Pensiones
JUVENAL SOTO La Alicantina, La Cordobesa, Gran Pensión del Comercio, son algunos de los nombres jugosos que aparecen escritos en los rótulos anunciadores de esos establecimientos donde siempre hay un cliente fijo de Albacete, una viuda que guarda celosamente un jamón bajo la colcha de la cama de su cuarto, un viajante que por allí duerme cada cuatro o cinco noches, un cartel sobre el mostrador que hace las veces de recepción -"se prohíbe subir con hembras a las habitaciones"-, una dueña que fue mujer barbuda en un circo de Almendralejo, un encargado que se lo monta con la dueña. No, no voy a escribir de unos locales que tanto contribuyen, pese a las prohibiciones intrínsecas a su honradez, al incremento de las parejas que no van al cine. Pretendo escribir de las pensiones no contributivas en Andalucía, de la subida de esas pensiones destinadas a que cien mil andaluces no se mueran de hambre, del cabreo que el Gobierno central -no sé yo por qué la alusión al centro aparece junto a un Gobierno capaz de resucitar a Queipo de Llano- viene mostrando por la mejora que para este tipo de pensiones ha previsto la Junta de Andalucía, de las sandeces que los andaluces hemos tenido que soportarle a la boca del ministro de Trabajo a cuenta de tal aumento, de las cantidad de idiocia pública y privada que contienen los argumentos de un gobierno que acusa de insolidaria a la Junta de Andalucía precisamente por haber decidido subir las pensiones no contributivas. Pese a su aspecto de niño chivato de colegio de curas, el ministro Pimentel ha terminado de convencerme: a ciertos gobiernos siempre llegan los peores. Hay que ser rejodido para imputarle al Gobierno autonómico la voladura del sistema de pensiones de la Seguridad Social por mor de una decisión destinada a mermar la inseguridad de las vidas de quienes deambulan por la miseria. En vez de coger el rábano por las hojas -y mira qué pinta de rábano tiene el ministro- igualando por arriba todas las pensiones no contributivas, Pimentel proclama, desde la televisión que pagamos todos los españoles, que acata la sentencia suspensoria de todas las putadas que el Gobierno central ha inventado para trabar la decisión de la Junta, pero que, ¡cuidado!, no vaya a ser que todas las autonomías se empeñen en aminorar la pobreza. Desencajado -él, que no encaja ni en un Parque Jurásico-, Pimentel intentó ningunear al consejero de Asuntos Sociales de la Junta tratándolo de "descerebrado" y "demagogo". El ministro, cuando hizo esas declaraciones desde la televisión pública, tenía a sus espaldas la fachada de una iglesia de la que, probablemente, acababa de salir tras sacudirse una abundante ración de golpes de pecho -no está para muchos golpes lo que le queda de pecho- y en cuyo pórtico acaso concedió el beneficio de su limosna a un par de mendigos. ¿Será la mendicidad lo que pretende perpetuar el Gobierno del que forma parte este ministro? Eché de menos un detalle en esa instantánea del niño chivato que ya no sabe ni cómo acusar a quienes odia: el pescozón que nos daban los curas cuando hacíamos el imbécil en la puerta de la capilla del colegio.
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