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Árbol a ciegas

Árbol adentro, así llamó Octavio Paz su último libro de poesía, y ese título es una extraordinaria metáfora de la mente, del modo en que las cosas que están afuera se transforman en recuerdos, en sensaciones, en imágenes almacenadas en el interior de quien ha visto una ciudad, un rostro, una selva, una montaña, un río. "Creció en mi frente un árbol./ Creció hacia dentro./ Sus raíces son venas,/ nervios sus ramas,/ sus confusos follajes pensamientos". Sin embargo, hay personas que existen nada más que del otro lado, que no tienen o perdieron el sentido de la vista, que habitan un mundo sin exterior, ajenos a las formas o los colores, aislados en medio de unas sociedades insolidarias que, en general, no sólo no se preocupan por quienes sufren minusvalías, sino que incluso los consideran un estorbo y, a menudo, en lugar de ayudarlos los marginan. Ésta es una época que quiere parecer próspera, brillante, fuerte. Y ya lo dijo Susan Sontag: la enfermedad es el lado nocturno de la vida.Por una vez, sin embargo, las autoridades han pensado en ellos al montar una senda especial en el Retiro, en los jardines de Herrero Palacios, donde los invidentes podrán reconstruir con el tacto, sobre unas placas en relieve, las figuras de algunos árboles y leer su historia en un texto escrito en braille. Es maravilloso imaginar la manera en que el bosque les entrará por la punta de los dedos, se irá formando lentamente en sus ojos vacíos, como aquel árbol que colonizaba poco a poco a Octavio Paz en su poema.

Mi padre se quedó ciego a los cuarenta y cinco años. Cuando alguien se queda ciego, todo lo conocido hasta entonces se detiene, los familiares dejan de cumplir años, los coches no cambian de modelo, la ciudad no se transforma ni crece. Cuando mi padre habla de Madrid, describe una ciudad que ya casi no existe; te da una dirección, por ejemplo, y si quieres llegar al sitio que buscas, antes necesitas pasar junto una casa con balcones que fue derrumbada, girar a la derecha en un taller de repuestos cerrado hace dos décadas, ir hasta una plaza donde no hay una tienda en la que te atenderá un dependiente que se llama Manuel o Antonio o Lorenzo y murió a finales de los ochenta. Es curioso, pero a veces, al escucharle hablar de ese Madrid remoto e inencontrable, tengo la sensación de que él aún debe verse a sí mismo exactamente igual al que era entonces, de que sigue siendo una parte de eso y, por lo tanto, en cierto modo esta allí todavía, inmóvil, perenne. Me hace sentir como a ese montañero cuyo padre, también alpinista, murió en el Everest o el Himalaya, y al que, cuando se convirtió en un adulto, buscó una y otra vez, en sucesivas expediciones, hasta encontrarlo congelado en un bloque de hielo y comprobar, cuando lo miró cara a cara, que para entonces él era ya el más viejo de los dos. Debe de ser muy triste y también muy hermoso ver árboles a ciegas. Triste para los que no saben acostumbrarse a las sombras, los que se parecen al Jorge Luis Borges que habla en su poema El ciego: "Lo han despojado del diverso mundo,/ de los rostros, que son lo que eran antes,/ de las cercanas calles, hoy distantes,/ y del cóncavo azul, ayer profundo./ De los libros le queda lo que deja/ la memoria, esa forma del olvido/ que retiene el formato, no el sentido,/ y que los meros títulos refleja./ E1 desnivel acecha. Cada paso/ puede ser la caída. Soy el lento/ prisionero de un tiempo soñoliento/ que no marca su aurora ni su ocaso./ Es de noche. No hay otros. Con el verso/ debo labrar mi insípido universo". Hermoso para los que son capaces de seguir luchando después de haber caído; para los que aprenden a mirar con la imaginación, a tirar de las cosas hacia dentro de sí mismos; para los que saben ser más fuertes que sus desgracias, pelean porque no los excluyan y le plantan cara a los impedimentos: si no hay luz, aprenderemos a orientarnos en la oscuridad.

A mí me parece admirable la manera en que saben domesticar sus órganos; los observo leer con las manos, orientarse con el oído, disfrutar con la belleza de todo lo que no ven, y pienso hay más de una manera de apreciar lo que es hermoso, lo que es importante. El planeta está lleno de gente a la que no le pasa nada en los ojos y sin embargo está ciega.

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