Ordesa
Durante la segunda quincena del pasado mes de junio visité gran parte del Pirineo aragonés y quedé impresionado por la belleza de estas montañas; hacía años que, por mi formación naturalista, tenía gran interés en conocer esta zona, pero hasta ahora no me había sido posible llevar a cabo este viaje. Sus bosques de frondosas coníferas, pastizales alpinos y grandes formaciones rocosas me han cautivado, y espero pronto tener ocasión de volver. No obstante, si tuviera que destacar alguna zona sobre el conjunto visitado, me decidiría, sin lugar a dudas, por su espectacular belleza y grandiosidad, por el valle de Ordesa, de cuyos valores naturales puede hacerse uno idea considerando que éstos hicieron que fuera ya declarado parque nacional en fecha tan temprana como 1918, cuando la conciencia conservacionista en este país se pueden imaginar cuán desarrollada estaba. Pero desgraciadamente, y éste es el motivo de la presente, sobre tan excepcional enclave, considerado como uno de los más sobresalientes del planeta, se cierne actualmente la grave amenaza de una excesiva presión de visitantes. En las fechas en que recorrí el valle ya había, a mi juicio, un número de personas demasiado elevado, pero en los meses de julio y agosto, y como me apuntaba uno de mis compañeros de viaje, la semejanza con una feria de agosto es total. Además de su gran impacto sobre la percepción del paisaje, esta excesiva presencia humana ocasiona una grave repercusión sobre la fauna y la flora del parque, siendo a todas luces superior a la capacidad de acogida de este territorio. Resulta lamentable y vergonzoso que en un espacio de este valor, que goza de la máxima figura de protección, se consienta este tipo de situaciones que ponen en peligro su conservación. Se hace urgente controlar el número de visitantes diarios, estableciendo un tope máximo por encima del cual se prohíba la entrada al valle, siendo evidente que debe ser muy inferior al permitido en la actualidad, que creo que se establece en ¡500 vehículos! Este tipo de control (y no el otro extremo, o sea, permitir el acceso indiscriminado a determinadas zonas restringiendo totalmente la visita del resto), llevado a cabo adecuadamente (como de hecho me consta que se da en otros espacios protegidos), resulta, a mi entender, la mejor forma de conciliar el derecho al conocimiento y disfrute de estos espacios en óptimas condiciones con la necesaria preservación de los valores naturales que determinaron su declaración.- .
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