El enemigo somos nosotros
La OTAN nació, siempre se dijo, para que los americanos se quedaran en Europa, los rusos fuera, y los alemanes debajo (to keep the Americans in, the Russians out, and the Germans down). Mucho ha cambiado y sigue cambiado la Alianza Atlántica cuando conmemora su medio siglo de existencia en Washington metida por vez primera en una guerra. Pero en el fondo de los fondos, no ha cambiado tanto. Pues, de momento, mostrando una psicología de adolescente pese a su avanzada edad, la Vieja Europa sigue queriendo y necesitando preservar la presencia, la garantía -más que la protección- americana, porque los europeos no nos fiamos de nosotros mismos. Por eso, tras la guerra fría y la desaparición del Pacto de Varsovia, la OTAN siguió en pie. No porque hubiera salido victoriosa de 40 años de confrontación, ni para seguir defendiéndose de una amenaza externa en decadencia, sino porque aún es necesaria para protegernos de nosotros mismos, en contra de la idea de Sartre de que el "infierno son los otros". Bajo el mando de EEUU -es así- la OTAN sirve, ante todo, para que los demonios que han llevado a la guerra civil a Europa por dos veces en este siglo sigan dominados o dormidos. Hoy estos demonios no son sólo los de Francia y Alemania, sino también los que han despertado en el patio trasero de Europa, en particular en los Balcanes, que, superada la guerra fría, son también nosotros. La OTAN pretende estos días volverlos a meter a la fuerza dentro de la botella de donde nunca debieron salir. Va a resultar muy costoso.
Lo de los americanos dentro sigue siendo lo esencial. Los alemanes se han recuperado política y militarmente, y participan en los combates en Yugoslavia sin levantar recelos. En cuanto a los rusos, durante estos años, pacientemente -y ésta ha sido, hasta la guerra e incluso después, la gran labor de Solana en la Secretaria General de la OTAN-, se les atrajo a la colaboración con la Alianza, pese a que el conflicto de Kosovo haya enfriado estas relaciones, e incluso dificultado dentro de Rusia la cooperación con Occidente. Cuando Yeltsin volvió inoportuna e irresponsablemente a agitar el fantasma de la guerra fría fueron muchos los que sintieron que la OTAN guardaba una parte algo más que residual para la defensa, que había pasado a segundo plano ante las nuevas misiones.
Ésta era una alianza pensada para preservar la paz, la ausencia de guerra, a través de la disuasión contra la otra parte generando estabilidad a un coste: el condenar a los otros a vivir bajo la batuta soviética. Pasada esa época, los acontecimientos posteriores y la propia evolución de Europa llevaron a pensar que la Alianza debía cambiar en un proceso que llega, si no al final, sí a una nueva cota en Washington, aunque con una cierta e inevitable ambigüedad. La OTAN veía que iba a tener que intervenir en operaciones de mantenimiento de la paz (como en Bosnia) o de imposición de la paz, e incluso, como se ha demostrado ahora, a protagonizar directamente acciones humanitarias. Para ello necesitaba fuerzas más flexibles, más profesionales, y organizadas en unas estructuras más ligeras que permitieran que se añadieran unidades de países no miembros.
A la vez se empezó a diseñar una cierta identidad europea de defensa dentro de la OTAN para permitir que los europeos pudiesen actuar utilizando los medios comunes de la OTAN en situaciones en las que EEUU no quisiera implicarse directamente. Pero Washington sigue manteniendo un derecho de veto; y lo tendrá mientras Europa no se dote de los medios necesarios -incluidos satélites- para su autonomía militar.
La Alianza se está transformando en profundidad en sus estructuras y fuerzas, y ahora con un nuevo concepto estratégico. La paradoja de la historia ha sido que, justo cuando se había ampliado a tres nuevos miembros, antiguos enemigos (Polonia, Hungría y la República Checa), y cuando pretendía celebrar 50 años de triunfo, se halle inmersa en una guerra muy seria en Kosovo, que representa en sí un fracaso, como toda guerra: la OTAN no ha logrado sus objetivos sin atacar. Ha quedado también demostrado que ésta no era una guerra para la que estuviera bien preparada la OTAN, lo que no significa que vaya a perder. Aunque si pierde, o si no gana, va a sufrir una crisis de autoestima que puede tener muy malas consecuencias para todos. Todos.
Kosovo influye en el devenir de la Alianza. Genera situaciones difíciles de plasmar en un documento, desde la integración militar de hecho de Francia a través de estas operaciones hasta la ampliación, también de hecho, de la OTAN a Albania, Macedonia, o ahora incluso a Rumania y Bulgaria, que han prestado su espacio aéreo a la Alianza. Pero Kosovo no va a determinar necesariamente la OTAN del futuro. EEUU quiere ver en esta crisis un precedente, pero otros países como Francia, Alemania o Italia no, y esta diferencia se ha reflejado en los debates que han llevado al nuevo concepto estratégico, que actualiza la base teórica anterior, de 1994. La OTAN no se va a convertir en una Alianza con intereses globales, sino que su ámbito seguirá siendo esencialmente europeo. Ni va a definir con precisión sus cometidos, ni siquiera la base legal -"la adecuada"- sobre la que actuará en un futuro similar. Ahora bien, en Kosovo sí está demostrando lo que también se refleja en este documento: que la OTAN no pretende sólo existir, sino -dentro de una cierta modestia derivada del concepto mismo de la subsidiaridad- también contribuir a moldear su entorno. Pero moldear el entorno era algo que no pretendía la OTAN de hace 50 años. Ésta puede ser la gran novedad.
En Kosovo, a 150 kilómetros del aliado más cercano, se ha intervenido. En muchos territorios de la antigua Unión Soviética, como recordó Clinton, hay problemas similares. ¿Va a intervenir la OTAN por ello? Evidentemente no. Será selectiva, aunque el criterio de selección no pueda fijarse de antemano.
La OTAN dice estar en Kosovo en una guerra de valores. Aunque no cabe olvidar que en la primera OTAN convivieron regímenes dictatoriales en Turquía y en Grecia, tampoco es seguro que en el futuro todos los países de la OTAN vayan a ser democráticos. Ni siquiera de la UE, que, tan poco segura de ello, ha introducido reglas para suspender en sus derechos a Estados que involucionen. Lo que no deja de ser preocupante en esta Europa fofa en la que la mancha marrón de la extrema derecha empieza a extenderse desde Turquía hasta Francia.
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