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Tribuna
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Metamorfosis

Andrés Ortega

Una Alianza desarrollada para la disuasión, una forma de preservar la paz sin guerra, 50 años después de su nacimiento, se ha visto obligada a practicar, tras fracasar la persuasión, la imposición por medio de la guerra: algo para lo que no estaba bien preparada, y a lo que ha tenido que añadir el hacer frente al desastre humano. De hecho, los tres nuevos socios, antiguos miembros de la organización enemiga, buscaban en la OTAN protección, y tres semanas después de ingresar se han encontrado con que lo primero que se les ha pedido es que contribuyan a brindarla a otros. La guerra de Kosovo ha supuesto otra ampliación, de hecho aunque no de derecho, de la Alianza a países como Albania (a cuya estabilidad contribuyó una operación de los países del sur de Europa en 1997, sin poder contar, ¿cabe recordarlo?, con la bandera ni de la OTAN ni de la UEO), incluso Macedonia, y, probablemente, mañana Kosovo, sea cual sea el estatuto transitorio o final de este territorio. Esta ampliación tiene el efecto positivo de romper esa línea divisoria entre el mundo cristiano occidental y el ortodoxo e islámico, muy parecida desde hace cinco siglos en el mapa de Europa (excepción hecha del ingreso de Grecia y Turquía en la Alianza, fruto de la guerra fría).

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La guerra antiespectáculo

Kosovo, se dice, marcará profundamente el destino de la Alianza Atlántica. Puede que no tanto, aunque ésta se juegue mucho - muchísimo: su alma- en esta crisis. Pero tras esta experiencia, acabe como acabe, la OTAN se lo pensará antes de meterse, por cuestión de conciencia o de interés, en una aventura así. Como suele indicar Solana, la nueva Alianza se está construyendo, con la práctica por delante, y la teoría, como la intendencia, siguiendo. El próximo viernes se reúne en Washington la cumbre de la OTAN para conmemorar -no son tiempos de "celebrar" nada- su 50º aniversario. Debe aprobar, entre otros documentos, el famoso Nuevo Concepto Estratégico. Pero este concepto ha de santificar no una teoría general, sino más bien el no-principio del "caso por caso". La Alianza se desarrolló como un elefante contra otro elefante, y aunque luego ha intentado ganar en flexibilidad, no se pensó para aplastar alimañas, por muy crueles y escurridizas que éstas resulten, y tiene que prepararse para ello. Ahora bien, si puede pretender contribuir a moldear su entorno estratégico, como señalará el documento, no puede plantearse un futuro de intervenciones a diestro y siniestro, menos aún si es sólo con ataques aéreos, con el corsé -comprensible- que impone la prioridad absoluta de minimizar las bajas propias y de reducir las ajenas en lo posible.

Los intentos de EEUU de darle un carácter global a la OTAN no han cuajado, y el entorno que se aceptará como natural para la actuación o contribución de la Alianza para modificar su entorno será el europeo y euro-atlántico. La crisis de Kosovo ha puesto de manifiesto algo que ya sabíamos: los europeos seguimos necesitando el poderío y la tecnología militar de EEUU. Por eso choca que se presente la entrevista de Aznar con Clinton como un agradecimiento de Washington por la contribución española a esta guerra: en el terreno aéreo, siete de 1.300 aviones. Si las cosas fueran como tendrían que ser, serían al revés: un agradecimiento de España (y Europa en general) a Estados Unidos, pese a que a éste le convenga la ecuación y tras esta guerra haya, también, un factor de poder desigual en las relaciones transatlánticas, que sigue formando el corazón de la OTAN. La última descripción por Clinton parece más adecuada: "Toda la OTAN está detrás de Estados Unidos". En todo caso, si Europa no puede sola, es porque no ha querido gastarse en defensa lo que tendría para lograr una autonomía más allá de todos los debates institucionales sobre la Identidad Europea de Seguridad y Defensa en la OTAN o fuera de ella. Es una posibilidad que en el fondo no gusta a EEUU, pero puede surgir como efecto colateral de esta guerra sobrevenida.

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