"Franco nunca temió la competencia de José Antonio"
Joan Maria Thomàs lleva años trabajando sobre la extrema derecha, aunque hasta ahora sus estudios se habían ceñido a Cataluña. En este sentido es autor de un libro modélico titulado Falange, guerra civil, franquisme (Abadia de Montserrat, 1992) y de una biografía sobre el franquista catalán José María Fontana (Centro de Lectura de Reus, 1997), de escandaloso interés y de circulación secreta. Ahora publica en Plaza y Janés Lo que fue la Falange, una síntesis no falta de novedades sobre el más importante de los partidos fascistas españoles.Pregunta. ¿Qué hay de nuevo sobre la Falange?
Respuesta. El libro es una síntesis actualizada de todo lo que se ha publicado sobre el asunto. Además, se aportan datos desconocidos sobre quiénes eran los falangistas y de dónde provenían socialmente. Y me parece que hay un tratamiento nuevo y desmitificador de la figura de Hedilla.
P. ¿No fue el mártir publicitado?
R. Hombre, es verdad que entre 1937 y 1941 estuvo en la cárcel, que llegó a pesar poco más de 30 kilos porque se negaba a comer la comida sobre la que escupían los presos republicanos. Pero también es verdad que antes de todo eso mantuvo negociaciones con Franco acerca de la unificación y que después de la cárcel y la guerra el régimen fue compensándolo de alguna manera.
P. El debate sobre la originalidad de la Falange en el conjunto de los fascismos europeos es antiguo. ¿Cuál es su criterio?
R. Hay diferencias. Pero la nula importancia que da la Falange a los factores racistas es la más importante. Luego, desde el punto de vista político, está la cuestión del poder, decisiva. La Falange no llega al poder, sino que es adoptada por el poder, cuando Franco la convierte en la ideología más importante en el proceso de fascistización, sólo interrumpido por el cambio de signo de la II Guerra Mundial.
P. Al contrario que con los nazis o el fascio, con la Falange no cabe hablar de revolución.
R. Claro, por eso insisten en "la revolución pendiente".
P. Por cierto, ¿qué era eso?
R. Tres medidas: la nacionalización de la banca y el crédito, la reforma agraria y el papel de los sindicatos como vertebradores de la economía.
P. ¿Tampoco lograron fabricar una estética dominante?
R. Sólo en los inicios y de una manera muy minoritaria. En cualquier análisis global sobre la Falange nunca debe olvidarse que los falangistas eran muy pocos para casi todo. Concretamente, reunían el 0,7% de los votos. Y si ocuparon durante los años treinta las páginas de los periódicos era por su afición a la violencia y por el efecto de homologación con los otros fascismos europeos, incomparablemente más importantes.
P. Tenían un líder.
R. Sí, mitificado.
P. No es raro en el liderazgo.
R. Quiero decir que José Antonio fue un político muy menor, imbuido del típico mesianismo del que comprueba que el mundo no le sigue y que en ese rechazo confirma sus certezas. Casi nunca entendió el mundo que le rodeaba, ni tan sólo el mundo propio. No hay más que comprobar la propuesta que el 9 de agosto dirige a Diego Martínez del Barrio, entonces presidente de las Cortes, para actuar como mediador ante los nacionales, ofreciéndole incluso la lista de un futuro Gobierno. El documento revela su patética falta de información sobre la realidad y los propósitos de los sublevados.
P. Hay una insinuación sorprendente en su libro: Franco creyó que José Antonio se había vuelto loco.
R. Sí, fue después de la entrevista que concedió al periodista norteamericano Jay Allen, en la prisión de Alicante. Sus respuestas eran coherentes con su ideario revolucionario, pero volvían a revelar una falta de información sobre lo que estaba ocurriendo en España, ahora ya más achacable a la incomunicación que padecía.
P. Un lugar común insiste en que Franco abandonó a José Antonio a su suerte, temeroso de la competencia que pudiera hacerle.
R. No tiene sentido. Franco hizo todo lo posible por salvarle la vida. Hay que recordar que cuando José Antonio está preso, Franco no es todavía el Caudillo indiscutible y que el juego de alianzas entre los diversos sectores de la sublevación imposibilitaba una indiferencia estratégica. En cuanto a la competencia... No, no, Franco nunca temió la competencia de José Antonio, que era un líder político secundario.
P. ¿Su fusilamiento perjudicó a la República?
R. No. Lo que perjudicó a la República fue la represión indiscriminada que se desarrolló en los territorios que controlaba.
P. En el libro adelanta un nuevo trabajo: la Falange de Franco, y anticipa una conclusión sombría: que la experiencia falangista está en la base de algunos de los males presentes en la democracia española.
R. Sí, creo que durante el régimen de Franco la Falange adquiere una importancia que no se limita a los primeros años. Es verdad que el falangismo va reduciendo, aparentemente, su importancia política. Pero hasta el mismo final del régimen se muestra muy activa en dos asuntos nada triviales: la formación de los jóvenes y de la mujer, a través de las organizaciones juveniles y la Sección Femenina. Mi tesis es que el grado actual de despolitización de la sociedad española cabe también atribuirlo a la sostenida participación de la Falange en los procesos educacionales de la España franquista.
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