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El 9 de abril

Vicente Molina Foix

El almuerzo empezó algo más tarde de lo previsto. El grupo de invitados esperaba junto a la amplia mesa cuadrada con un aperitivo en la mano, lamentando los que se conocían lo poco que Madrid deja verse a los amigos, hablando de lugares comunes los que acababan de ser presentados. En total unos veinte, que a partir de ahora, y sin guasa, llamaré Los Intelectuales. Por fin entró en la sala, rodeado de una selecta guardia de colaboradores de su partido, el objeto constituyente de la reunión, a partir de aquí designado como El Candidato (aunque a partir del viernes pasado su apelativo público sea el de Ex Candidato).El Anfitrión, a quien podemos dar sin más suspense un nombre propio, José García Velasco, agradeció en nombre de la casa, la Residencia de Estudiantes, la presencia de unos y otros, y dio comienzo la comida.

Al ser amablemente convocado, hice dos preguntas a los directivos de la Residencia; ¿habría fotógrafos?, ¿se podría hablar, quise decir, protestar, y no sólo escuchar un discurso electoral? Fueron las mismas preguntas condicionales que hice cuando -después de una vida bastante feliz sin haber acudido nunca a la bodeguilla de Felipe- me pidieron asistir a un encuentro en La Moncloa con el entonces aún presidente del Gobierno, pocas semanas antes de las últimas elecciones perdidas.

Aquella vez se respetaron las condiciones; no hubo fotos de prensa al día siguiente con el Político arropado por Los Intelectuales, y el intento de algunos sicofantes de mi gremio por convertir el acto en una adhesión fue cortado por las preguntas que al menos dos de los invitados tuvieron tiempo de hacerle a González (Extremadura le esperaba) sobre temas candentes que el PSOE tenía -y tiene- en sus fogones a medio gas.

En mi caso, el motivo de aceptar aquella invitación no fue la esperanza de contribuir a una mejora de la cosa pública, esa antigua y noble y hoy desacreditada tarea del intelectual, sino la pura curiosidad novelesca. Pero en tanto que votante ocasional del PSOE profundamente decepcionado por el sesgo de su política y los espíritus protegidos en el Interior del partido, tampoco tenía, ni tengo, deseos de intervenir en actos donde, al menor descuido, puedes acabar entonando un "¡Viva Guadalajara!". Como personaje literario, González dispone de más cuerpo y misterio que El Candidato recientemente dimitido, y ahí les doy la razón a quienes han hablado de encantador de serpientes. Felipe tuvo un largo periodo de inteligencia política y seguía teniendo aquel día el instinto de la cita oportuna y un don persuasivo no siempre ajustado al peso de la verdad. Naturalmente, a su favor cuentan los años de experiencia, ese "ver mundo" que le faltaba al futuro economista crecido esforzadamente en Lleida, y el aparatoso glamour del poder, que el aparato del partido se encarga de realzar. Pero volvamos al almuerzo de la Residencia.

El Candidato había expresado la voluntad de oír sin trabas a esos Intelectuales elegidos por la institución anfitriona. Se habló de las víctimas tradicionales, la investigación, las bibliotecas, el teatro, y parecía que, admitidos (principalmente por Joaquín Leguina, que iba entre los pretorianos del Candidato) algunos importantes errores simbólicos cometidos por el PSOE respecto a la cultura, la sangre podía, cordialmente, desembocar en algún río. Núria Espert, una de las comensales, lo planteó graciosa y abruptamente: "¿Va a hacer algo el PSOE para ganarse de nuevo a los artistas que le acompañaron en su promesa del cambio y después, defraudados, se alejaron de él, sin por ello acercarse al PP?". Como estaba sentado a la derecha del Candidato vi su sonrisa cuca al responder: "Eso precisamente es lo que me han encomendado en el partido".

Entonces se acercó por detrás un ayudante y le dijo algo al Candidato. El almuerzo tenía que acortarse. ¿Obligaciones ineludibles? Deberes, diría yo, dándole a la palabra su sentido escolar. La sensación que tuve aquel día de La Moncloa y éste de la Residencia es parecida: el Político necesita de ti o piensa en ti cuando es Candidato, cuando su mayoría entra en crisis, pero ni siquiera tu voto de elector de a pie o tu conciencia crítica le quitan el sueño. Hay siempre más allá, en el lugar abstracto y perentorio del Poder, una causa urgente que le hace ausentarse. El almuerzo con Borrell fue, según mi agenda, un 9 de abril. El día en que se revelaron las primeras andanzas de los pillos amigos del Candidato. Por eso tuvo que dejar a la Espert y a todos nosotros con la queja en la boca. No ha parado de correr hasta el viernes pasado.

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