_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La felicidad de eliminar al otro

"Como todos los norteamericanos, estoy luchando por intentar entender qué es lo que puede llevar a un adolescente a cometer actos tan terribles", dijo Clinton el año pasado. Por entonces habían sido abatidos varios niños y niñas en diferentes escuelas públicas, pero aún no se había llegado a la matanza de Littleton, con la parodia de un cuerpo de elite y el despliegue de un arsenal contra la vida de profesores y compañeros de clase. Desde hace unos 15 años, la convivencia en las escuelas públicas norteamericanas estalla a menudo, con agresiones entre bandas, celadas contra profesores, vandalismo contra los centros. No es, sin embargo, esta violencia la que ha fomentado hasta ahora una sociedad de fuertes desigualdades y con una estricta conminación al triunfo. Esta clase de violencia, endémica en EEUU, alcanzó sus mayores cotas en torno a comienzos de 1990, pero ha bajado después por efecto de la mayor represión policial y judicial de los últimos tiempos. Desde 1992, la población penitenciaria se ha incrementado en un 50%, hasta alcanzar 1,5 millones de reclusos; las ejecuciones capitales anuales se han multiplicado por tres desde 1990; y ciudades como Nueva York se han mostrado modélicas ante el país a partir de la brutalidad de sus cuerpos de policía.

Más información
El hallazgo de dos potentes bombas refuerza la hipótesis de una conspiración terrorista en Denver

Cuando este asunto de la inseguridad ciudadana parecía controlado, emerge, con auge diabólico, la violencia adolescente. Y no cualquier grado de violencia, sino ésta de Littleton con bandas armadas que no vacilan en asesinar a granel. Cualquier país que sufriera esta sevicia se declararía gravemente enfermo, y para sanar, revisaría los mismos cimientos de su sistema, sus metas, sus formas de vivir y producir, su estilo de vender, entretenerse y anunciar: su condición peculiar toda vez que se han sentido todo el siglo los mejores de la condición humana. El mal, como los demás productos norteamericanos, es sin duda muy pegadizo y ya ha ingresado en Europa y en España.

La dolencia de EEUU es, no obstante, por fundacional y originaria, de virulencia claramente superior. Clinton muestra su perplejidad ante el problema, y él mismo podría hallar en las acciones armadas contra Sudán, Afganistán, Irak, Libia o Yugoslavia el modelo de conducta que asimilan sus niños. En EEUU, el otro ser humano va siendo, cada vez más y según las razas, un ser sin atributos, disminuido de categoría espiritual o moral. La forma de urbanización extensiva, con viviendas aisladas, redujo pronto en la última posguerra las ocasiones de convivencia vecinal, pero, además, las plazas de los centros comerciales, donde se reencuentran hoy, devuelven tipos simplificados, clientes y paseantes desprovistos de interés. La televisión, como vamos comprobando en España, desempeña mediante los cotilleos, las confidencias y talk shows, el papel que no cumple la perdida relación cara a cara; mientras Internet, a su modo, acentúa, positiva y negativamente, la abstracción del prójimo.

Ahora es cada vez más difícil tratar y conocer a seres humanos enteros y respetados en su gran complejidad. Los medios han establecido distancias entre personas, y la figura del otro pierde entidad. El otro tiende a convertirse en un nombre, una voz, un caso, un obstáculo y, eventualmente, en un objetivo, para bien o para mal. Efectivamente, cientos de películas difunden sin cesar una tóxica estética de la violencia y la muerte de un semejante como la materia prima de un espectáculo trivial.

Los telefilmes, el cine, han debido de influir sobre los niños y adolescentes asesinos, pero si los productos triunfan es porque se acoplan a la verdad. El recurso a la violencia en el cine norteamericano no es una absoluta invención de Hollywood, sino, en buena parte, una filmación. Hasta los niños, carne sagrada en EEUU, se matan entre sí. No se podría hallar un indicio más contundente de que la naciente sociedad del año 2000, en el extremo de la rivalidad interpersonal, ha traspasado el punto en que la dicha se confunde con el fin del otro.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_