La antorcha al oído
Cuando se inició hace ocho meses la séptima edición del Liceo de Cámara nadie podía imaginar que el motivo conductor de su programación, Los nacionalismos centroeuropeos, iba a imponerse pocos meses después en forma de una actualidad tan dolorosa como implacable. El ciclo acaba de cerrarse en un clima de apoteosis, ya que los honores de su conclusión, al igual que en la convocatoria anterior, han recaído sobre el Cuarteto Alban Berg, una de las agrupaciones camerísticas más extraordinarias del último cuarto de siglo.Desde su formación en 1970, el Cuarteto Alban Berg se ha erigido en el paladín de la gloriosa tradición cuartetística vienesa. La capital austriaca fue el lugar en el que nació, física y espiritualmente, el cuarteto de cuerda. Allí hallaron inspiración sus compositores y allí se editaron y estrenaron sus obras, de Haydn a Brahms y de Beethoven a Webern. Sucesores naturales de cuartetos míticos como los liderados por Schuppanzigh, Hellmesberger, Rosé o Kolisch, los miembros del Alban Berg son los portadores actuales de una antorcha casi sagrada que ha iluminado muchos momentos de gloria de la historia musical occidental.
Cuarteto Alban Berg
Obras de Dvorak y Haubenstock-Ramati. Auditorio Nacional.Madrid, 25 de mayo.
Repertorio
Su repertorio bascula, como el alma vienesa, entre el clasicismo y su negación. Las esencias del primero las aprendieron, cómo no, en Viena, y los secretos del siglo XX los desentrañaron en Estados Unidos junto al Cuarteto LaSalle. En Madrid han demostrado que se hallan en la cúspide de su carrera: en los cuartetos números 10 y 14 de Dvorak, dos de los mejores del checo, dieron una lección de fraseo, de articulación, de vigor rítmico, de lirismo y de asunción de los elementos clásicos de unas obras que tuvieron también en Viena a sus primeros grandes intérpretes y admiradores.
El cuarteto número 2 del aquí apenas conocido Roman Haubenstock-Ramati, que el Alban Berg estrenó en 1978, es una obra que oscila, asimismo, entre el ayer (cánones) y el hoy (aleatoriedad controlada), rica en contrastes e inequívocamente vienesa (se inicia con la indicación "agridulce, vienés" y se cierra con un vals deformado y espectral). Volvió a tener en los austriacos a unos intérpretes de excepción, que convierten en oro puro cuanta música contemporánea llega a sus atriles y que respondieron a las aclamaciones de un público deslumbrado por el fulgor de su antorcha con una versión fascinante del movimiento lento del cuarteto "americano" de Dvorak.
Babelia
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