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FERIA DE SAN FERMÍN

'Cepillero' siembra el terror

La cornada acabó en muy mal sitio. El toro le dejó a Roberto Mercero, de 27 años y natural de Pamplona, una herida grave en el muslo derecho. A pocos metros de la curva de Telefónica, Cepillero, el toro de Cebada Gago, seguía con el recital de gañafones que había comenzado mucho antes. En uno de ellos sobrevino la más espectacular de las múltiples cogidas de una mañana tensa. Hasta siete heridos por asta de toro. En su afán por reconducir el azaroso vagar del astado, Mercero se vio sorprendido y finalmente arrollado. En los pitones quedaron prendidos dos jirones del pantalón ya inservible. Al joven sólo le quedó salir rodando del accidentado embroque hasta el vallado. Todo ello, a calzón caído.

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A su lado, era Igor Álvarez, de 21 años, de Leioa (Vizcaya), el que se llevaba lo peor del día: esta vez la herida en el muslo izquierdo, con tres trayectorias y el pronóstico grave. "Ha sido realmente peligroso", inicia su relato David, un fajado corredor de Madrid que lleva años dejándose caer por Pamplona. Él formó parte del grupo que se las tuvo que ver con un toro desorientado, probón y pendenciero que en el final del trayecto se negaba a entrar a la plaza. Y así, durante los más de cinco minutos que duró su errático trotar. "Ha sido emocionante, tenso y difícil como pocas veces". Sudoroso, el joven disfruta masticando la adrenalina. Abrazos, risas, intercambio de hazañas con las cuadrillas que se reúnen alrededor de la casa Flores, Sixto y Juanito y que se niegan a abandonar el peligro.

Todo empezó en la empinada ascensión de Santo Domingo desde los corrales. Cepillero, un toro negro algo mulato, de 553 kilos, dejaba la manada. Su atención se dirigía al tráfago humano apostado en los laterales. Primeros derrotes, primeros sustos, primera cornada. No en balde a la divisa le asiste una fama siniestra. En sus seis últimas comparecencias en San Fermín, 12 mozos han probado sus pitones. La calle Mercaderes la cumplió desconfiado. Los pastores, exponiéndose, terminaron por hacer que el toro siguiera el rumbo correcto. Quedaba por delante la siempre pobladísima Estafeta. La manada, rota; el toro rezagado, a lo suyo. Fue iniciar la calle y nueva cornada. El animal se volvía, miraba, probaba...

Se vivieron momentos de sabor antiguo: de cuando los toros encastados y feroces vendían caro su destino. No se trataba sólo de amoldarse al tranco de un animal en carrera. Los mozos debían convertir su cuerpo en capote y guiar las embestidas camino de la plaza. Así lo hicieron. Como en las fotos antiguas, la emoción en el extremo de los nervios. Una emoción que pisó el mismo ruedo. Allí, era el estadounidense Justin Hammerback, de 32 años, el que sufría las consecuencias. En la nalga, un toro le dejó un rastro de 15 centímetros. Era el segundo herido grave de estos sanfermines.

Llegaba el toro solitario al final de la bajada de Javier y allí se presentó el mozo como mandan los cánones: blanco riguroso y pañuelo rojo. Pero el toro montó la carabina y ¡zas!, ¡zas! De los sanfermines a Río. De la fiesta del toro al carnaval. A calzón caído. Feroz.

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