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Comendadoras de Santiago

Tengo que reconocer que el Hijo del Trueno, como le llamó Jesucristo, me sorprende cada día con nuevos prodigios. He recorrido su Camino con cierta devota curiosidad y ahora descubro que, sin moverme de Madrid, encuentro nuevos testimonios de su capacidad de obrar milagros. He visitado la iglesia del convento de las Comendadoras de Santiago porque la Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid ha tomado la plausible decisión de restaurar el inmenso conjunto que forman convento e iglesia.El convento es de clausura. Es un caserón que da a la plaza de su nombre y también a las calles de Quiñones, Amaniel y Acuerdo. El de la plaza de las Comendadoras es un delicioso rincón en que uno cree haberse trasladado al siglo XVII, cuando se construyó el edificio por fundación de Felipe IV. La iglesia es una obra de gran empaque, con una soberbia cúpula, debida al genio de Sabatini, arquitecto de Carlos III, quien debió de rehacer la primitiva del siglo XVII.

En el altar mayor hay un notable lienzo de Lucas Jordán que representa a Santiago montado en su caballo blanco cuando se apareció al rey Ramiro en la batalla de Clavijo. Yo había visto en San Francisco el Grande, el que, sobre el mismo asunto, pintó Casado del Alisal, un cuadro magnífico. Pero el del pintor a quien llamaron Fa presto, porque trabajaba muy deprisa, no desmerece en absoluto.

Y hay otras obras de interés en la iglesia, no sólo pinturas, sino esculturas también, como las imágenes que hizo Roberto Michel, el autor, entre muchas obras, de los leones de la fuente de la Cibeles. La sacristía del templo, llena de luz y con magníficas estatuas de reyes, fue construida en la época de Fernando VI por Francisco Moradillo, uno de los arquitectos de las Salesas Reales.

En esta iglesia tienen desde antiguo su capítulo los Caballeros de Santiago. Hay una serie de estandartes que les pertenecen y una lápida de mármol que recuerda a los que perdieron la vida en la guerra civil, aquí llamada Cruzada, entre ellos José Antonio Primo de Rivera.

Cuando Felipe IV fundó el convento, en 1650, las primeras religiosas vinieron del convento de Santa Cruz de Valladolid. Pero la llegada de estas monjas estuvo precedida de negociaciones que terminaron en acuerdo. De ahí, según una versión, que se llamara del Acuerdo una de las calles que rodean el convento. Ahora bien, en ese acuerdo participaron los astros. Porque los negociadores vieron aparecer sobre el edificio cinco estrellas que venían de Toledo. Esto hizo creer a algunos que el cielo mandaba que vinieran al convento las monjas de Santa Fe, de la imperial ciudad. Pero luego vieron que esas cinco estrellas se retiraban y ocupaban su lugar otras cinco que venían de la Vieja Castilla. En la interpretación de este fenómeno astrológico intervino nada menos que la beata Mariana de Jesús, la santa más madrileña; y también la más sabia, porque el mismo Jesucristo le había enseñado latín para que pudiera rezar.

Pero hay más prodigios, porque una chica de la Montaña de Santander, que se quería hacer monja, entró un día en una ermita de la que tomó una imagen del Niño Jesús, que formaba parte de una talla de la Virgen, y le dedicó toda su devoción. Un día, mientras rezaba, llegó un peregrino y ella, hablando con él, le dijo que quería ser monja. El peregrino le respondió: "Pues en Madrid acaban de construir un convento y allí podrás profesar". La chica se fue, parece que andando, a la capital sin olvidarse de llevar el Niño Jesús. Llegó a Madrid y, no sabiendo adónde ir, se dirigió a una imprenta que era propiedad de una tal señora Quiñones, situada en la calle que hoy lleva su nombre. Y, mira lo que son las cosas, la imprenta estaba junto al convento que ella buscaba. La Quiñones la acompañó a la iglesia. Allí había una estatua del Apóstol Santiago. Al verla, la santanderina exclamó: "¡Anda!, éste es el peregrino que me dijo que viniera a Madrid para profesar de monja".

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Así fue como la muchacha entró en el convento. Y la imagen del Niño Jesús que ella traía fue colocada en un altar y se venera hasta hoy con el nombre de Niño Montañés. Todo lo cual demuestra que el Apóstol tiene a Madrid más simpatía que la que hubiera podido creerse. Y que, por su consejo, vienen a esta ciudad personas con santos propósitos. Bueno, si no santo, es el que parece tener el señor Villapalos cuando anuncia que se va a restaurar el convento e iglesia de las Comendadoras de Santiago.

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