José Tomás, punto y aparte
Discurría la corrida tocada por la monotonía propia de los pegapases cuando llegó José Tomás y hubo que hacer punto y aparte. Era otra dimensión, otro concepto del toreo; una valentía, una sapiencia...Torear es como hizo José Tomás al tercer toro o lo que fuera aquello. Zapatillas asentadas en la arena, sí, pero también ligazón, temple y mando. Y todo ello formando un conjunto armonioso y bello, atemperado a las condiciones del toro (o lo que fuera aquello).
Llega a tener la faena emoción y habría sido el sursum corda, que dijo el poeta. Pero no podía tener emoción. Con aquella birria de toro, ni aún montándolo a caballito podrían estremecerse los aficionados ni elevar al cielo sus corazones.
Montalvo / Barrera, Rivera, Tomás Toros de Montalvo, sin trapío, 2º y 3º impresentables, varios sospechosos de pitones, flojos, 6º inválido total; boyantes
Vicente Barrera: dos pinchazos -aviso-, pinchazo, rueda de peones, descabello y se echa el toro (silencio); media trasera -aviso-, pinchazo bajo y estocada caída (aplausos y salida al tercio). Rivera Ordóñez: bajonazo (silencio); estocada trasera (oreja). José Tomás: estocada trasera (dos orejas); pinchazo hondo, rueda de peones y descabello (silencio); salió a hombros por la puerta grande. Plaza de Illumbe, 10 de agosto. 3ª corrida de feria. Lleno.
Unas gaoneras de pies juntos, planta vertical y quieta,compusieron un quite de escalofrío, obra también de José Tomás en el anterior toro. Rivera Ordóñez, a quien correspondía el sumiso gaonerado, no dijo nada aunque por la cara que puso debió de coger un globo.
Se lleva en la moderna tauromaquia que los toreros a quienes un compañero ha mojado la oreja en el toro de su pertenencia salgan a enmendarles la plana con otro quite que, por supuesto, ya ni toca ni encaja. Rivera Ordóñez no lo hizo así, y esperó toreramente a su turno para satisfacer la réplica, que consistió en unas burjassotinas de aseada factura. Entró después José Tomás por chicuelinas y se las aclamaron con entusiasmo pese a que consistieron en unos recortes escasamente académicos y nada artísticos.
Son las cosas del querer... Rivera -decíamos- estaba competidor. Buena cosa para la fiesta y para él mismo. Un torero que busca pelea está demostrando pundonor y lo que hay que tener. Si además Rivera Ordóñez poseyera el don del arte sería perfecto. Sin embargo ahí tiene serias limitaciones: llega donde puede, que es bien poco. Su primera faena resultó monótona y adocenada. En la segunda, inciada sentado en el estribo y con unos corajudos pases de rodillas, tiró de redondos más una tanda de naturales, y lo aliviaba todo con el pico dejando la pierna contraria atrás. O sea, el toreo, que siempre es para adelante -cargar la suerte lo llaman-justo al revés. Finalmente incluyó circulares citando de espaldas, que pertenecen al repertorio tremendista.
El público le premió con ovaciones, a veces puesto en pie. Lo cual en el fondo carece de relevancia pues la clientela del coso de Illumbe es aplaudidora por naturaleza y se pasa la tarde aclamando los más variopintos acontereceres: desde los pares de banderillas -todos- hasta al peón que recogió las zapatillas perdidas por Rivera cuando el toro le empujó con el cuarto trasero y estuvo a punto de derribarle.
El concepto pegapasista característico de la moderna tauromaquia tuvo cumplida representación en Vicente Barrera, que hacía a destajo un toreo vertical falto de hondura y de gusto artístico. Tantos pases dio que le cayeron dos avisos. Estaba en sus salsas, si bien se mira: las figuras han impuesto la tauromaquia de los avisos. Nada tenía que ver todo ello, por supuesto, con el toreo de José Tomás, pulcro y medido; hondo e inspirado. Ciñó estauarios, cargó la suerte en el toreo fundamental, ligó redondos y naturales, y derramó aromas toreros en los ayudados finales que remató con un airoso molinete.
De tal corte compuso José Tomás su faena al tercer toro o lo que fuese la birria aquella. He aquí la cruda realidad que devalúa cualquier toreo: el toro impresentable y feble. Y eso sucedió. Pues a la corrida le faltó de trapío, de pitones no anduvo muy allá, fuerza tenía poca, en tanto sacó un acochinado temperamento que nada tienen que ver con la casta fiera propia del toro de lidia auténtico.
El sexto padecía una invalidez supina, y no había posibilidad de darle dos pases seguidos sin que se desplomara, de manera que tras múltiples intentonas, José Tomás tuvo que renunciar a la faena. Se lamentó de veras. También es casualidad que el toro más chico y el más inválido de la corrida le salieran a José Tomás. Claro que uno ya está mayorcito para creer en las casualidades.
Babelia
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