La vitalidad y la variedad del teatro contemporáneo se dan cita en Aviñón
Fuerte presencia latinoamericana en un festival que arranca con un fallido "Enrique V"
Como todo gran festival que se precie, el de Aviñón vive tanto de sus noches mágicas como de sus escándalos o, más simplemente, de sus fiascos o decepciones. Y la primera decepción llegó pronto, con el espectáculo inaugural, un Henry V que transforma a Shakespeare en un caricaturista de la grandilocuencia francesa. Montado por primera vez por una compañía gala, tradicionalmente reacias a abordar un texto que ridiculiza a la patria de Molière, es el único espectáculo teatral seleccionado, con dos de danza, para ocupar la Cour d"Honneur del palacio de los Papas.
El montaje de Jean-Louis Benoît quiere agradar a todos, a los partidarios de reforzar la dimensión trágica y a los que creen que hay que poner de relieve lo burlesco; a los críticos y a los complacientes, a los historicistas y a los modernos. Y acaba por no gustar a nadie. Es una puesta en escena consensuada, con vestuario que se diría salido de Peris y movimientos de actores paródicos. Todo parece pensado para hacer a Shakespeare asequible, contemporáneo, divertido, y tanto esfuerzo por hacer ligero el texto puede incluso con el talento de un intérprete formidable como es Philippe Torreton.El escándalo, el también inevitable escándalo anual, lo han protagonizado los italianos de la Societas Raffaello Sanzio. Su versión del texto del genial canalla que fuera Louis Ferdinand Céline no es complaciente, sino tanto o más desagradable que la novela. El mismo mundo gangrenado que evoca el escritor con palabras aparece aquí a través de voces y sonidos distorsionados, al tiempo que, gracias a dos pantallas, dos gigantescas placas de microscopio nos ofrecen, en un caso, un virus, y en el otro, las manifestaciones visibles de sus estragos.
Bravos y abucheos
La guerra, el trabajo en cadena, la diversión popular, el colonialismo y la sexualidad pornográfica, es decir, los temas tratados por Céline en su apocalipsis, encuentran su traslación visual y sonora en un montaje que conserva apenas unas pocas palabras inteligibles del escritor. Los momentos sublimes se alternan con los abiertamente insoportables, casi físicamente insoportables, aunque más a menudo los dos sentimientos aparecen mezclados. Cada representación ha ido acompañada de ¡bravos! tan entusiastas como los abucheos de quienes tratan al grupo italiano de "banda de intelectuales" o, lo que es peor en Aviñón, de "¡cineastas!".El entronque con la tradición, la continuidad de un trabajo, es lo que lleva a cabo Daniel Soulier, con la ayuda del excelente Jean-Claude Durand, en Conversations avec Antoine Vitez. Los dos actores encarnan a Vitez y Emile Copfermann, este último escritor y amigo del actor y director. La acción transcurre en un camerino, en el teatro de Chaillot, una hora antes de que Vitez salga a escena, tiempo suficiente para hablar de una trayectoria profesional y vital, para recordar su compromiso político y sus opciones estéticas, y cómo el teatro le servía para poner orden en el mundo e incluso en su vida privada.
En el patio del instituto Saint Joseph, los dos intérpretes, alumnos y ex colaboradores de Vitez, logran hacer revivir el discurso y la aventura humana de la mayor personalidad teatral francesa después de Jean Vilar, y, sobre todo, consiguen que la función vuelva a tener ese extraño carácter de ceremonial laico tan del agrado del "servicio público".
El apartado suramericano de esta 53ª edición de Aviñón ha permitido descubrir a la compañía Recuerdos son Recuerdos y su espectáculo de cabaré Glorias porteñas, que nos retrotrae a los años treinta a las orillas del Río de la Plata, cuando los mercantes desembarcaban cada día 100 bandoneones fabricados en Alemania. Para el público francés, extraordinariamente sensible a una cierta imagen del argentinismo, esas Glorias porteñas son muy convincentes. También juega con imágenes tópicas de Latinoamérica Bruno Boëglin, pero lo hace con procedimientos teatrales poéticos propios e inventivos. Su ¡Gracias a Dios! es la primera parte de un tríptico compuesto por obras cortas -de 17 minutos- sobre la realidad del continente. La primera resume cinco siglos en ese espacio de tiempo; la segunda -¡Poca madre!, de Carlos Calvo- propone una panorámica sobre el México actual y la situación de la mujer; la tercera -, de Catherine Marnas- es un previsible alegato proindio.
Delirio surrealista
El festival, en la iglesia de los Celestins, ha incluido dentro de su programación el delirio surrealista del argentino Roberto Arlt titulado El pecado que no se puede nombrar, conspiración insensata de un grupo parafascista o proleninista que sueña con conquistar el poder gracias a los beneficios aportados por una cadena de burdeles. El grupúsculo macho que quiere una revolución a partir de la explotación de la mujer es, en realidad, una futura orquesta de señoritas, una asociación de hombres que no se atreven a admitir su querencia por el travestismo. La dirección, precisa y austera, es de Ricardo Bartis.çLa aportación del Cono Sur, de momento, acaba con Gemelos, una sorprendente adaptación chilena del Grand Cahier de la suizo-húngara Agota Kristof, firmada por el grupo La Troppa, que sirve de exorcismo. Según dice uno de sus integrantes, Juan Carlos Zagal, "nosotros aún no hemos tenido nuestro proceso de Nüremberg", y "vivimos en un país que ha perdido la posibilidad de hablar de sí mismo porque niega su depresión".
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