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52º FESTIVAL DE CANNES

La escalera de las vanidades

Modelos, estrellas, personajes de la prensa rosa, productores y futbolistas se dan cita en los estrenos nocturnos

Guillermo Altares

Antes de que comience la última entrevista de la tarde, la actriz francesa Emmanuelle Béart revisa la agenda de la noche (siempre muy apretada en el Festival de Cannes) con su agente. "No sé si podré ir a la cena, porque hoy me toca subir las escaleras otra vez", dice la intérprete. No se refiere a una actividad deportiva, ni a ningún rito iniciático, sino a la principal cita mundana del certamen: el gran estreno de las siete de la tarde en la inmensa sala Lumière del Palacio de Congresos, una ceremonia retransmitida en directo por la radio y la televisión francesas y que se ha convertido en el máximo símbolo del festival (el anuncio genérico realizado por ordenador que se proyecta antes de las películas de la sección oficial es una estrella que sube peldaños en el cielo).Su nombre, la Subida de las Escaleras, viene de los 20 peldaños, cubiertos por una espesa alfombra roja, que hay que superar antes de acceder a la sala donde se celebra cada tarde el estreno de etiqueta: el traje de noche, señoras, y el esmoquin, caballeros, es absolutamente obligatorio, cámaras, fotógrafos y presentadores de televisión incluidos.

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La gran estrella del cine francés, Catherine Deneuve, quizá una de las personas que mejor conocen los trucos del festival, no acudió a las ruedas de prensa de las dos películas que tiene en la competición oficial (Pola X, de Leos Carax, y Le temps retrouvé, de Raúl Ruiz), pero, ataviada con sendos trajes de Yves Saint Laurent, subió las escaleras con motivo de los dos estrenos. Su foto ocupaba al día siguiente la portada de gran parte de la prensa francesa.

Lo mismo ocurrió con Mel Gibson, productor del filme de Atom Egoyan El viaje de Felicia (favorito, por ahora, según los paneles de la crítica, y seguido muy de cerca por Almodóvar y Todo sobre mi madre). Al actor australiano no se le vio el pelo durante todo el día; pero fue a la gala nocturna.

La principal forma de confirmar que alguna estrella se encuentra en Cannes es la Subida, y muy pocos de los que vienen de tapadillo se resisten, como ocurrió con Val Kilmer, Charlize Theron o Liz Taylor, que vino a una subasta benéfica y ha sido quizá la única estrella que no ha escalado este año.

La Subida no tiene que ver sólo con la película que se presenta esa noche. A veces, ni siquiera con el cine. Durante varios días, las protagonistas de la escalada fueron las modelos en nómina de una marca de cosméticos que desfilaban por motivos publicitarios (Adriana Karembeu, con un vestido blanco a lo Marylin Monroe, Laetitia Casta o Claudia Schiffer), que hicieron sombra a los miembros de un jurado en el que hay estrellas como Holly Hunter o Jeff Golblum, y a actrices invitadas por el festival como Kristin Scott Thomas o Faye Dunaway.

Pero no es glamour todo lo que reluce en la ceremonia. "Haría mucho mejor dedicándose al fútbol", aseguró, indignado, el realizador de La cena de los idiotas, Francis Veber, después de que el futbolista brasileño Ronaldo le robase planos a Mel Gibson en la Subida del filme de Egoyan.

Numerosos personajes de la prensa rosa francesa (desde Miss París 1999 hasta la presentadora estrella de la televisión pública) se apuntan al bombardeo de flases, en el que este año no ha faltado ni siquiera una estrella del porno, Rocco Siffredi, que se acaba de pasar con gran éxito al cine de gente vestida con el filme Romance, de Catherine Breillatt.

El primer signo de que el momento de los peldaños se acerca es que los curiosos empiezan a apelotonarse ante la sala Lumière, pero el indicio definitivo llega con un curioso desfile: un poco antes de las seis, varios batallones de gendarmes franceses, cuidadosamente uniformados y con sus gorras de plato, marchan en formación y con paso marcial por La Croisette (el paseo marítimo, en torno al que se produce todo el certamen). Una vez llegados al palacio, unos se quedan vigilando la entrada, pero otros se ponen en formación en el último tramo de las escaleras, con sus sables apoyados en el hombro. Luego, unos inmensos altavoces escupen durante toda la ceremonia, que dura tres cuartos de hora, canciones discotequeras, melodías brasileñas populares y un poco del chunda chunda típico de las fiestas de pueblo.

En esos momentos es cuando las exageradas medidas de seguridad del festival se vuelven especialmente duras. Todos los años se cuenta un caso disparatado de exceso de celo y el de esta edición ha sido histórico: el día del estreno de la pequeña película iraní presentada a concurso Los cuentos de Kish, sus tres realizadores y su equipo fueron parados por la policía. Tuvo que bajar el mismísmo Gilles Jacob, director del certamen, para arreglar el desaguisado y permitir que continuase la subida de las vanidades.

decadencia.

"Hace 10 años me volvía loco para encontrar barcos. Ahora me vuelvo loco para encontrar clientes", señaló a la prensa local un responsable de la empresa Northorp & Johnson, que se encarga de colocar algunas de estas imponentes embarcaciones con todos los lujos, desde cubiertas de madera amuebladas con exquisitos sillones hasta tripulación uniformada, circuitos cerrados de televisión, teléfono por satélite, comedores en los que se pueden dar cenas para decenas de personas (naturalmente, sentadas).

Según la mayoría de los patrones, los tiempos míticos de las fiestas hasta el amanecer y a todo trapo en los yates y veleros han pasado a la historia, aunque no aclaran si es porque las grandes productoras estadounidenses se lo gastan todo en efectos especiales o porque, como señalan otros, no están los tiempos cinematográficos como para hacer exhibiciones tan evidentes de derroche.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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