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Copiar

Acabamos de pasar el habitual periodo de final de curso durante el cual una buena parte de la ciudadanía ha estado directa o indirectamente implicada en exámenes de todo tipo. Alumnos y profesores, los más claramente afectados, pero también padres, madres, hermanos, por no contar familiares más lejanos y amistades, han (hemos) tenido que someternos al rito de la calificación con su secuela de satisfacciones y desilusiones. Si junio y las primeras semanas de julio es la época de exámenes por antonomasia, también se convierte en el momento en que copiar adquiere su máximo esplendor. Chuletas de todo tipo, redactadas en los más diversos soportes florecen en las aulas y los ojos de algunos de los examinados observan con ansiedad la posición de los examinadores para intentar echar una mirada al examen del compañero, o preguntar en baja voz la respuesta que se resiste. Casi, casi, podríamos afirmar que examinar y copiar van indisolublemente unidos, como el Quijote y Sancho Panza o Tintín y el Capitán Haddock. Pero acción tan clásica y característica de las aulas y estudiantes no podía quedar incólume en estos tiempos de lenguaje políticamente correcto y de jerga pseudocientífica. A algún cerebro bienpensante de la administración le pareció, hace un tiempo, que el verbo copiar resultaba inoportuno e incorrecto en este fin de milenio. Y decidió, vaya usted a saber en base a qué criterios, que los alumnos ya no iban a copiar más. A partir de ese instante, por mandato expreso de los boletines oficiales, iban a "realizar actuaciones irregulares encaminadas a obtener resultados superiores a los merecidos". No se trata de ninguna invención propia. Esa frase está recogida literalmente del decreto de la consejería del ramo, por el que se regulan los derechos y deberes de todos los alumnos de primaria y secundaria matriculados en centros sostenidos con fondos públicos, y en el que también se incluye el mecanismo para sancionar al alumnado. Se trata, por tanto, de un documento importante y que se aplica constantemente en los colegios. No está mal el cambio. Representa un notable progreso. En aras a la claridad y para favorecer la comunicación entre los distintos miembros de la comunidad escolar, se sustituye el término copiar, claro, contundente y perfectamente aceptado, por una frase de once palabras. Todo un síntoma de la burocratización que atenaza a nuestro sistema educativo y de la lluvia de normas de todo tipo que rigen la actividad de los centros docentes. Por eso, ahora que parece que esa norma va a ser cambiada, me atrevo a hacer público un deseo que jamás habría pensado cruzara mi mente, después de varias décadas de experiencia docente. Por favor, señores de la Administración, me gustaría, si fuera posible, que dejaran la terminología del derecho administrativo en la parcela que le es propia, y, así, los alumnos podrían volver a copiar.

José Ignacio Cruz es profesor de la Universidad de Valencia.

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