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Reportaje:

Mucho más que unas municipales El frentismo y los efectos de la tregua de ETA aumentan el calado político del 13-J

Las del 13 de junio serán en Euskadi mucho más que unas elecciones en las que los ciudadanos eligen a los gobernantes de sus instituciones más cercanas. La singularidad de los acontecimientos del último año, la velocidad con que se han encadenado unos a otros y los cambios drásticos que han traído consigo dibujan unas elecciones de mucho más calado político y con incógnitas importantes. Su despeje tendrá una repercusión para el futuro mucho mayor de la que se atribuye en normalidad a unos comicios municipales. El proceso en el que se han embarcado los firmantes del Pacto de Lizarra hace de la consulta en los 251 municipios de la comunidad, los 271 de Navarra, las tres Juntas Generales -que determinarán los gobiernos de las diputaciones- y el Parlamento navarro -del que saldrá el Gobierno foral- un choque político en toda regla. La referencia más inmediata, las elecciones autonómicas de octubre pasado, indican que el PNV ganó en 150 municipios, EH en 68, el PP en 15, el PSE en 13 y EA en sólo 4. Todo inclina a pensar que la incidencia de IU y de UA será de poca consideración. Todas las fuerzas políticas sobre todo las cuatro grandes siglas -PNV-EA y EH del lado nacionalista y PSE y PP del no nacionalista-, se juegan mucho; y no sólo en lo que será su presencia e influencia en los futuros ayuntamientos y diputaciones. En un año se han acumulado varios ingredientes políticos novedosos y de primera magnitud. Ninguno será irrelevante antes ni después del 13 de junio. Hay que recordar, cronológicamente, la ruptura del gobierno tripartito con la salida del PSE, la firma del Pacto de Lizarra y la inmediata tregua de ETA; los resultados de las autonómicas de octubre con el fortalecimiento de los dos polos del arco político -PP y EH- y la formación de un gobierno exclusivamente nacionalista, que ha roto una tradición de colaboración con el PSE que databa de 1986; está, además, la irrupción a toda máquina de EH en la actividad parlamentaria, su compromiso de apoyo al Gobierno Ibarretxe hasta el año 2003 y su decisión de entrar en los ejecutivos forales. Hay que añadir el inicio de reencuentro en la coalición PNV-EA del nacionalismo moderado escindido hace trece años y no se debe olvidar la existencia de la Asamblea de Electos nacionalistas, constituida en febrero pasado y aletargada en espera de la configuración de las nuevas corporaciones. Todos estos factores hacen de éstas unas elecciones a muchísima distancia, en calado político, de los anteriores comicios locales y forales de 1995. Hace cuatro años, ETA desplegaba una actividad furiosa iniciando su acoso al PP. En enero de 1995 asesinó al concejal y parlamentario del PP Gregorio Ordóñez y esa Semana Santa intentó hacer volar por los aires al candidato a la presidencia del Gobierno, José María Aznar, iniciando un camino del que sólo se ha separado con la tregua. En paralelo, HB y el resto de las organizaciones del entramado proetarra llevaban a la práctica en la calle las previsiones más duras de la ponencia Oldartzen. "Socializar el sufrimiento" era la consigna y desde la dirección clandestina de ETA hasta el último miembro de la constelación se empemaron a fondo en la tarea de hacerlo extensivo. Con ese telón de fondo condicionador y absorbedor de todas las energías de los partidos democráticos, las elecciones municipales se presentaron con la imperiosa necesidad de neutralizar a los radicales y desalojarlos de los ayuntamientos en los que venían teniendo alcaldías en su condición de lista más votada, respetada por los demás grupos. El PNV, el PSE y EA acababan de pactar el gobierno tripartito y la suficiencia numérica de ese acuerdo en otros ámbitos les era vital. Tanto para extenderlo a los equipos de gobierno de los nuevos consistorios como para hacer gobernables en coherencia las tres diputaciones forales. Los resultados hicieron posible el objetivo, con alguna excepción llamativa como Bilbao, y la situación se mantuvo inalterada en los tres territorios hasta que en el verano de 1997 se rompió el pacto, primero en el Ayuntamiento de Vitoria y a continuación en la Diputación de Álava. Finalmente, en julio del año pasado, abandonaron también el Gobierno vasco. Antípodas En las antípodas de aquella lucha por hacer válido y extensivo el tripartito -HB fue desalojada de algunas alcaldías-bandera, cuyo paradigma fue la de Hernani- se presentan los intereses de la consulta de junio. La prioridad es ahora, como lo fue en las autonómicas de octubre, volver a chequear la relación de fuerzas entre nacionalistas y no nacionalistas. En este sentido, las municipales y forales serán una especie de nueva reválida tanto para los nacionalistas signatarios de Lizarra, ahora reunidos tambén en un pactos institucional que les ata en el Parlamento vasco, como para sus detractores. Si los primeros trasladan Lizarra a los municipios , los eventuales acuerdos entre el PP y el PSE, ya comprometidos públicamente a no pactar con los nacionalistas, pueden restarles algunos ayuntamientos de importancia, entre ellos el de Vitoria, y la Diputación de Álava, con toda la repercusión complicadora de las relaciones de ese territorio con el Gobierno vasco. 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