K
LUIS DANIEL IZPIZUA De kalor, aunke no sólo. En eso estamos de acuerdo este año María Teresa Castells, de la librería Lagun, y yo: en que este calor húmedo empieza a ser insoportable. El pasado verano disentíamos sobre la bondad del tiempo, y yo contraponía las naranjas de María Teresa a los carámbanos de otro amigo. Ahora me pregunto si podría compararla con las naranjas en caso de que escribiera su apellido de otra forma, o sea, Kastels. Esa consonante con figura de soldado en marcha huele a rancho, y veo difícil relacionarla con un huerto de naranjos. Por cierto, y espero que María Teresa me perdone -y José Manuel, y Luis e Isabel, todos amigos-, pero no veo cambios de grafía en apellidos exóticos procedentes de nacionalidades históricas. Veo Bakeros, Barkeros y Eskaladas, pero ningún Kastels, ni ningún Permatx -¿o sería Permak?-. Tampoco veo Oliberis, ni Oxeas, ni Españolos -¡cielos!-. Y es que la negritud sólo empieza a partir de Burgos. Terrible sino el del castellano en busca de una k. ¿Qué hacer cuando uno se apellida Puente, como le ocurría a una alumna mía, que decía odiarlo? Inconvenientes de ser originario de una tierra que sólo habla erdera, que carece de una autoctonía políticamente correcta. Uno se apellida Olivé, y no tiene necesidad de echarse andrajos encima, sino que puede enseñar toda la dentadura cuando lo pronuncia y hasta esperar una reverencia. Y a propósito de erderas, tenía gracia aquello que dijo K. Izagirre acerca de otro escritor. Según él, era mérito de éste no haber escrito nunca en erdera, término que designa a cualquier lengua foránea. No lo habría hecho, porque ese escritor cuando vivió en Venezuela nunca escribió en castellano europeo -a eso se le llama hilar fino-, sino en castellano de allí, de Venezuela. Cuando regresó aquí, escribió en euskera, pues de haberlo hecho en castellano de aquí, es decir, europeo, hubiera escrito en erdera. Sublime esa consideración del castellano de aquí como erdera, y del castellano de allí, de Venezuela, como...iba a decir euskera. Sublime, si tenemos en cuenta que el castellano se habla aquí desde algunos siglos antes de que se hablara en Venezuela. Y antes, alguna lengua se hablaría allí, digo yo. Pero ya ven, hasta el castellano se vuelve euskera en cuanto lo sacas de territorio castellanoleonés y de sus adherencias morunas. No sé, me digo si no se acabarían nuestros problemas lingüísticos con cambiar de acento. En lugar de hablar castellano europeo, podríamos hablar, por ejemplo, castellano porteño. O sefardí. ¡Señor, el tiempo que perdemos en oír tonterías y en enderezarlas! Me temo que la culpa de todo la tiene la k. Fíjense, si no, en lo que le ocurrió a Joseph K., o al mismo Kafka, o en el derrumbe de Kakania. O en el Kursaal. Lo construyeron para casino poco antes de que se prohibiera el juego, y vivió una larga decadencia hasta que lo derribaron y lo sustituyeron por un vacío. Al agujero lo denominaron solar K, y ahí estuvo durante años esperando, como su homónimo ante las puertas de la ley. Por fin se aprobó un proyecto para llenar el abismo y lo llamaron los cubos de Moneo -¡horror, kubos; es que no se dieron cuenta!- o también rokas varadas. Menos mal que en este periódico los llamamos los prismas de Moneo. Sinceramente, yo le cambiaría de nombre. Tuvo problemas de financiación, se derrumbó la eskalera, sólo parecían quererlo Elorza y Elizasu -no K-, y ahora mismo le hace pedorretas a la sala de exposiciones...la Kutxa. ¡Cuánta K! Pero es precioso. Lo he visto todo, todo, entero. Y lo que por fuera es agua, por dentro es luz. No es que deje filtrar la luz, no, es que está hecho de luz. Y su escalera aún flota, a pesar de los amarres. Y es cálido, ligero, apacible, elegante. Luz, y tierra, y bosque. ¿Sabremos darle vida los donostiarras?, me preguntaba no hace mucho un amigo, ¿o sólo funcionará el restaurante? Esperemos que sí, que sabremos sacarle jugo, a pesar de que el reto sea mayúsculo. Sólo temo a esa gran K que quieren colocarle como logotipo identificador. Aunque, quién sabe, tal vez en grande parezca una letra china y ya no signifique K, sino que quiera decir otra cosa. Salud, por ejemplo. O viva Donostia. Pues viva.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.