A espaldas del decorado festivo
Conscientes de que la fiesta es un auténtico motor económico, sobre todo ahora que se avecina un fin de semana de abarrote al límite, muchos trabajan a espaldas del decorado festivo para que la mayoría disfrute. La Semana Grande se convierte así en un mecano gigante de engranaje preciso, un precioso puzzle de laborioso encaje. Todo es desmesurado. Desde la basura que se genera hasta los bocadillos que se venden. Los donostiarras producen durante las fiestas un 40% más de basura que el resto del año. Naturalmente, para contrarrestar tanta porquería, el Ayuntamiento moviliza un dispositivo de 150 personas, que comienzan la jornada a las cinco de la mañana. En su periplo para dejar limpia la ciudad intervienen cuatro camiones cisternas que transportan en total 16.000 litros de agua. El esfuerzo es ímprobo para atender a las casi 400.000 personas que pueden llegar a copar la ciudad minutos después de los fuegos artificiales. La Policía Municipal se multiplica para atender todos los frentes con 200 agentes a esa hora, justo cuando el trabajo se multiplica para quienes tienen que servir a los ansiosos por un helado, de los que cada noche de fiestas se venden cerca de 15.000. En la heladería Los Italianos, señera en San Sebastián, trabajan hasta 20 personas y la demanda llega a desbordarles por momentos, según Linda Arnoldo, quien sigue la estela de su abuelo tras la apertura del establecimiento en 1936. Bandejas repletas de bocadillos se pasean en un visto y no visto en el Bar Juantxo, en la Parte Vieja, lugar de culto de muchos donostiarras en el arte de endiñarse un bocata de tortilla de patatas. Las cifras asustan durante estos días. Abren a las ocho de la mañana y no echan la persiana hasta las cinco y media de la madrugada. La cocina parece una planta industrial de machacar patata y huevo. Un día normal pueden llegar a vender cerca de mil bocadillos a 285 pesetas la pieza. Lo que es imposible imaginar es una noche de juerga sin cerveza, Coca-Cola y cubatas. Junto a la Plaza de la Constitución está el pub Truck. Elena, Jaione y Esther preparan las cortezas, los limones, las naranjas y los zumos para los más exigentes del arte de la copa desde primeras horas de la mañana para que no falte de nada. La vorágine llegará de madrugada. A pesar de contar con una máquina y tres bolsas de basura grandes repletas de hielo, probablemente se les acabe y tengan que terminar acudiendo a otro local para pedir. Si durante el resto del año, el pedido de 80 cajas de Coca-Cola con 20 botellines cada una que les acaba de llegar les dura 15 días, ahora sólo aguanta un par de jornadas. Hay planes más relajados, como montar en el carrusel. Desde que comienza a dar vueltas, allá por las 11.30 hasta la 01.00 se llegan a subir 1.500 personas.
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