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El sonido kalimotxo

JAVIER EDER La jibamos, tía Paca. Los franceses acaban de registrar la marca kalimotxo -en la lengua de Racine kalimûtcho, con acento circunflejo sobre la u, extravagante y pintoresco signo, lleno de tipismo, que, al igual que la ñ, no está en cualquier teclado multinacional-, lo cual es una usurpación tan clamorosa como cuando la Diputación guipuzcoana hizo suya la denominación de origen Aralar, de incuestionable sabor navarrísimo. He aquí un claro e incontrovertible casus belli, algo como para llamar a los embajadores a evacuar consultas o reverdecer antiguas y muy enquistadas hostilidades fronterizas. Es obvio que muchos franceses habían descubierto hace tiempo el kalimotxo. Ellos nos podrían decir si en los sanfermines de Pamplona o si en las txosnas de Bilbao. No entremos nosotros en pequeñas disputas regionales, habiendo de fondo todo un casus belli internacional. Pero, ningún francés había sido tan ladino como para apropiarse de la imagen de marca de ese bebedizo indiscutiblemente originario, cuyo vasquísimo sabor no discutirá nadie con dos dedos de mollera. Desde que el pacharán se abriera paso allende de nuestras mugas como un producto no menos originario que el orujo o el calvados, no se veía nada tan digno de la denominación de origen como el kalimotxo. Sin embargo, la desidia, si no la falta de olfato comercial, ha permitido que este... ¿líquido espirituoso? sea registrado en el extranjero y adornado, para más oprobio de lo autóctono, con un signo tan extravagante como el acento circunflejo. El caso es que las radios del otro lado de la frontera nos invitan a descubrir el nuevo sonido enérgico del rock francés, el sonido kalimûtcho, que viene pegando fuerte, promete causar estragos en los festivales de verano y quién sabe si no terminará por convertirse en uno de esos fulgurantes fenómenos de masas que ponen en danza a sociólogos, pedagogos, opinion makers, juristas, economistas y demás animadores de prensa, radio, televisión y universidades de equinoccio. El caso es que ese prometedor fenómeno sociológico, para el que aquí teníamos el derecho de origen y la infraestructura más adecuada, se nos ha escapado de las manos. La razón tal vez haya sido cierta desidia natural y cuarto y mitad de inercia histórica. Mientras que los franceses ya están muy hechos a lanzar de tanto en tanto todo tipo de fenómenos sociológicos o intelectuales que acaban ganando eco internacional, a este lado de la frontera no se ha vista nada de eso desde lo de la movida madrileña y la ruta del bakalao. Está, sí, el efecto Guggenheim, pero es un fenómeno muy localizado en Bilbao. Lo teníamos todo para armar una buena, para que en las portadas de las principales publicaciones de prensa internacional se leyesen titulares referidos al fenómeno, la ruta o el efecto kalimotxo, y, ¿de qué estamos hablando? ¡De otra ocasión perdida! La pérdida no me parece desdeñable. Si analizáramos, aunque fuese someramente, un fenómeno tan localizado en Bilbao como el efecto Guggenheim, veríamos la tremenda fuerza de cohesión social y las profundas dosis de autoestima que dicho fenómeno finisecular ha traído a la ría del Nervión. En realidad, no hay más que mirar la televisión autóctona para ver que el sonido, ruta o efecto kalimotxo existe -al menos de julio a septiembre-, opera como una fuerza de cohesión social y procura a la población dosis de amor propio y por lo propio que no tienen parangón. Lo único que, ni social ni institucionalmente, se ha sabido hacer con eso lo que harían los franceses: quitarle el pelo de la dehesa, añadirle eclecticismo, sazonarlo con unos toques mestizos o metecos y servirlo listo para llevar como una imagen de marca. Denominación, el sonido kalimotxo. El secreto está en la misma fórmula del producto: rebajar el carácter peleón de las más agraces uvas del predio con cuarto y mitad de expansivas y multinacionales burbujas de cola. Un producto, el kalimotxo, enérgico, con carácter, pero ecléctico y transfronterizo, digno de ser refinado y servido para exportar. Los franceses han sabido verlo y se nos han adelantado. Hay como para pelear con ellos por la denominación de origen: el caso de la kali(motxo) borroka, quizá una alternativa a formas más recalcitrantes, ensimismadas y pertinaces de pelea.

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