Los europeos aceptan cada vez más la implicación de sus Gobiernos en el conflicto
Belgas, daneses y holandeses son los más favorables a la guerra; los suecos, los menos
Los europeos ven crecientemente el litigio de los Balcanes como un conflicto propio. Las opiniones se decantan a favor de los ataques de la Alianza Atlántica, pese al fuerte impacto emocional de sus errores. Los Gobiernos de la Unión Europea (UE) han pasado de asumir la acción de la OTAN a una implicación política más directa. Desde la cumbre del pasado miércoles en Bruselas contemplan el enfrentamiento en Kosovo no como una guerra "en Europa", sino como una guerra "de Europa", sin olvidar el paraguas de Estados Unidos.
Un 80% de ciudadanos norteamericanos, según cinco encuestas de distintas empresas realizadas hasta el 9 de abril, y un 72% de canadienses apoyan la intervención aérea. De los europeos, los belgas (84%, sondeo del día 12), daneses (77%, día 7) y los holandeses (79%, día 12) son los más activos. Les siguen los franceses, que han pasado desde el 57% a finales de marzo (como ahora los españoles), al 63% a principios abril y al 72% el pasado día 10, y defienden cada día más una eventual acción terrestre. En Alemania los intervencionistas alcanzan el 64% (día 9), y en su mayoría creen que los ataques durarán mucho tiempo. El antiintervencionismo domina en la Suecia neutralista (42% a favor de la OTAN) -pero no en sus gemelas Austria (52%) o Finlandia-, como entre los checos, recientes socios de la Alianza (42%), y a diferencia de polacos (entre el 59% y el 50%) y húngaros (54%).
Expertos atlánticos atribuyen estos datos, y el incremento del apoyo popular, a la pedagogía de los Gobiernos, el impacto de las imágenes de los refugiados y la ausencia de pérdidas propias. "Durante la II Guerra Mundial las escuadrillas perdían de un 15% a un 20% de sus efectivos en sus bombardeos sobre la Alemania nazi; hemos progresado", comentó ayer el portavoz de la Alianza, Jamie Shea.
Encuesta previa
Pero los resultados, dicen, se deben también a la comprensión de que los daños civiles son "consecuencia inevitable" de la acción, aunque el último y más grave de los cuatro errores registrados -el bombardeo de un convoy albanokosovar- es posterior a todas estas encuestas. Un dato comparativo para enjuiciar el nivel de exactitud de la OTAN en una guerra que pretende lo más limpia posible es que hasta ayer ha destruido total o parcialmente 127 objetivos militares y estratégicos. Los Gobiernos europeos, como colectivo, han pasado de una actitud de apoyo a la Alianza y de percibir el drama kosovar como "un conflicto en Europa" a una implicación política ascendente, aunque siempre con la limitación -compartida con los Estados Unidos- de que la intervención debe seguir siendo aérea, sin pasar a la terrestre. Es decir, un punto medio entre la inacción y la involucración total.
La cumbre de Berlín emitía el 24 de marzo -el primer día de bombardeos- una declaración comprometida, pero de tono distante. La de Bruselas endosaba el miércoles el carácter "necesario" de la acción aliada, "algo impensable hace unos años en la UE", según el embajador español en la Alianza, Javier Conde. Y lanzaba nuevas iniciativas político-diplomáticas (guiños a Rusia; Pacto de Estabilidad o Plan Marshall para la región; oferta de administrar Kosovo) en presencia del secretario general de la ONU, Kofi Annan.
Pero, además, utilizaba un lenguaje de protagonista. Esta es "la lucha entre el siglo XXI y el XIX", enfatizó el canciller alemán, Gerhard Schröder. Los Balcanes "forman parte de Europa", reiteró en nombre de todos, y "debemos ofrecer a todos los países de la zona la perspectiva de acercamiento a la UE". Algo tan novedoso como lo es la irrupción de una nueva Alemania sin mala conciencia histórica, que ha enviado al teatro de operaciones 3.200 soldados, diez aviones Tornado y varias plataformas de observación. Más aún: pese a los iniciales titubeos rojiverdes, Bonn, empujada por su papel de presidente semestral, ha vuelto a fabricar iniciativas, como el "Plan alemán", que propone pautas para la transición a la paz.
La OTAN oficia, la UE la flanquea. El conflicto pone a prueba la viabilidad de una Unión económico-monetaria políticamente coja, y a los Quince como núcleo de un continente en paz, pues ésta es la crisis europea de fin de siglo. Impulsa la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC), en mantillas, subrayando compromisos como el de fijar una "estrategia común" para Rusia. Reclama una -hoy inexistente- Defensa propia, aunque sea inicialmente bajo tutela de EEUU. El debate lo relanzó la cumbre franco-británica de Saint-Malo, pero ahora se hace carne y hueso, porque esta Europa se atreve a avanzar sólo cuando resulta indispensable. Y augura, en fin, la explosión del insuficiente paquete financiero de Berlín, que ridículamente prevé un descenso del 22,4% para el gasto en PESC.
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