven las estrellas y que ha de readaptarse a prescindir de una alegría incomparable y tan fácil como mirar hacia arriba.

Quizá los alegres madrileños de los ochenta se referían a esa única carencia cuando apelaban al cielo, quizá sabían que en Madrid hay todo lo imaginable, muchas posibilidades de llenar el tiempo de una vida cotidiana ruidosa y agresiva que nos han enseñado a aceptar diestramente, extrayendo en la medida de lo posible lo mejor de su oferta. Pero seguro que sabían, impenitentes noctámbulos los alegres madrileños de los ochenta, que de noche en Madrid faltan las estrellas, y que si no llueven estrellas en el cielo, es mucho más difícil poder pedir deseos. Por eso yo creo que lo mejor que puede hacerse en verano, si uno ha salido de Madrid y está en un lugar en el que naturalmente le saludan las estrellas cada noche y en el que la ilusión le permite esperar con calma, es aprovechar la fugaz oportunidad de formular sus deseos. Así, volveremos a nuestra querida y carente ciudad con los deseos ya pedidos, los deseos de verdad, los determinantes, que son los únicos que nos atrevemos a pedir cuando las estrellas fugaces hablan por un instante a nuestros ojos. Y entonces Madrid será un lugar mucho más valiente y mucho más feliz, porque será el escenario de la consecución. Si cada uno de los que hemos visto una estrella fugaz y hemos pedido nuestro deseo más profundo, y que sabemos nuestro deseo de verdad, volvemos a Madrid dispuestos a poner todo el empeño en que se realice, Madrid se convertirá en una ciudad muy parecida al cielo que no vemos, llena de estrellas con nombres y apellidos que brillan como si cada día fuera una noche de otro lugar mejor, el único posible, según tantos madrileños entusiastas, mejor que Madrid: el cielo. Y entonces, hasta que podamos volver a tumbarnos de noche frente a frente con el universo, el tiempo de nuestra vida, como el de las estrellas y el de nuestros deseos, se medirá en años luz.

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