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"Lo peor que puede pasar es que las figuras se fijen en un ganadero"

"Los toros se caen por falta de casta". Ni más ni menos. Carolina Fraile gusta de las sentencias con el mismo aplomo que odia dar su edad: "Pon joven, y ya está". Lo que sale por su boca son frases trazadas a escoplo y martillo. A su lado, Juan Luis Fraile, de 28 años, asiente, calla y puntualiza. Todo con la parsimonia de un hombre de campo alejado del tráfico mundano. Los dos son los herederos del hierro Juan Luis Fraile, un ganadero que murió a principios de mes, apenas unos días antes de que su corrida sorprendiera a Las Ventas en pleno. Ocurrió el 16 de mayo. "Todos se movieron y aguantaron con la boca cerrada. ¡Cómo entraron al caballo! Fue un día emocionante. Fue el resultado de muchos años de lucha. Estoy convencida de que mi padre nos iluminó", recuerda Carolina."Mi padre", su recuerdo persigue toda la conversación, "siempre decía que el toro era el rey de la fiesta. Tiene que dar espectáculo. Esto sólo se consigue si el propietario de una divisa piensa más en la afición que en los toreros: Lo peor que le puede pasar a un ganadero es que las figuras se fijen en él. Es entonces cuando se crían toros únicamente para que aguanten 20 o 30 pases y, lo peor, para que no molesten", dice, y de paso traza, precisa, el sentido y virtud del legado familiar. La divisa nació en el 73. Entonces, el fallecido Juan Luis Fraile (hermano mayor de Nicolás, propietario de Valdefresno; Lorenzo, dueño de Puerto de San Lorenzo, y Moisés, titular de El Pilar) adquirió los toros antes propiedad de la mujer de Graciliano Pérez-Tabernero. En agosto de 1981, el día de la despedida de Manolo Vázquez, el nuevo hierro consiguió la antigüedad en Madrid. La de hace dos domingos era su cuarta presencia en San Isidro, tras un largo viaje desde 1985: su penúltima feria. "El toro de Santa Coloma", explica en parte para justificar tanta ausencia, "no es un toro pesado, no es de carne. Es fino de cabos, y nuestro encaste de forma más acusada, con mucha seriedad por delante". "Pero, por encima de todo", insiste, "con casta".

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Sin duda, y dada la situación actual de la fiesta, unas características con un mercado limitado: "Nosotros somos unos románticos, unos enamorados de los santacolomas. Creemos en una forma determinada de entender la fiesta. Si el toro se cae, la fiesta se derrumba. La gente se ríe y se pierde la seriedad. A veces me llaman antigua o creen que tengo más años de los que tengo por pensar de esta manera. Pero no hay que engañarse; en esto está todo inventado. La fiesta tiene que ser como ha sido siempre. Qué triste es cuando vas a una corrida y los toros se caen, no embisten... el público se aburre. ¡En un espectáculo pensado para la emoción, los tendidos se aburren"!

A veces la verdad tiene el raro privilegio de sorprender. Juan Luis hijo da la clave para tanta y filial pasión: "Lo que hacemos, lo hacemos fundamentalmente por afición". Una afición que gusta de las corridas de toros en su integridad. "Ahora", sigue la hermana para dar cuajo a lo apenas pronunciado, "las corridas se han convertido en un acto social. La gente va a la plaza a ver cómo le sienta el traje de luces al hijo de Paquirri. Así de triste. Se ha perdido el gusto por ver los toros. Ya casi no existe el tercio de varas. Antes, cuando el toro acudía al caballo, se decía "dale, pégale"; ahora es "vale" lo que se dice. Bueno, eso y otras barbaridades". Y en esta última frase se reconocen dos hermanos empeñados en un propósito: "Sin casta no hay toros, no hay fiesta".

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