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Tribuna:CRÓNICAS
Tribuna
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Los artículos de Millás

Juan Cruz

Acababa de cenar comida asturiana al lado de la Puerta del Sol y Juan José Millás sufrió una lipotimia; le sentaron a la puerta del restaurante, en una silla de madera, y estuvo allí doce minutos, abanicado por los amigos que le gritaban "¡Juanjo, Juanjo!" mientras él daba lentas cabezadas como si estuviera al final de alguna resignación. De pronto se repuso, recobró el color, los miró a todos y exclamó, como si lo hubiera estado preparando desde hacía mucho tiempo: "¡Ya está!". Se despertó otro; aquel Juan José Millás no es éste que ustedes leen hoy y que acaba de ganar, por un artículo publicado en este periódico acerca del Viagra y lo real, el Premio Mariano de Cavia de periodismo que otorga anualmente el Abc. Éste es un nuevo Millás, el de los artículos y el de los libros, pero sin duda alguna es consecuencia de aquél que de pronto se sumió en el episodio final del cansancio, se durmió un rato y decidió seguir caminando de otra forma, en busca de la felicidad y de la risa, lejos de la soledad con ojeras que a veces le taponó la alegría de la vida. Es curioso, porque aquel instante en la Puerta del Sol es el que marca el antes y el después de un hombre, y no siempre se puede hacer crónica tan precisa de ese transcurso.

El otro Millás, el que se quedó allí, en la silla de madera, dormitando, salía por las noches, hasta el amanecer, con Kafka, pero súbitamente comprendió que Kafka le puede dar la mano a los Beatles o al supermercado, y que la mayor parte de las cosas que suceden en la realidad son también parte de los sueños soñados por un loco al que nunca fue a ver Sigmund Freud. De esa convicción de que la vida literaria es mejor cuando es vida nace este otro Millás que ha rejuvenecido el simbolismo del artículo periodístico en España; antes de esto él tenía una conferencia que daba con cierta insistencia en lugares diversos, como Cajas de Ahorro o escuelas de letras; eran discursos extemporáneos para las modas de la época, porque en lugar de hablar de las generaciones literarias o de sus propios gustos de escritor, se imponía como tema su propia prospección en los armarios de los zapatos o en las zonas ventriculares de su mismo cuerpo. La gente le miraba un poco atónita, y le escuchaba con regocijo e incluso con respeto, pero acaso ni él mismo vislumbraba que en nuestro museo de cera del articulismo él podría irrumpir con fábulas parecidas y cambiar la dimensión del texto literario breve en la prensa escrita.

Se atrevió, y fue después de aquel incidente del que despertó otro. Era en 1990, por el verano, y en una serie de textos que terminaba siempre con la expresión "En fin" y que crujieron dentro de las páginas de este mismo periódico como una novedad que no se sabía muy bien cómo le iba a convenir al Libro de estilo. En su espléndido libro Mujer en guerra, Maruja Torres recuerda lo difícil que hacíamos algunos de los que trabajábamos en EL PAÍS la rebelión contra el Libro de estilo, y ese mismo documento explica aún mejor el éxito del riesgo en el que incurrió Millás. Ahora, los viernes en la edición nacional y los domingos en la sección madrileña del periódico, esa escritura en la que caminan juntos Kafka, los Beatles, Freud, Cortázar y Augusto Monterroso, cabalgando sobre treinta líneas escasas, explica un nuevo universo sin el cual tampoco se podría explicar muy bien la realidad que existe y que hoy es también la que él nos ha inventado.

¿Qué le pasó a Millás? No fue una simple lipotimia; se le acabó un tiempo y llegó a un límite su cansancio, el que también contaba en sus libros, pero hubo incluso otra anécdota fundamental, en ese camino de recuperación de la perplejidad risueña que hoy es la marca final de sus textos breves. Un día llegó a otro bar, esta vez de percebes, y contó un descubrimiento: había conocido a un médico, el doctor Lozano, que le había explicado de dónde le venía la tristeza a los hombres: de la utilización poco sabia del calzado. "A partir de ahora", dijo, "sólo suela de goma". A partir de ahí, desarrolló con el médico otra teoría, la de la felicidad por la vestimenta o por el contexto, y hace quince días la recitó para hipocondriacos y doctores en la sala de actos de una organización sanitaria. Los que estábamos allí sabíamos que aquel hombre que hablaba había conocido la angustia y el dolor, pero en un momento muy preciso de su vida se había despertado, había exclamado "¡Ya está!" y ahí estaba, otro hombre, siendo feliz cada mañana.

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