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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

En guerra a los 50

NUNCA PUDO anticipar la OTAN que celebraría sus 50 años metida en una guerra como la de Kosovo, que es, además, su primera guerra. La cumbre conmemorativa en Washington se convirtió ayer en una especie de consejo de guerra y de ella emanó un mensaje de "unidad y determinación": la campaña aérea no sólo proseguirá, sino que aumentará. Los hechos cantan más que las palabras. Y en esa línea se enmarca el bombardeo del centro de la televisión serbia en Belgrado, un ataque de efecto cuando menos dudoso -las emisiones se reanudaron ayer, aunque de forma irregular- y que podría indicar una ampliación sin límites de los objetivos a batir, ya no sólo militares, sino cada vez más políticos. La televisión serbia es, sin duda, un aparato de propaganda de guerra para un régimen que no ha dudado en silenciar medios críticos y asesinar a alguno de sus directivos. Ha sido a todas luces vital desde hace diez años para sostener el proyecto panserbio que Milosevic ha tratado de imponer en Yugoslavia. Pero bombardear su sede de producción no equivale a silenciarla y sí romper una barrera que siempre había considerado no combatientes a los periodistas de cualquier bando, por mucho que con demasiada frecuencia su trabajo esté teñido de propaganda.

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Este ataque es una señal más de que los bombardeos no han dado en un mes los resultados esperados, mientras aflora la división de los aliados sobre la conveniencia de una ofensiva por tierra, que en todo caso requeriría semanas o meses de preparativos, y de mantenimiento de la ofensiva aérea. Por ello, la contención de la Alianza resulta esencial, aunque requiera más tiempo. Esta guerra no se gana bombardeando la televisión, por nefasta que sea su tarea.

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En el fragor del bombardeo, continúa la partida político-diplomática. El viaje de Chernomirdin a Belgrado ha vuelto a situar a Rusia en el centro de una posible conclusión política a este conflicto, pero la apertura diplomática de Milosevic ha sido claramente insuficiente al no aceptar el despliegue de una fuerza militar en Kosovo que garantice el retorno de los albaneses. Hablar de despliegue civil es una afrenta tras la limpieza étnica ocurrida.

Desde su búnker, antes de negociar, si es que acaso lo pretende, Milosevic prefiere observar, o intentar torpedear, el desarrollo de la cumbre de Washington, especialmente cuando sabe que tantos líderes fían su estrategia a los sondeos de opinión. La OTAN mantiene mientras tanto sus condiciones: retirada de las fuerzas serbias de Kosovo, regreso de los refugiados y despliegue de una fuerza internacional en aquel territorio. No obstante, la OTAN hizo suya ayer la propuesta de suspender los bombardeos en el momento en que Belgrado dé "muestras de forma inequívoca" de aceptar sus condiciones y comience a retirar sus tropas de Kosovo. Introduciendo un margen de flexibilidad, los aliados devuelven la pelota al tejado de Milosevic, al tiempo que intentan asfixiar no sólo a su ejército, sino a su economía con el embargo del petróleo.

La cumbre de Washington se había previsto hace tiempo con otros fines: la actualización de su doctrina estratégica después de la incorporación de tres antiguos miembros del Pacto de Varsovia -Polonia, Hungría y la República Checa- y la creación de un Consejo Euroatlántico, que reúne a antiguos enemigos y países neutrales. Con ello se había conseguido un grado de confianza mutua con Rusia que hoy peligra debido al conflicto de Kosovo.

A la OTAN le queda mucho camino que recorrer para poder llevar a cabo esas nuevas misiones que parece querer asumir en el terreno de la imposición y el mantenimiento de la paz, o incluso en el humanitario ante la marea de refugiados o deportados de Kosovo. En Washington se ultima el llamado Nuevo Concepto Estratégico de la Alianza, aunque la crisis yugoslava ha ido por delante de la teoría y ha llevado a poner en práctica el derecho de injerencia por razones humanitarias, saltándose la legalidad del Consejo de Seguridad. Pese a todo, el nuevo marco consagra la antiteoría de que cada caso es y será diferente. Nadie quiere atarse las manos ni dar carta blanca a los demás.

Cincuenta años después el enemigo ya no es comparable. Yugoslavia no es la Unión Soviética y sus satélites. Tampoco se pensó entonces nunca, pese a la dejación de valores que ello suponía en nombre de la estabilidad, atacar a esos países. La Alianza era una alianza defensiva, o, en el mejor de los casos, disuasiva. Pese al difícil trance por el que pasa hoy, su secretario general, Javier Solana, la presenta como una organización orientada a la cooperación con su entorno, aunque lo que prime ahora mismo sea su capacidad de intervención.

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