Biblioteca
J. M. CABALLERO BONALD Confieso que mi cultura en asuntos de informática es francamente defectuosa. Incluso puede llegar a inexistente si se trata de algo distinto a un mero procesador de textos, que es de lo que yo me valgo para escribir, y aun así tampoco las tengo todas conmigo. Quiero decir que cualquiera noticia que salga del más rudimentario trato con un ordenador, me provoca una especie de perplejidad ilimitada. Lo digo porque acabo de saber que se ha descubierto una molécula artificial, un chip microscópico que engendrará una nueva generación de computadoras miles de millones de veces más rápidas que las actuales. Aún no me he recuperado de la impresión, o sea, que no me lo creo. Es como cuando me hablan del origen del tiempo y del espacio o de la expansión del universo: el vértigo invalida mis afanes científicos. Hay otra noticia sobre estas cuestiones algo más asequible, dentro de lo que cabe. Se refiere a Internet, que es también materia ajena a mis aficiones y a mis luces. La Universidad de Alicante ha inaugurado lo que se llama una biblioteca virtual, bautizada naturalmente con el nombre de Cervantes. El invento resulta de veras extraordinario. Dentro de poco, una impresionante colección de "obras electrónicas" -sólo la Universidad de Alicante va a digitalizar unas 30.000- serán incorporadas a la base de datos de esa biblioteca y podrán ser copiadas gratuitamente por los usuarios de Internet. En principio, todo parece técnicamente portentoso y de una innegable trascendencia cultural. Pero hay algo que no se ha planteado, al menos que yo sepa. Aseguran por ahí que el soporte del papel como medio de difusión de la literatura, tiene sus horas contadas. No sé: lo dudo. Dicen que si un día la población mundial se inclinase ilusoriamente por la cultura escrita, no bastarían todos los árboles que aún hay en la tierra para fabricar el papel que esos libros exigirían. Nada más recomendable por tanto que buscarle a la literatura unas vías alternativas por si se cumple tan descabellada utopía. Pero ni ese razonamiento me parece sensato ni me suena a algo más que a una quimera milenarista. ¿En qué ordenador, perdón, en qué cabeza cabe que el mundo entero, en bloque, comparta un día el gusto tradicional por el libro? Resulta tan literaria esa eventualidad que se necesitaría un número incalculable de páginas impresas para comentarla. Yo no creo, o no quiero creer, que el libro vaya a ser eliminado en un presunto futuro por los envites consecutivos de las nuevas tecnologías, entre otras cosas porque tengo la certeza de que no se va a inventar nada más apetecible. Ningún sucedáneo podrá suprimir el acto gozoso de dialogar con un libro. No con un libro virtual, claro, sino con ese objeto real que también suele ser un cómplice insustituible. Incluso podría trasladarse a este terreno lo que decía Groucho Marx de la televisión: que es un estímulo para la lectura, porque "siempre que la encienden en la sala me retiro a mi cuarto a leer". De todos modos, habrá que confiar en que el ratón del ordenador que conecte con esa biblioteca virtual, no anule la figura del ratón de biblioteca. Sería catastrófico para los ratones.
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