"Hemos aprendido las lecciones de Bosnia"
"Tenemos ahora la obligación de hacer lo que no hicimos en 1991 cuando comenzó la guerra en la exYugoslavia", dijo el 9 de marzo de 1998 la secretaria de Estado estadounidense, Madeleine Albright, al desatar Milosevic la represión antikosovar. "Hemos aprendido las lecciones de Bosnia", recapitula el embajador español, Javier Conde. Sobre todo, la unidad. Entonces los europeos se fracturaron entre una Alemania defensora de la independencia de Croacia y Eslovenia y una Francia proserbia. Hoy han mantenido la unanimidad, superando múltiples obstáculos: los recelos de los neutralistas (Irlanda, Suecia, Finlandia y Austria); las objeciones de una Grecia que comparte religión ortodoxa y otros lazos con Belgrado; las angustias de la vecina y abrumada Italia; los matices de la rusófila Francia, siempre partidaria de apoyarse en la ONU; los desconciertos alemanes.
¿Cómo ha sido posible? Por la mala conciencia histórica de 1991, la capacidad de arrastre de EEUU, el agotamiento de la vía diplomática durante un año y la creciente evidencia de las atrocidades de Milosevic: Pristina no es sino la última edición de Mostar, Sarajevo y Dubronik.
Todo ello ha permitido actuar militarmente un año después de iniciada la crisis, frente a los cuatro años que se necesitaron en Bosnia. Los bombardeos contra los serbobosnios se iniciaron el 30 de agosto de 1995; el 20 de septiembre, su resistencia cedía. Pocos se acuerdan de ese considerable lapso. Y eso que los de Pale, comparados con Belgrado, eran aprendices con cerbatanas.
Si Kosovo sigue a Bosnia con similitudes y novedades, se diferencia mucho de la guerra del Golfo. Ahora Washington empuja, pero no toma las decisiones en solitario. Los 19 consensúan incluso qué objetivos se bombardean cada día.
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