_
_
_
_
_
Entrevista:

RAÚL GUERRA GARRIDO ESCRITOR "Sólo puedes escribir bien de aquello que mejor conoces"

Raúl Guerra Garrido (Madrid,1935) iba para farmacéutico [de hecho, es doctor en Farmacia], pero tenía dos vocaciones, que, según él, en la España de los 60 eran las dos mejores formas de morirse de hambre: la investigación científica y la literatura. Se dedicó a la primera, pero la dejó por la segunda y no se ha muerto de hambre. Se ha ganado la vida escribiendo y la cultura vasca ha ganado a un escritor con una obra de primera, que, en parte, refleja la sociedad vasca de los últimos 40 años. Pregunta. Publicó su primera obra, Con tortura, con 33 años. ¿Por qué empieza usted a escribir tan tarde? Respuesta. Me gustaba leer mucho y entonces tenía muy claro que el libro era una moneda de dos caras, que interrelacionaba a quien lo escribía y a quien lo leía. De siempre supuse que, como era buen lector, terminaría escribiendo. Otra cosa es que fuese buen escritor. P. ¿Para ser buen escritor hay que ser buen lector? R. Con el tiempo he acuñado una frase, que al principio me parecía una boutade y que cada vez me la creo más: puedo creer en un escritor que no escriba, pero no puedo creer en uno que no lea. P. ¿Qué influencia tiene en su obra su formación científica e industrial? R. Bastante. Me dio una perspectiva de esa España de los sesenta, del desarrollo y de la emigración, que conocí in situ y con el que pude crear ese Eibain imaginario, que es mi propio Macondo. En realidad, sólo puedes escribir bien de aquello que mejor conoces, y yo aquello lo conocí bien. P. ¿Cómo y por qué aterriza en San Sebastián en 1960? R. Por circunstancias de la vida, como un emigrante más de aquellos a los que en Guipúzcoa se les denominaba cacereños, aunque afortunadamente lo fui de bata blanca, no de buzo. Eso, y Maite, la que luego sería mi mujer. P. ¿Puede considerarse a buena parte de su obra un acta notarial por entregas de la historia vasca reciente? R. No era ésa mi intención inicial, pero indirectamente se ha convertido en algo de eso. De hecho, varias tesis doctorales en países europeos analizan la situación vasca a través de mis novelas. P. Emigración, industrialización, terrorismo... ¿Qué le falta de escribir sobre Euskadi en versión novelada? R. El País Vasco y su problemática es un tema en el que no pienso reincidir, salvo que me dé tiempo a escribir una novela sobre el posterrorismo, que no me apetece mucho en cuanto a escritura, pero sí en cuanto al hecho de describir esa situación. P. Acaba de presentar en Bilbao la reedición de La carta, una novela de 1990... R. La carta es una radiografía del miedo, de un miedo protagonista de la Euskadi de los últimos años, un miedo aún presente. Me alegro mucho de su reedición y de poder presentarla aquí, nueve años después de su primera edición, porque el miedo también acompañó la presentación de esta obra. P. Explíquese mejor. R. Esta novela ha tenido más peripecias que yo en toda mi vida. En 1990, una editorial de ámbito internacional no se atrevió a publicarla. Y hubo muchas más cosas, como no poder presentarla en Bilbao o San Sebastián, ni siquiera en Madrid, porque los presentadores se ponían malos antes. Hubo un silencio cómplice muy tremendo. Incluso fue vetada, junto a El laberinto vasco de Julio Caro Baroja, por el entonces consejero de Cultura, Joseba Arregi, en una subvención para realizar una bibliografía vasca para la Fundación Vascoamericana en California. P. ¿Qué satisfacen más, los premios o las ventas con muchas ediciones? R. El escribir, como todo proceso artístico, tiene que ser autosatisfactorio y tener un significado en sí mismo, no buscarlo fuera. Para mí, lo importante no son las ventas, el ganar dinero, sino el hacer un amigo con cada lector. P. ¿Cuál de sus obras es la que más le ha gustado? R. Ja, ja, ja. Todas, todas. Dicen que los novelas son como los hijos, pero para mi, son como las amantes, que te apetece una en un momento determinado. Todas me gustan por alguna circunstancia.

P. Usted tiene casi 65 años. ¿Tienen edad de jubilación los escritores? R. Sí, cuando se mueren. Siempre digo que me gustaría morirme con mi vieja Olivetti Hispania puesta, porque me he dedicado a la narrativa como una forma de entender la vida y si dejase de escribir, es porque dejaría de vivir.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_