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ABECEDARIO ANDALUZ Jota

A. R. ALMODÓVAR Al oído no andaluz tal vez sea éste el rasgo más llamativo de nuestra fonética, especialmente en la parte occidental: la pronunciación suave de la j (también de ge, gi), como si fuera una hache aspirada. Lo que se viene definiedo como un "ligero soplo espiratorio", vamos, un suspiro. Suspiro, a lo mehó, del alma doliente de esta tierra. Porque hay que ver la cantidad de trabajosos caminos que confluyen en él. Como que parece un superfonema del habla andaluza. Ya lo vimos en el mantenimiento vulgar de una antigua F inicial latina: jierro, jaba, jundío, jincá..., todas pronunciadas con esa misma aspirada. Ahora nos la encontramos en todo sonido jota (cóhe ese páharo). Pero es que otro camino para llegar a él -y van tres- es el de la eliminación de la -s final de sílaba o de palabra, lo que afecta de un modo extraordinario a la configuración del plural andaluz, en varias soluciones. En la parte occidental, la más frecuente es la transformación de esa marca en otra vez la misma aspirada: loh andaluce (los andaluces), lah ocho (las ocho), lah lenteha, las lentejas. En la oriental, modificará generalmente el timbre de las vocales próximas, abriéndolas y alargándolas, hasta producir una riqueza de matices muy característicos: loo-andaluce, laa-ocho, lah lenteja. (La ortografía normal no permite representar estos importantes cambios). Nos acercaremos aquí a una cuestión muy espinosa, que ha dividido, y divide, a los más eminentes lingüistas: si se puede hablar propiamente de unas vocales abiertas del andaluz oriental con verdadera categoría fonológica, es decir, capaces de distinguir significados. El profesor Alarcos, que no solía equivocarse, afirmó que lo que sí existe es este fonema del que venimos hablando, la h aspirada, una de cuyas manifestaciones es esa e abierta tan peculiar del oriente andaluz, que cubre hasta un 60% del territorio y empieza en las mujeres de Estepa, que dicen Ehtepe. ¡Almendree, qué riquee, qué buenee!, dirá el pregonero en la ciudad de García Lorca. (El ejemplo es de Antonio Llorente). Todavía hay que añadir a esta polivalente aspiración las mutaciones de otras consonantes en final de sílaba: trahtó, tractor; vehla, verla. (Van cuatro). Y una quinta: el famoso jejeo, o pronunciación de la s no final como jota: pejeta, peseta; Jeviya, Sevilla. Un vulgarismo rayano en el barbarismo, pero que se viene escuchando con un cierto descaro últimamente, como reclamando también un sitio en la sociolingüística del andaluz. Sin ir más lejos, en la excelente película Solas, los protagonistas, en un momento dado, y de gran intensidad dramática, se expresan con este jejeo tan rústico pero a la vez tan auténtico, y no paja ná.

Nota: Las palabras en cursiva, bien no vienen en el diccionario de la Academia, o bien registran otras acepciones. Y no son vulgarismos.

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