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Tribuna:CIRCUITO CIENTÍFICO
Tribuna
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Olimpiadas diarias de los animales

Hace poco fue noticia deportiva la aparición de un tipo especial de tacos para las botas de fútbol. Las nuevas suelas no proporcionan una ventaja apabullante sobre las antiguas, sino que se anuncian como superiores en algunos tipos de superficies y a determinadas velocidades: sólo entonces el agarre es mejor. Hace años se diseñaron unas zapatillas de atletismo que revolucionaron las pruebas de velocidad. Presentaban algunos clavos más que las tradicionales, e hicieron caer varias marcas, aunque eso sí, por escasas centésimas. ¿Puede de estos ejemplos del deporte extraerse alguna consecuencia válida para entender cómo se produce la evolución? Si los animales fueran equivalentes a atletas de élite y la vida una competición, tal vez entonces un individuo que naciese con tacos de forma diferente en las botas o con unos clavos de más en las zapatillas tendría más posibilidades de llegar a adulto y reproducirse, dejando tras de sí muchos descendientes con los nuevos calzados. Ahora bien, dado que las diferencias en prestaciones entre los modelos nuevos y los tradicionales de botas y zapatillas son mínimas, sólo pueden apreciarse en la dura exigencia de la alta competición. Como no hay prueba más trascendental que aquélla en la que uno se juega la vida, la pregunta sería: ¿compiten todos los días los animales al límite de sus posibilidades, es decir, a vida o muerte?

Es muy probable que así sea, ya que un depredador tiene que comer todos los días y sus presas potenciales están permanentemente amenazadas de muerte. De todos modos conviene aclarar que no todas las adaptaciones de los seres vivos tienen relación con la carrera: piénsese en las plantas, los hongos o las bacterias. Por decirlo en pocas palabras, se compite todo el tiempo y con todo el mundo, incluso con los miembros de la misma especie, del mismo sexo y hasta de la misma camada.

Ahora bien, añadiendo clavos o modificando los tacos no se cambia la esencia del atleta o del futbolista, y la cuestión que hoy más se debate es la de si la acumulación de pequeños cambios puede terminar, a muy largo plazo, por producir un tipo completamente distinto de deportista. Entre las grandes novedades que ha producido la evolución no tengo duda de que el ser humano es una de ellas, y de las más importantes. Ya vamos superando esa falsa modestia de considerarnos a nosotros mismos sólo como una especie de chimpancé un poco cambiado. Una originalidad de los humanos es la postura bípeda, que también por cierto se da en otros grupos de vertebrados, como las aves, aunque no en los demás primates. Parece que la especie Australopithecus anamensis, que ya existía hace 4,2 millones de años, era plenamente bípeda. Hay otra especie de homínido aún más antigua, llamada Ardipithecus ramidus, que habitó la misma región de África unos 200.000 años antes. Aún no se sabe cómo caminaba el Ardipithecus ramidus, pero si todavía no era bípedo, eso querría decir que nos habríamos erguido en muy poco tiempo (200.000 años es poco tiempo a escala evolutiva).

Pero hay otra característica cuyo origen nos interesa todavía más y es la mente humana, con sus capacidades cognitivas. ¿Apareció poco a poco o de una sola vez? Tenemos muchos datos sobre la expansión del cerebro en nuestra línea evolutiva, y la verdad es que el aumento parece bastante gradual. Diría que o sigue una línea casi recta o sube una escalera de peldaños bajos, pero en ningún caso se aprecia un gran salto. Pero ¿qué decir del desarrollo de las capacidades mentales superiores? Yo creo que dibuja una trayectoria bastante paralela a la del cerebro y que, por tanto, no hay una revolución mental en nuestra especie. Pero una cosa es creer en una hipótesis y otra muy diferente encontrar datos convincentes para apoyarla. Y en eso estamos.

Juan Luis Arsuaga es profesor de paleontología de la Universidad Complutense de Madrid y codirector del yacimiento de Atapuerca.

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