Universidad
ADOLF BELTRAN Una sociedad normal. El acto, con la solemnidad que el gótico civil de la Llotja otorga siempre, parecía alejado de los instintos caníbales que nos caracterizan. Allí había empresarios y sindicalistas, políticos e intelectuales, representantes de las instituciones y dirigentes sociales. Por una vez, todas las caras de Valencia estaban juntas, de una punta a la otra del espectro ideológico. Cinco siglos de historia, medio milenio de universidad, lo consiguieron. El quinto centenario de la fundación del Estudi General fue, en cierto sentido, un espejismo. Hasta el presidente de la Generalitat, Eduardo Zaplana, pareció reconocer el peso que la sedimentación de la cultura, la crítica y el pensamiento tiene en la conformación de una identidad colectiva, en el hecho diferencial que nos delimita ante otros pueblos y, a la vez, nos vincula en la historia con ellos. Desde otro punto de vista, sin embargo, el acto no fue un espejismo sino un síntoma de algo que el rector Pedro Ruiz y su equipo se habían propuesto: que la celebración de Cinc Segles sirviera para restaurar puentes y abrir canales de colaboración de la Universidad de Valencia con la sociedad. La lista de entidades, empresas y bancos que participan en el programa, con unos mil millones de pesetas de aportación, resulta bien elocuente. Por otra parte, la presencia de los representantes de la Conferencia de Rectores y los debates previos sobre la armonización de la política universitaria en el marco europeo apuntaron una proyección hacia el futuro que no es difícil detectar en el conjunto de congresos y actividades que el quinto centenario pretende catalizar. En definitiva, para eso sirve la Universidad, para eso han de servir el saber y la reflexión ilustrada, más que nunca en el tránsito hacia un nuevo milenio. El sobrio protocolo del viernes en la Llotja sólo registró dos estridencias: la alcaldesa de la ciudad, Rita Barberá, exhibió en solitario su tozuda incapacidad para usar el valenciano en público, y el rector de la Politécnica, Justo Nieto, con su ausencia, ganó sin competidores el campeonato del desplante.
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