Mal comienzo
El despliegue internacional en Kosovo comienza con mal pie. El golpe de mano ruso, adelantando hasta el mismo aeropuerto de Pristina, la capital regional, a 200 de sus soldados estacionados en Bosnia, coloca a los aliados ante el hecho consumado y pone de relieve el grado de desencuentro entre Moscú y Washington, al tiempo que cuestiona las premisas del acuerdo negociado con Serbia por la OTAN y Rusia. La carrera victoriosa de los rusos -una vez que la ONU diera cobertura legal a la entrada de tropas en Kosovo sin perfilar los detalles técnicos- viene a corroborar aparentemente las inquietantes declaraciones de sus jefes militares, en el sentido de que Moscú va a buscar, con o sin la bendición aliada, su propio espacio en la provincia kosovar. Que la decisión de anticiparse a la OTAN es fruto de un acuerdo entre Moscú y Belgrado parece obvio, pese a que el ministro ruso de Exteriores, Ígor Ivanov, intente todavía hacer pasar por un error la presencia de sus paracaidistas en Pristina. Lo corrobora el hecho de que el viernes por la tarde, en medio del nerviosismo del mando aliado en Macedonia y mientras la ministra Albright aseguraba haber recibido garantías rusas de que sus tropas no entrarían en Kosovo, el portavoz serbio de Exteriores anunciara que el destino de los blindados rusos era la devastada Pristina. El telón de fondo de esta primera crisis posbélica es la creciente confusión sobre quién manda en realidad en Rusia, donde, a medida que se acercan las elecciones y el relevo del caduco Yeltsin, se agudiza la lucha entre las diferentes facciones civiles y militares que buscan su lugar al sol.
Pese a que Washington intenta quitar hierro al asunto -su enviado Talbott sigue en Moscú buscando un acomodo-, resulta claro que sin un preciso entendimiento entre la OTAN y Rusia la misión de Kosovo peligra en sus mismos orígenes. Más allá de su valor simbólico y para el mercado interno, es difícil no ver en la decisión rusa no sólo la expresión de una voluntad política, sino el primer desafío serio a la autoridad del comandante en jefe de las fuerzas de pacificación. Moscú reitera que quiere controlar el norte de Kosovo, donde se da la mayor concentración de ciudadanos serbios, y que no aceptará que sus tropas en la región estén bajo mando de la OTAN. Con buen criterio, Washington y sus aliados se han opuesto firmemente hasta ahora a unas pretensiones bajo las que aletea, una vez más y cuando todo está por hacer, el largo brazo de Milosevic y el peligro de una partición informal de la provincia en una zona serbia y otra albanesa.
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