Sáhara y democracia en Marruecos
Por haber colonizado el Sáhara durante décadas, España contrajo una deuda con sus habitantes: la de preparar bien su futuro. La geografía y la historia hubieran aconsejado prepararlo en armonía natural con Marruecos, sacando las ventajas de una relación privilegiada hispano-marroquí. En lugar de ello, se apostó a contracorriente. La Administración española dudó si vincular o no el territorio a la zona sur del protectorado, la región de Cabo Juby. Cuando aparecieron riquezas mineras y se imaginó un Eldorado desde fines de los cuarenta, se optó por ligarlo lo más posible a la metrópoli; más tarde, por fabricar un país que mantuviera lazos especiales con ella. El envío del antropólogo Julio Caro Baroja, a fines de 1952, por la Dirección General de Marruecos y Colonias para estudiar el Sáhara entra dentro de este proyecto de construcción de una identidad política, de la búsqueda de sus mitos fundadores. El libro Estudios saharianos, en el que no se distingue entre lo que hoy es motivo de litigio y lo que se retrocedió a Marruecos en 1958, aparece al público en 1955, cuando los aires descolonizadores están en marcha, pero España no los quiere sentir. Descolonización era sinónimo para Franco de comunismo, y el partido independentista de Marruecos, el Istiqlal, aunque de ideario islamo-nacionalista, le parecerá, como a Carrero Blanco, que dirige personalmente los asuntos coloniales, un instrumento de Moscú. De ahí esa estrategia franquista de alejar lo más posible al Sáhara y a los saharauis del contacto natural con sus vecinos de Marruecos. Y no precisamente por respeto a la identidad especial de los llamados "hijos de la nube". La guerra de 1957 es el detonante de la provincialización del Sáhara e Ifni. Una apuesta contra la historia y contra el buen sentido. Franco, el africanista, fue siempre mezquino con Marruecos y no quiso imaginar otra solución que uniera estos territorios a sus vecinos marroquíes. Franco nunca tuvo una visión costista de la necesidad de tener a nuestro sur un Marruecos fuerte. O a nuestro este, si pensamos en las Canarias, para las que el Sáhara, según algunos, fue siempre su retropaís.Con Ifni pasó lo ineluctable, su plena inmersión en Marruecos en 1969. Con el Sáhara se siguió un proceso turbio que dio pie a un cuarto de siglo de guerra inútil y a alimentar en la izquierda europea el sueño ingenuo de una independencia de diseño, por no haber optado a tiempo por una negociación inteligente para acercar progresivamente el territorio a quien era nuestro vecino. Razones étnicas e históricas no faltaban. Por el contrario, se trabajó con las élites del Sáhara para alejarlas de todo proyecto común con los vecinos, incluso enemistarlos, fomentando la idea de un territorio aparte, con personalidad propia, sin vínculo alguno con el entorno.
En el momento de la descolonización, el franquismo agonizante, que quiso comprar con los acuerdos del gas y de cooperación la neutralidad argelina y salvar la cara frente a las alharacas de la Marcha Verde con un seudorreparto salomónico entre Marruecos y Mauritania, que fracasó creando un partido independentista sin suficiente arraigo y que no pudo servirse de un Polisario en manos de Argelia, no podía preparar con credibilidad un futuro para el territorio. La opción marroquí tenía en su contra el poco atractivo de su sistema político. La izquierda europea no veía con buenos ojos reforzar así el régimen autocrático de HassanII. No se supo ver que el Sáhara podría haber constituido el punto de arranque de un cambio político, trabado entre la oposición y el trono en 1974 con el Sáhara como centro. La guerra con el Polisario y la obsesión de seguridad que llevó a la enemistad con Argelia sirvieron de pretexto para el inmovilismo, para hacer fracasar el proyecto liberalizador. La sangría del Sáhara costó caro a Marruecos no sólo en vidas y dinero, sino también en democracia. Una cierta paranoia invadió Marruecos y a los marroquíes que se sintieron incomprendidos en lo que habían considerado su "causa sagrada". Este nacionalismo victimista fue aprovechado por las fuerzas de resistencia al cambio para seguir rigiendo el país con mano dura.
Durante 25 años, los marroquíes han vivido compulsivamente la cuestión del Sáhara. Desde el último marroquí de la calle, que antes de decir su nombre dejaba claro -por si acaso- que el Sáhara era marroquí, hasta el intelectual más avezado del reino, que, al afirmar lo mismo, encontraba siempre una excusa para dejar claro que no se atrevía a pronunciarse más allá de lo que, intuía, le dejaban decir.
En mi experiencia universitaria he tenido significativos tropiezos que revelan hasta qué punto la relación de los intelectuales marroquíes con el Sáhara ha estado viciada. Desde un libro encargado a un equipo solvente euro-magrebí sobre Geografía social del Magreb, que no se llevó a término porque el espectro del Sáhara se cruzó por medio, hasta un episodio, cómico en su dramatismo, de un profesor marroquí de los más lúcidos e independientes del país al que le costó dios y ayuda decidirse a comprar en el Rastro madrileño un puzzle de madera con el mapa de África para su hijo, por miedo al qué dirán del aduanero de turno o de los amigos de su hijo, que podrían inquirirle con sospecha por qué el Sáhara aparecía en una pieza aparte y con un color diferente al de Marruecos. Nadie se atreve a adentrarse libremente en ese tema, considerado dominio reservado del Majzén, controlado directamente por el Ministerio del Interior.
En un Marruecos en trance, con un Gobierno de alternancia dirigido por un viejo opositor que prepara la transición hacia un Estado más abierto y democrático, no deben caber las materias reservadas. El Sáhara es la clave de la democratización de Marruecos. Un expediente aún pendiente, pues no se podrá construir un país en democracia mientras sigan existiendo tabús como éste.
HassanII controlaba directamente el expediente sahariano. Con su desaparición se abren perspectivas para que se levante este tabú. Mientras esto no ocurra, la mayoría de edad intelectual del pueblo marroquí no será reconocida plenamente. No se trata de que deje de creer en la legitimidad de su convicción en la marroquinidad del Sáhara, pues no sería justo, sino de que acepte como legítimo que otros -aunque sean marroquíes o saharauis- piensen lo contrario. Ése es el principio de la democracia. Y del referéndum. Sólo así, Marruecos podrá sentirse fuerte ante los ojos de la comunidad internacional para saber ganarlo.
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