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Tribuna
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Escuela de democracia

El Consejo de Europa, que es la organización "madre" de todas las demás organizaciones europeas nacidas con posterioridad a la II Guerra Mundial y a la cual España se adhirió el 24 de noviembre de 1977, el mismo día en que, como ministro de Asuntos Exteriores, tuve el honor de firmar en su nombre el Convenio Europeo de Derechos Humanos, celebrará en los próximos días el 50° aniversario de su creación. El respeto y el reforzamiento permanente de los derechos y libertades fundamentales de la persona humana, la protección de las minorías, la lucha contra toda forma de racismo, xenofobia o discriminación sobre bases étnicas o religiosas y su compromiso de dar tratamiento de absoluta igualdad a sus hoy casi 800 millones de ciudadanos repartidos entre sus 41 Estados miembros explican que, a la vista del drama humano y del grave cuestionamiento político planteado por los acontecimientos del Kosovo, se haya eliminado cualquier aspecto "festivo" de esta conmemoración, que se celebrará simultáneamente en Londres, lugar de su creación; Estrasburgo, su sede, y Budapest, capital simbólica del primer país de Europa del Este que se incorporó, en noviembre de 1990.Los acontecimientos de 1989, que coincidieron con el final de mi mandato de secretario general de la organización, iban a devolver al Consejo su vocación originaria de única organización auténticamente paneuropea que había sido frustrada por la guerra fría durante los primeros cuarenta años de su existencia laboriosa y eficaz, si bien excesivamente discreta y por ello ignorada de las opiniones publicas occidentales. Con mis viajes exploratorios a Budapest, en junio de 1987, y a Varsovia, en marzo de 1988, se inicia la siembra que llevaría a la reagrupación de los pueblos y las naciones de la Gran Europa, tarea que mis sucesores en el cargo proseguirán y ampliarán hasta reunir la casi totalidad de nuestro continente en torno a los valores, democráticos y humanistas del modelo político y social europeo. Al adherirse Finlandia, último país occidental a incorporarse a la familia, en 1989, el Consejo de Europa contaba con 23 miembros. Éstos son, hoy por hoy, 41 -con Georgia, admitida el pasado martes-, mientras tres Estados más, Bosnia, Armenia y Azerbaiyán, han presentado su candidatura. Con ello, la Gran Europa rebasa el espacio "del Atlántico a los Urales" diseñado antaño por el general De Gaulle.

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Una aventura europea

En el discurso que el presidente de Georgia, Edvard Shevardnadze, acaba de pronunciar ante los parlamentarios de la organización de Estrasburgo ha subrayado que "la fidelidad del Consejo de Europa a la democracia y al respeto de los derechos humanos, al pluralismo y a la justicia, al concepto de Estado de derecho, constituye la mayor aportación que éste haya hecho al reforzamiento de los valores universales en los 50 años de su existencia".

Reconocida esta aportación por las dos cumbres de jefes de Estado y de Gobierno celebradas, respectivamente, en Viena, en 1993, y Estrasburgo, en 1997, éstos incluyeron entre sus preocupaciones el afán de adaptar el Consejo de Europa a la nueva coyuntura internacional mediante la redefinición de sus objetivos y la selección de sus prioridades con el fin de consolidar su vocación integradora como foro natural del diálogo político entre todas las democracias europeas. Los máximos dirigentes europeos procuraban así evitar posibles confusiones entre el Consejo de Europa y las demás organizaciones que actúan dentro del ámbito europeo, como son, principalmente, la Unión Europea y la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), diseñando y racionalizando al propio tiempo las líneas directrices de su futura cooperación. El reforzamiento de la cohesión social, la atención prioritaria a las tareas educativas y a la formación de los jóvenes a la ciudadanía europea, la seguridad democrática y el respeto a la diversidad cultural, junto con el desarrollo y perfeccionamiento de la práctica de los derechos humanos, son los aspectos esenciales que conformarán el Consejo de Europa del siglo XXI.

Marcelino Oreja Aguirre fue secretario general del Consejo de Europa entre 1984 y 1989.

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