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52º FESTIVAL DE CANNES

Leos Carax, 'niño terrible' del cine francés, hace tragar otro cólico de megalomanía

ENVIADO ESPECIALLeos Carax, enfant terrible del cine francés, considerado el cineasta maldito por excelencia de este país, llevaba casi una década desaparecido. Vuelve ahora ya adulto, con 38 años, con la película Pola X, nueva paliza de imágenes singulares expulsada en forma de cólico con hedor a megalomanía, a perfume de genio incomprendido. Pero el israelí Amos Gitai le dio ayer con humildad una lección de precisión en Kadosh, un terrible relato sobre la situación de la mujer en el mundo del integrismo judío.

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Después de realizar Chico busca chica en 1983 y Mala sangre en 1986, Leos Carax comenzó en 1988, con 27 años, el rodaje de Los amantes del Pont-Neuf, que él mismo tildó de "catástrofe natural". La filmación de esta singular y a ratos muy notable película le costó a Carax tres años y la multiplicación por 10 del presupuesto inicial, pero a su protagonista, Juliette Binoche, casi le costó vacaciones a perpetuidad en un manicomio. A Carax no se le puede ne-gar -pese a su inclinación al manierismo y el jugueteo audiovisual- talento, pero tampoco hay que escatimarle la petulancia, con frecuencia algo idiota, de los que se sienten genios incomprendidos, con el añadido de que en el arte la verdadera genialidad tiende casi siempre a la humildad como sombra inseparable y perturbadora. Tras terminar la catástrofe natural de Los amantes del Pont-Neuf, a Carax se lo tragó la tierra y cuando ahora le preguntan adónde se fue durante estos 10 años él contesta que "al diablo", lo que explica irónicamente la cantidad de ácido sulfúrico que ha metido en Pola X, aunque, a decir verdad, el pesimismo con que ha querido endurecer el enigmático relato de Herman Melville, Pierre o las ambigüedades, en que se basa la película, tiene más bien poco de diabólico y mucho de infantilismo embarullado, poco de susurro maléfico y mucho de estruendo de discoteca heavy, ensordecedora pero blanda, amorfa, inofensiva.

Malditismo juguetón

Hay una frase en Pola X que radiografía a su director: "Sueñas con hacer una obra de madurez, pero tu encanto es estar en plena inmadurez". Carax ya no tiene 23 años, edad en que aquí fijaron su imagen de enfant terrible. Se acerca a los 40 y pretende nada menos que conservar la bula del malditismo juguetón con el rigor y la severidad del artista adulto. De otra manera, ha querido evolucionar pero se ha quedado quietecito sobre la taza del retrete de la precocidad, trono confortable donde los haya para los niños incorregibles. Y el muchacho indómito, sentado sobre los restos del cólico de una prematura indigestión de sí mismo, vuelve ahora inexorablemente la mirada hacia el redil de los viejos domesticados.La película tiene obviamente escenas muy brillantes y realizadas con originalidad, casi fuera de norma. Leos Carax ha dado a lo largo de su pequeña filmografía muestras de afán excesivo de originalidad, de tendencia a la autocontemplación y de engreimiento más o menos disfrazado, pero nadie en justicia puede negarle virtudes como las que demostró con el tesón creativo desplegado para poder concluir Los amantes del Pont-Neuf, ni ahora en algunos momentos de Pola X, que alcanzan una poderosa visualidad y, a veces, rozan el misterio.

Por ejemplo, la escena de cama incestuosa entre el chico protagonista, interpretado por Guillaume Depardieu, y su hermana errante, que se sitúa en el borde de la explicitud y, sin embargo, derrocha sentido de la mesura y buen gusto, apoyados en un uso insólito y a veces aventurero, temerario, de la cámara. Carax lleva el cine en la sangre, pero su instinto merecería mejores, más generosos y más maduros vehículos de ficción que el que aquí despliega, que es, a todas luces artificioso e hinchado. No es Pola X una buena adaptación del complejo y oscuro libro del Melville, escrito inmediatamente después de Moby Dick, en una situación de ánimo completamente extenuado y situado por ello en las antípodas de la gran novela que acababa de finalizar. Algo falla en la pluma de Carax, que vierte un borrón de tinta sobre la lente de la cámara de Cárax.

Pola X, como la pionera en este tinglado Los amantes del Pont-Neuf, es una consecuencia casi modélica de ese marginalismo de lujo ante el que nos alertábamos ayer, ya que Cannes se propone bendecirlo como fórmula de cine futuro.

Hay ya, y aumentará, presión ambiental para que esta megalómana, pretenciosa y fallida película ocupe un lugar entre las elegidas y parece más que probable que el presidente del jurado, David Cronenberg, está por la labor, ya que es la suya y ése es su barco: basta ver Crash para deducirlo.

Poderoso observador

Y de ahí proviene igualmente, además de por no ser francesa, que la magnífica Kadosh fuera relegada a película telonera en la jornada de ayer. El israelí Amos Gitai es un veterano gran documentalista, un poderoso observador, que de vez en cuando hace incursiones, sin abandonar la captura de la realidad, en la ficción. Kadosh es la tercera de ellas, y, ciertamente, excelente.Es una indagación de alcoba en un grupo de judíos integristas de Jerusalén. La dureza del retrato de la vida conyugal, y sobre todo sexual, de dos de estos matrimonios, es literalmente aterradora, por su veracidad y por la inteligencia y la precisión con que Gitai usa su cámara como si fuera un bisturí. Ningún localismo, a fuerza de ser todo estrictamente, cerradamente local.

Estamos ante un implacable y severísimo ahondamiento en la lógica de la represión, sobre todo de la mujer, en lo que tiene de abismal y de universal. Los ropajes del ceremonial de esta sorda tortura son judíos, pero la carne ahogada que hay bajo ellos es carne de animales humanos. Cine grande, exacto, grave e incómodo.

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