Injerencia humanitaria
JUSTO NAVARRO 190 toneladas de ayuda para el pueblo albanokosovar resisten a la podredumbre en almacenes de Málaga y Sevilla desde Semana Santa, cuando empezó la guerra y los milenaristas creían llegado el primer día del fin del mundo. Todavía no ha acabado el mundo, pero 190 toneladas de productos perecederos empiezan a enmohecerse y derretirse mientras la temperatura sube en la nave industrial. Nadie recoge los productos de primera necesidad (eran de primera necesidad, pero pueden seguir esperando) que la Consejería de Asuntos Sociales de la Junta reunió para el Ministerio de Asuntos Exteriores. Mañana, siempre mañana, Madrid se hará cargo del paquete para que mañana Bruselas, o quién sabe, lo encierre donde nadie sabe, en algún sitio donde el calor no sea tanto. Leo estas cosas y me pregunto si la recogida de dinero, comida y medicinas para Kosovo no habrá sido fundamentalmente parte de la propaganda de guerra, a la vez que una manera de implicar a los ciudadanos no militarizados en la guerra común. Los gobernantes, en otro tiempo, utilizaban a los civiles para fabricar en retaguardia bombas o excavar refugios. Hoy nos ponen a dar limosna: quizá la ayuda no se recoge para mandarla a la zona de guerra, sino para que todos los ciudadanos biennacidos se involucren en los trabajos bélicos, cada uno colaborando y sintiéndose bueno en la medida de sus posibilidades. El amor al prójimo como tarea de guerra me parece (lo digo sin ninguna ironía) un gran adelanto de la humanidad. La Carta de las Naciones Unidas sólo admite la guerra en dos casos: en defensa frente al ataque de un enemigo exterior, y por mandato del Consejo de Seguridad. Pero los países que han bombardeado Kosovo y Yugoslavia entera han justificado su guerra apelando a un nuevo principio: ha sido un caso de injerencia humanitaria. Y la guerra humanitaria exige actos humanitarios de todos sus participantes, incluidos los civiles que quedan lejos del campo de operaciones y pueden contribuir aportando dinero, alimentos, ropa y medicinas para los damnificados por el enemigo. No importa que la ayuda se pudra en un almacén de Málaga o Sevilla: la campaña de recogida y concienciación es lo verdaderamente importante. La humanidad mejora: la guerra se ha convertido en un acto de caridad, aunque parezca ser más bien caridad publicitaria (leches, cervezas o galletas anuncian en sus envases que dedicarán algo de los beneficios a comunidades del mundo pobre: el comercio también se convierte en caridad). Quizá sea el momento de dar otro paso: invitar a la caridad al enemigo. Leí en este periódico hace días (lo mejor de los periódicos es que se borran a sí mismos: los desastres del periódico de mañana hacen olvidar los de ayer y los de hoy) que en Irak mueren cientos de miles de personas a consecuencia del embargo y el bloqueo: allí no tienen ni medicinas para tratar enfermedades de las que nadie muere aquí. ¿No podría la Junta de Andalucía aplicar el principio de injerencia humanitaria y mandar parte, sólo parte, de esa ayuda para Kosovo que nadie recoge a los desgraciados de Irak?
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