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"Welcome to the Palau de la Música"

"Good morning. Welcome to the Palau de la Música Catalana" (buenos días. Bienvenidos al Palau de la Música Catalana). Con esta frase, la guía Mercè Mill recibió ayer a las 10.30 a un grupo de turistas -alemanes, estadounidenses, belgas y británicos- que abría una nueva etapa del Palau de la Música como atracción turística. Unas 300 personas, en 10 grupos de un máximo de 55, fueron ayer las primeras en visitar, desde las 10.30 a las 15.00 horas, el templo modernista de la música en Barcelona. Los responsables del Palau han decidido aprovechar la marcha al Auditori de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC), que ensayaba en la sala de conciertos por la mañana, para abrir el edificio a los turistas y compensar así de forma parcial la disminución de ingresos por alquiler (70 millones de pesetas por temporada) que para el Palau ha supuesto la pérdida de uno de sus principales clientes. "El Auditori jugará la carta de la modernidad. El Palau tiene el sello de patrimonio de la humanidad, que nos da prestigio. Ahora hemos de saber explotar este prestigio para que nos dé dinero", manifestó en vísperas de la inauguración del Auditori, el pasado 22 de marzo, Fèlix Millet, director ejecutivo del consorcio de administraciones públicas que rige el Palau y presidente del Orfeó Català, entidad propietaria del edificio. La gran atracción que los edificios modernistas ejercen sobre los turistas que visitan Barcelona es un activo que el Palau está dispuesto a aprovechar al máximo. Ayer, el primer día en que se abrió como atracción turística, el éxito desbordó las previsiones. Los extranjeros ganaron por goleada a los españoles y catalanes, hasta el punto de que en la visita de las 12.30 horas, comentada en catalán, había 29 extranjeros y a un solo visitante local. Ante tanto idioma foráneo, el turista local creyó haberse equivocado de hora y preguntó tímidamente a la guía: "Es en catalán, ¿verdad?" Y en catalán se hizo la visita. El Palau ha decidido aumentar hoy de tres a cuatro las visitas en inglés. Quedan tres en catalán -ayer cuatro- y tres en castellano. "Suponemos que los fines de semana aumentará el público catalán", decía ayer Lluïsa Daniel, coordinadora de las visitas. Embobados, los 55 turistas de la visita de las 10.30 empezaron su recorrido por el Palau de la Música, de una hora de duración, en la sala de música de cámara. Un audiovisual de 20 minutos sirvió para ponerles en antecedentes sobre el contexto social y cultural de la Barcelona de 1891, fecha de la fundación del Orfeó Català; sobre la construcción del Palau, entre 1905 y 1908, haciendo hincapié en que es obra de Lluís Domènech i Montaner -"pero es de Gaudí ¿verdad?", le preguntaba un belga a otro-; sobre la ampliación del edificio, entre 1986 y 1989, y sobre su largo y esplendoroso historial musical como sala conciertos que ha acogido en los últimos 90 años a las más importantes orquestas del mundo, directores y solistas -"música aburrida", decía en voz baja un joven estadounidense. Y tras la teoría, el grupo enfiló las escaleras que dan acceso a la platea de la sala de conciertos ávido de ver en vivo y en directo la maravilla arquitectónica que les habían prometido. Vista en alto, a la derecha, a la izquierda. "Parece más espacioso de lo que realmente es", le decía un estadounidense vestido de existencialista y con boina calada a su acompañante oriental. "Mirad esas señoras", señalaba una mamá belga a sus dos retoños refiriéndose al conjunto escultórico de las musas del escenario. "¡Uauuuu!", exclamaba con admiración una alemana. Boquiabiertos, los visitantes seguían las explicaciones de la guía. Vista a la derecha, Beethoven frunciendo el ceño y las valquirias wagnerianas montadas en sus corceles. "Simbolizan la música clásica y de fuera", espeta la guía. Vista a la izquierda, el bigotudo Clavé. "Es fundador del movimiento coral catalán y simboliza la música popular", aclara la cicerone a un curioso británico. Vista en alto. El espectacular lucernario de tonos malva, dorados y rojizos, que obliga a los visitantes a recostarse en sus butacas para prevenir una tortícolis. Cambio de perspectiva. Viaje al segundo piso. El paraíso, en argot musical. Las rosas del techo al alcance de la mano. Los pegasos de un joven Pau Gargallo a derecha e izquierda prestos a emprender el vuelo. Descenso a la altura de platea. La austera sala de descanso Lluís Millet decepciona. Pero la multicolor columnata del balcón compensa. El efecto que producen, a escasos centímetros una de la otra y todas con una decoración diferente, resulta apabullante. Con el sentido de la vista incapaz de asimilar los infinitos detalles de una decoración tan profusa, a las 11.30 horas los visitantes, exhaustos, terminaron su recorrido en el exterior repitiendo con acento inglés "sant Jordi" mientras contemplaban el conjunto escultórico del ángulo de las dos fachadas, en el que san Jorge vence al dragón.

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