Benicàssim se consagra como la capital del pop
Los británicos Suede triunfan en la segunda jornada del festival alternativo
Es la quinta edición del Festival de Benicàssim, pero este bebé ha madurado hasta convertirse en la referencia estival del pop en España. Con un trasiego incesante de público, la organización avanza cifras cercanas a los 25.000 asistentes, con la localidad tomada por jóvenes, los cámpings, restaurantes y hoteles llenos, el festival vivió su segunda jornada en medio de una satisfacción generalizada. Con Suede como triunfadores de la noche, Benicàssim volvió a ser el flautista de Hamelin tras el que caminan los indies.
Y eso que este año el balance artístico no es especialmente destacable, ya que de momento apenas ha habido conciertos remarcables, y algunas de las bandas más independientes parecen nacidas para musicar anuncios de compresas con alitas. Es, por ejemplo, el caso de Travis, cuyas fofas melodías, aptas para descapotables en un atardecer primaveral, encajarían como fondo musical sobre el que una modelo publicitase las bondades de la depilación eléctrica. Pero, en fin, es igual, porque el festival ya parece tener tirón sólo por su propio nombre, y los aficionados acuden con la seguridad de disfrutar descubriendo algo nuevo. Además, como fuere que la organización ha mejorado paulatinamente las condiciones de habitabilidad del recinto, no se exigen de sus ocupantes renuncias heroicas. Vamos, que la nave va.Y quienes más impulsaron sus velas en la segunda jornada fueron Suede, quienes volvieron a demostrar que no todos los grupos ingleses de pop están formados por músicos arrogantes que tocan mirando hacia arriba como si quisiesen verse reflejados en el cielo. Con el recuerdo aún fresco del fiasco de Blur, Suede despachó un concierto de entrega y pasión que puso patas arriba a la multitud apostada frente al escenario principal. Haciendo de Brett Anderson como sólo él sabe hacerlo, el vocalista de Suede se vació físicamente, y supo extraer de su garganta esos registros llenos de glamour y sensualidad que ayudan a hacer de Beatiful ones, Wild ones, Trash, Lazy o She"s in fashion canciones espléndidas. No defraudaron. Suede es una banda que en directo acostumbra a estar a la altura de las circunstancias.
Discoteca canalla
Tras los británicos la noche parecía lanzada, ya que llegaba la hora de The Chemical Brothers, virreyes del breakbeat y emperadores de la discoteca canalla que llegaban a Benicàssim para tocar en directo su último disco. Comenzaron a lo bestia, y de entrada sacudieron al personal con Hey boy hey girl, Music response y Block rockin" beats. Delirio total, brazos en alto, cuerpos en contorsión y juerga tomando altura. Pero hete aquí que algún cachivache se descuajeringó, el concierto hubo de interrumpirse en dos ocasiones y lo que se prometía como un fiestón se quedó en agua de borrajas. Fue un auténtico coitus interruptus. Ya que casi son fijos en el cartel, que vuelvan el año que viene con el cacharrito arreglado.Porque, además, la peña se había tenido que comer unos cuantos muermos antes de Suede y Chemical. Por ejemplo, el señor Chinarro dejó claro que tiene problemas con el mundo, Travis con la languidez y Charlatans con el paso del tiempo, que ha convertido su música en una caricatura de las modas. Más sofisticados, los belgas Deus se quedaron a medio camino entre el pop de iglesia y la música para intelectos privilegiados. De suerte que no se sabe si llevarlos a misa en walkman o escucharlos para leer a Schopenhauer. En eso estaba pensando el público cuando salieron Charlatans, cuya ubicación sí resultó clara: la planta de rebajas en un área comercial de barrio.
Sea como fuere, estar el sábado por la noche en Benicàssim valió la pena por el mero hecho de ver y disfrutar a 25.000 personas en un ambiente espléndido que no se abortó ni con el desaguisado técnico sufrido por los Chemical.
Y la nave volvió a llegar a puerto bien entrada la mañana del domingo, cuando a eso de las ocho y cuarto el pinchadiscos Paul Johnson concluyó su sesión con el sol deslumbrando a los miles de bailarines que aún aguantaban el tipo. El uniforme oficial de ellos era genuinamente maquinero: torso desnudo, pelo corto, gafas de sol modelo cojo-los-esquís-y-me-voy-a-la-nieve y botellita de agua como prolongación de la mano. Una imagen más de un festival de verano que siempre acaba de día y con baile.
Babelia
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