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Tribuna
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La vida

Dice la ONU que, dentro de la Unión Europea, España registra la menor diferencia entre ricos y pobres. Y que es también el segundo país del mundo, después de Japón, entre los países desarrollados, donde los bienes se encuentran mejor repartidos. No constituye una casualidad, por tanto, aunque lo parezca, que Japón y España disfruten también de las mayores esperanzas de vida. En los años cincuenta, los científicos norteamericanos quedaron pasmados al comprobar que en la ciudad de Roseto, fundada por emigrantes italianos a finales del XIX sobre las estribaciones de las montañas Pocono, en Pensilvania, sus habitantes sufrían menos de la mitad de ataques al corazón que el resto de los norteamericanos. Especialistas en dietética, cardiólogos y expertos en otras disciplinas acudieron al lugar, observaron la vida de sus habitantes y tomaron notas mientras las amas de casa preparaban su salsa marinara, su lasaña y otros platos tradicionales. El misterio, no obstante, aumentó cuando descubrieron que la población de Roseto fumaba mucho y consumía además enormes cantidades de grasa. Los inmigrantes italianos de pueblos cercanos eran tan propensos a sufrir ataques cardiacos como los demás estadounidenses, pero los de Roseto, no. Finalmente, dos sociólogos, Stewart Wolf y John G. Bruhn, concluyeron que el secreto de aquella salud radicaba en la calidad de la convivencia, en la protección mutua entre generaciones y, especialmente, en la falta de signos que indicaran las diferencias de nivel económico. No sólo toda la gente vestía ropas sencillas semejantes o vivía en casas parecidas, sino que hasta comían los mismos platos: espaguetis y albóndigas los domingos, sopa de espinacas los lunes, y así sucesivamente. Roseto representó el extremo igualitario dentro de un enclave hoy en disolución. El otro extremo se representa en las violentas diferencias de estatus en ciudades como Chicago o Nueva York donde la depresión, el estrés, la delincuencia o los suicidios se correlacionan con las frustraciones de los desniveles sociales. "La mayor amenaza para la salud pública en los países industriales es la desigualdad", escribió Richard Wilkinson en 1996. A fines del pasado siglo, el reparto equitativo de la riqueza era un principio para la verdadera justicia social. Cuando acaba el siglo XX sabemos, además, que es una cuestión de vida o muerte.

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